Autobiografía de Federico Sánchez
AUTOBIOGRAFÍA DE FEDERICO SÁNCHEZ
Durante el otoño de 1977 se publicó un libro importante. Jorge Semprún ganaba el premio Planeta del primer año de la democracia con Autobiografía de Federico Sánchez, un intenso relato de los años de la clandestinidad escrito por uno de sus protagonistas. Un libro apasionante, seductor, muy bien escrito, al servicio de una causa: ajustar cuentas con Santiago Carrillo y con la dirección del PCE. Se vendieron más de cuatrocientos mil ejemplares. Fue el libro del año. Fue un gran triunfo de la literatura del Yo.
Así empieza el libro:
Pasionaria ha pedido la palabra. Levantas la vista de los papeles que tienes en la mesa y miras a Pasionaria. Está nerviosa, se le nota. Se alisa un mechón de pelo blanco. Luego junta las manos, las desjunta y desdobla la cuartilla que tiene preparada. La cuartilla que va a leeros, a Fernando y a ti. Porque ha preparado su intervención por escrito. No te extraña. Siempre la has visto preparar por escrito sus intervenciones en los momentos que se dicen cruciales.
Y así acaba:
Pero Pasionaria está hablando. Mientras andabas perdido en tu memoria, mientras evocabas una imposible conversación verídica con ella, Pasionaria ha tomado la palabra. Está leyendo la cuartilla que tenía preparada, con su espléndida voz metálica, rugosa y armoniosa. Está fulminando contra vosotros los rayos de su cólera. Está hablando en nombre del Espíritu-de-Partido, el sacrosanto Espíritu-de-Partido. Está diciendo que solo sois, Fernando y tú, «intelectuales con cabeza de chorlito». Y esa frase gira vertiginosamente en el hastío asqueado que te invade, gira vertiginosamente en el salón de los reyes de Bohemia, gira vertiginosamente entre los árboles deshojados del parque. Intelectuales con cabeza de chorlito, intelectuales con cabeza de chorlito, intelectuales con cabeza de chorlito…
El libro de Jorge Semprún tuvo un gran impacto en la generación joven interesada por la política. De repente, el rey iba desnudo. La autobiografía de Federico Sánchez desnudaba a Santiago Carrillo y al resto de dirigentes comunistas de su generación. Desnudaba el mito del «Partido» y explicaba sus defectos de fabricación. Años después, Gregorio Morán remachó el clavo con una monumental historia del PCE, publicada también por Planeta (Miseria y grandeza del PCE), el libro mejor documentado que se ha escrito hasta ahora sobre la principal fuerza de oposición a Franco, en el que el autor también ajusta cuentas.
Semprún presenta la dirección del PCE como un grupo de gente valiente, obtusa, gregaria y dominada por la figura entre audaz e intrigante de Carrillo, que hoy puede decir una cosa y pasado mañana otra, pero que siempre encontrará la manera de imponer su criterio. Un partido abnegado pero encerrado en sí mismo. Un partido con mucha gente dispuesta al sacrificio guiado por un oportunista. Semprún salva a la infantería y ataca a los dirigentes. El autor cuida a algunos personajes, Simón Sánchez Montero, por ejemplo, el panadero que dirigió durante un tiempo el aparato clandestino del PCE en Madrid, un hombre ecuánime que siempre se supo alejar del sectarismo, y es implacable con Carrillo, a quien llega a acusar de la muerte de Julián Grimau por haberlo enviado a Madrid conociendo su pasado de policía político de la República. Semprún se encara con la Pasionaria, pero la respeta. Ella le llama «cabeza de chorlito», pero el nieto de Antonio Maura no la escarnece. No se atreve a hacerlo, porque si la escarneciera todo el libro se hundiría. Si se lo cargara todo, la gran aventura de Federico Sánchez en la clandestinidad dejaría de tener sentido y se convertiría en el absurdo kafkiano de un pobre hombre engañado por un grupo de estalinistas sin cerebro. Salvando su vínculo filial con la Pasionaria, Semprún salva su narración: salva la epopeya de Federico Sánchez y salva su muy hábil apropiación literaria de la clandestinidad comunista. «Semprún privatiza la Historia, al mismo tiempo que “historiza” su vida», dijo su amigo Régis Debray, que de autobiografías fuertes también sabía un montón.
Existen varios libros y documentos artísticos sobre la clandestinidad comunista: libros de memorias, los poemas de Marcos Ana, los dibujos de Agustín Ibarrola en Burgos… Hay dos libros sencillos, publicados por editoriales menores, de una autenticidad inapelable. Uno es Era la hora tercia, de Vicente Cazcarra, un relato estremecedor sobre la brutalidad de la tortura, escrito por un hombre que pensó en suicidarse mientras lo estaban interrogando en Via Laietana. No habló, pero la tortura le dejó una grave herida moral. Cazcarra y la austeridad del dolor. El otro es 24 años de cárcel, el verismo de Melque Rodríguez Chaos, un libro duro, brutalmente realista, sobre las condiciones de vida en las prisiones de Franco. Hay libros importantes sobre aquella época, publicados por editoriales pequeñas, que nunca llegaron a tener una gran circulación; libros sin premios ni aura literaria, puesto que el gran narrador de la clandestinidad en tiempo de democracia pasa a ser Jorge Semprún en noviembre de 1977.
Autobiografía de Federico Sánchez tuvo una repercusión política importante. Hizo dudar a los creyentes y dio una vía de salida a los que ya no veían claro el futuro del PCE después de su mal resultado electoral el 15 de junio de aquel año. «Devoré el libro en un estado de fiebre autodestructiva. Buscaba la confirmación de sospechas infundadas, los argumentos para ser más beligerante al criticar a ese padre reinsertado en la vida normal. Es un libro descarnado y brillante sobre la disidencia comunista española. Con diecisiete años, yo encontré en él el homenaje más sentido a los camaradas de infantería (a quienes conocía), el ataque más virulento a los dirigentes (a los que también conocía) y un retrato fiel de los ambientes que me habían marcado, con la presencia permanente de un ejército de militantes uniformados con sus respectivas gabardinas». Así lo describe Sergi Pàmies, hijo de Gregorio López Raimundo y Teresa Pàmies, en su último libro, L’art de portar gavardina, un magnífico concentrado de memoria en el que aborda el recuerdo de sus padres. No es fácil mover las poleas de la memoria cuando los padres han pesado tanto. La autonomía literaria de Sergi Pàmies es envidiable.
Semprún, la gabardina mejor llevada de París, le dio un golpe mortal a la figura de Santiago Carrillo, pero no la hundió. A pesar de los adversos resultados electorales, el secretario general del PCE todavía tendría cuerda para intentar llevar a cabo una política de «concentración nacional» con el partido de Adolfo Suárez, que no le permitió salir del agujero electoral —el agujero en el que el dibujante Peridis lo presentaba en sus tiras cómicas en el periódico El País, las tiras cómicas que narraron la transición—, pero que dio frutos tan importantes como la Constitución de 1978. Sin los comunistas, la Constitución española habría tenido otro contenido y otro significado. Eso algunas personas lo han olvidado, y quizás empiece a ser el momento de recordarlo.
El libro de Semprún fue muy aplaudido, pero tuvo una crítica que no se esperaba. Una crítica firmada por una de las dos personas a las que estaba dedicada la Autobiografía de Federico Sánchez: Javier Pradera. Silencio en la sala: Pradera le canta las cuarenta a Semprún, mientras toda la España progre devora la peripecia de Federico Sánchez. En un artículo publicado en la revista Cambio 16, el gran inspirador de la línea editorial del periódico El País le reprocha a Semprún que haya caído en el exhibicionismo de los excomunistas, un género clásico de la Guerra Fría. «La acumulación de verdades parciales no da como producto final, paradójicamente, un libro veraz». (Un libro que estaba dedicado a Pradera y también a Domingo González Lucas, el torero Dominguín). Educadamente, Pradera acusa a Semprún de oportunismo, de enmascarar sus posiciones reales durante los diez años que operó en Madrid como delegado de la dirección del PCE en el interior, y de pasar por alto las discusiones que tuvieron los dos a raíz del fracaso de la Huelga Nacional Pacífica del 18 de noviembre de 1959. Recordémoslo: el joven militante Javier Pradera, hijo de dos conservadores asesinados por las milicias antifascistas al principio de la guerra, casado con la hija de Rafael Sánchez Mazas, fundador de Falange, escribió una carta al comité ejecutivo del PCE en París advirtiéndoles de que con aquella política voluntarista no llegarían a ninguna parte, y de que la dictadura duraría más de lo que ellos creían, y Federico Sánchez lo riñó con el canon más ortodoxo. Un ejercicio de rigor y de honestidad intelectual por parte de Pradera, y algo más. El libro de Semprún sugiere que el PCE ya no sirve para nada, mientras que