INTRODUCCIÓN
El estado actual de esta obra de Eliano, tradicionalmente conocida por su título latino, Varia Historia, presenta algunas extrañezas que dificultan una recta valoración. La primera de ellas es el propio título. La tradición manuscrita coincide con Suda en llamarla Poikílē Historía. Estobeo y Esteban de Bizancio, en cambio, nunca utilizan este nombre para citar la obra de Eliano. El primero se refería a ella como Symmiktós Historía, «Miscelánea Histórica», y el segundo utilizaba la denominación de Historikḕ Diálexis, algo así como «Diálogo de Historia».
La Poikilía era una propiedad definida, literalmente, por la variedad de colores. Se aplicaba, metafóricamente, a la variedad, diversidad, complejidad, sutileza de las cosas y personas. Era una cualidad en auge en la época de los sofistas, manifestación positiva del reto al que la amplitud de intereses intelectuales y la erudición los avocaba. Clemente de Alejandría escribía así de sus Tapices, una obra del mismo género que la Varia Historia de Eliano: «Las flores de los más variados colores esparcidas por la pradera y los árboles frutales plantados en el jardín no se han distribuido según sus diversas especies. De la misma manera, algunos eruditos compusieron compendios, dotados de variados colores, a los que llamaron Praderas, Helicones, Mieles y Peplos. Nuestros Tapices se han compuesto con inmensa variedad, como una pradera, con los recuerdos que libremente venían a la memoria, sin preocuparnos por su orden o ubicación en el discurso, esparcidos en voluntario caos».
En un intento de enlazar con la tradición renacentista, la obra sería merecedora de la consideración de Silva. Para el DRAE, «silva», en su primera acepción, significa «colección de varias materias o especies, escritas sin método ni orden».
Pero los males del texto no terminan aquí. Indicios hay para concluir que las Historias curiosas sufrieron un proceso de abreviación en época bizantina. Algunos pasajes comienzan por la partícula hóti, típica del epítome. Es probable que en este caso deba darse prioridad a la tradición indirecta que reflejaría el texto original, tal y como podía leerse a fines de la Antigüedad.
Carentes de una declaración expresa de intenciones por parte del autor, que habría debido de figurar en los inexistentes prólogo y epílogo, se debe recurrir a su otra gran obra, la Historia de los animales, para conocer las pretensiones de Eliano. Dos son las ideas que vertebraron su miscelánea zoológica y que podrían aplicarse también a la composición de las Historias. La primera de ellas es su decisión de apartarse de la vida y actividad sofística. Eliano proclamó su voluntad de renunciar a la búsqueda de honores, poder y fama, bienes que se conseguían a través de la actividad pública y política. A cambio, decidió dedicar sus esfuerzos al saber y a la composición de obras que, en palabras de Filóstrato, merecen el apelativo de históricas. Precisamente el biógrafo de los sofistas parecía conocer las razones expuestas en la Historia de los animales cuando escribía su breve noticia sobre Eliano. Pero también sabía de otra razón que Eliano silenció: el de Preneste estaba tan mal dotado para la declamación que abandonó la práctica de la oratoria.
La segunda declaración que aquí interesa gira en torno a las pretensiones literarias del autor. Sus palabras no merecen ser glosadas, sino transcritas: «Desde luego bien sé que otros se han interesado ya por estos temas. Pero yo he reunido todo el material que he podido, le he puesto el vestido de un lenguaje sin pretensiones y estoy convencido de que mi trabajo es un tesoro nada desdeñable». El mismo reconocimiento debe dirigirse a la buscada simplicidad, tan bien conseguida que llega, en ocasiones, a aburrir. Quizás, en esta voluntad de no explorar todas las posibilidades del lenguaje deba encontrarse una pista para el modo en que estas obras se leían: abriéndolas al azar, sin exigir continuidad ni en el tiempo ni en el relato, aumentando así el efecto de la variedad, evitando también la monotonía de la sencillez.
Misceláneas: erudición y retórica
La edad imperial fue la edad de plata de la oratoria griega. El mayor pecado en que un sofista podía incurrir era el anacronismo, ya fuera lingüístico, utilizando expresiones no documentadas en los autores clásicos, ya fuera simplemente histórico.
La sobrevaloración de la exactitud y del rigor, de la akríbeia para usar el término preciso, era consecuencia directa de un programa educativo que obligaba a los niños a iniciarse en la lectura con Homero, es decir, con unas obras con diez siglos de antigüedad y que ya habían sido compuestas forzando la artificialidad de la lengua. La atención a estos pormenores no hacía sino agudizarse con la labor del gramático, nivel intermedio de la educación obsesionado por la correcta comprensión de aquellas lecturas antiguas y, por lo tanto, por la acumulación de erudición. Cuando el joven accedía a la escuela del sofista se encontraba en condiciones para poner en práctica y darle valor a todo lo aprendido, que le debía servir de contexto y de reserva intelectual para la composición de sus discursos.
Es lógico, por tanto, que en este sofisticado ambiente cultural surgieran multitud de obras destinadas a facilitar la tarea de aprendizaje e investigación anticuaria. La mayoría de ellas fueron obras de gramáticos que así proporcionaron los instrumentos básicos para la actividad sofística. Léxicos, diccionarios y colecciones de expresiones áticas favorecieron la correcta recreación de una lengua artificial.
Es interesante reconocer que dos de los más importantes autores de misceláneas fueron sofistas de origen latino, Favorino. Quizás su público, tradicionalmente ajeno a las profundidades eruditas del legado literario griego, diera una calurosa bienvenida a estas muletas intelectuales, convertidas ellas mismas en obras menores de la literatura.
En la formación del pepaideuménos convergían diversas disciplinas que se abordaban desde la primacía de la retórica: la filosofía, la gramática, la medicina, la historia, el arte, la mitología e incluso la religión eran áreas de obligado estudio para el aprendiz de sofista. Es manifiesto en el caso de Eliano. Sócrates y Platón, pero también Pitágoras o los Cínicos pueblan su obra, pero nada, o casi nada, se encuentra en ella de sus enseñanzas, sino, en la mayoría de los casos, anécdotas de su vida impúdicamente inventadas por él mismo o, lo que es más probable, por sus fuentes.
Otros campos del saber tampoco escaparon a esta suerte de depredación intelectual. Eliano, como tantos otros en su género, prestó atención a las curiosidades anticuarias del lenguaje, discutiendo el uso particular que del verbo «inspirar» se hacía en Esparta. Las prácticas y creencias religiosas de la Antigüedad eran campo abonado para la acción del compilador.
Precisamente tres capítulos dedicados a la crítica del ateísmo —II 23 y 31 y IV 28— permiten comprender la perspectiva retórica de toda la obra. Ésta no estaba compuesta por su interés en la remota antigüedad griega, sino por el uso que de aquel pasado podía hacerse en el presente. Los tiempos de Eliano eran de confusión religiosa. Fueron definidos, hace ya muchos años, como una «época de angustia», etc. El pasado servía como código para enunciar y comprender el presente.
La potencialidad y el último destino retórico de la erudición que Eliano exhibe es evidente en el mismo texto de sus Historias. Muchos sucesos están narrados como enunciados de los progymnásmata retóricos, de los ejercicios preparatorios que eran el escalón que conducía directamente a la composición del discurso.
En ocasiones el propio Eliano no puede resistirse y compone, él mismo, el ejercicio, dando lugar a algunos de los capítulos más extensos de la obra. Es el caso del valle del Tempe, ejemplo de