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Howard Zinn - La otra historia de los Estados Unidos

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Howard Zinn La otra historia de los Estados Unidos
  • Libro:
    La otra historia de los Estados Unidos
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  • Año:
    2014
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La otra historia de los Estados Unidos: resumen, descripción y anotación

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Para Georgia Serena Naushon Will -y su generación Agradecimientos A - photo 1

Para Georgia, Serena, Naushon, Will -y su generación.

Agradecimientos:

A Akwesasne Notes, Mohawk Nation, por el extracto del poema de Ila Abernathy.

A Dodd, Mead & Company, por el extracto de "We Wear The Mask" de The Complete Poems of Paul Laurence Dunbar.

A Harper & Row, por "Incident" de On These I Stand por Countee Cullen. Copyright 1925 de Harper & Row, Publishers, Inc.; renovado en 1953 por Ida M. Cullen.

A Alfred A. Knopf, Inc., por el extracto de "I, Too" de Selected Poems of Langston Hughes.

A The New Trail, 1953 School Yearbook of the Phoenix Indian School, Phoenix, Arizona, por el poema "It Is Not!"

A Random House, Inc., por el extracto de "Lenox Avenue Mural" de The Panther and the Lash: Poems of Our Time por Langston Hughes.

A Esta Seaton, por su poema "Her Life", que apareció primero en The Ethnic American Woman por Edith Blicksilver, Kendall/Hunt Publishing Company, 1978.

A Warner Bros., por el extracto de Brother Can You Spare a Dime?, letra de lay Gorney, música de E. Y Harburg. © 1932 Warner Bros. Inc. Copyright Renovado. Todos los derechos reservados. Utilizado con permiso.

Capítulo 1

COLÓN, LOS INDÍGENAS Y EL PROGRESO HUMANO

Los hombres y las mujeres arawak, desnudos, morenos y presos de la perplejidad, emergieron de sus poblados hacia las playas de la isla y se adentraron en las aguas para ver más de cerca el extraño barco. Cuando Colón y sus marineros desembarcaron portando espadas y hablando de forma rara, los nativos arawak corrieron a darles la bienvenida, a llevarles alimentos, agua y obsequios. Después Colón escribió en su diario

Nos trajeron loros y bolas de algodón y lanzas y muchas otras cosas más que cambiaron por cuentas y cascabeles de halcón No tuvieron ningún inconveniente en darnos todo lo que poseían.

Eran de fuerte constitución, con cuerpos bien hechos y hermosos rasgos.

No llevan armas, ni las conocen Al enseñarles una espada, la cogieron por la hola y se cortaron al no saber lo que era No tienen hierro Sus lanzas son de caña.

Serían unos criados magníficos.

Con cincuenta hombres los subyugaríamos a todos y con ellos haríamos lo que quisiéramos.

Estos arawaks de las Islas Antillas se parecían mucho a los indígenas del continente, que eran extraordinarios (así los calificarían repetidamente los observadores europeos) por su hospitalidad, su entrega a la hora de compartir. Estos rasgos no estaban precisamente en auge en la Europa renacentista, dominada como estaba por la religión de los Papas, el gobierno de los reyes y la obsesión por el dinero que caracterizaba la civilización occidental y su primer emisario a las Américas, Cristóbal Colón.

Escribió Colón:

Nada más llegar a las Antillas, en las primeras Antillas, en la primera isla que encontré, atrapé a unos nativos para que aprendieran y me dieran información sobre lo que había en esos lugares.

La cuestión que más acuciaba a Colón era ¿dónde está el oro? Había convencido a los reyes de España a que financiaran su expedición a esas tierras. Esperaba que al otro lado del Atlántico -en las "Indias" y en Asia- habría riquezas, oro y especias. Como otros ilustrados contemporáneos suyos, sabía que el mundo era esférico y que podía navegar hacia el oeste para llegar al Extremo Oriente. España acababa de unificarse formando uno de los nuevos Estado-nación modernos, como Francia, Inglaterra y Portugal. Su población, mayormente compuesta por campesinos, trabajaba para la nobleza, que representaba el 2% de la población, siendo éstos los propietarios del 95% de la tierra. España se había comprometido con la Iglesia Católica, había expulsado a todos los judíos y ahuyentado a los musulmanes. Como otros estados del mundo moderno, España buscaba oro, material que se estaba convirtiendo en la nueva medida de la riqueza, con más utilidad que la tierra porque todo lo podía comprar.

Había oro en Asia, o así se pensaba, y ciertamente había seda y especias, porque hacía unos siglos, Marco Polo y otros habían traído cosas maravillosas de sus expediciones por tierra. Al haber conquistado los turcos Constantinopla y el Mediterráneo oriental, y al estar las rutas terrestres a Asia en su poder, hacía falta una ruta marítima. Los marineros portugueses cada día llegaban más lejos en su exploración de la punta meridional de Africa. España decidió jugar la carta de una larga expedición a través de un océano desconocido.

A cambio de la aportación de oro y especias, a Colón le prometieron el 10% de los beneficios, el puesto de gobernador de las tierras descubiertas, además de la fama que conllevaría su nuevo título Almirante del Mar Océano. Era comerciante de la ciudad italiana de Génova, tejedor eventual (hijo de un tejedor muy habilidoso), y navegante experto. Embarcó con tres carabelas, la más grande de las cuales era la Santa María, velero de unos treinta metros de largo, con una tripulación de treinta y nueve personas.

Colón nunca hubiera llegado a Asia, que distaba miles de kilómetros más de lo que él había calculado, imaginándose un mundo más pequeño. Tal extensión de mar hubiera significado su fin. Pero tuvo suerte. Al cubrir la cuarta parte de esa distancia dio con una tierra desconocida que no figuraba en mapa alguno y que estaba entre Europa y Asia: las Américas. Esto ocurrió a principios de octubre de 1492, treinta y tres días después de que él y su tripulación hubieran zarpado de las Islas Canarias, en la costa atlántica de Africa. De repente vieron ramas flotando en el agua, pájaros volando. Señales de tierra. Entonces, el día 12 de octubre, un marinero llamado Rodrigo vio la luna de la madrugada brillando en unas arenas blancas y dio la señal de alarma. Eran las islas Antillas, en el Caribe. Se suponía que el primer hombre que viera tierra tenía que obtener una pensión vitalicia de 10.000 maravedís, pero Rodrigo nunca la recibió. Colón dijo que él había visto una luz la noche anterior y fue él quien recibió la recompensa.

Cuando se acercaron a tierra, los indios arawak les dieron la bienvenida nadando hacia los buques para recibirles. Los arawak vivían en pequeños pueblos comunales, y tenían una agricultura basada en el maíz, las batatas y la yuca. Sabían tejer e hilar, pero no tenían ni caballos ni animales de labranza. No tenían hierro, pero llevaban diminutos ornamentos de oro en las orejas.

Este hecho iba a traer dramáticas consecuencias: Colón apresó a varios de ellos y les hizo embarcar, insistiendo en que le guiaran hasta el origen del oro. Luego navegó a la que hoy conocemos como isla de Cuba, y luego a Hispaniola (la isla que hoy se compone de Haití y la República Dominicana). Allí, los destellos de oro visibles en los ríos y la máscara de oro que un jefe indígena local ofreció a Colón provocaron visiones delirantes de oro sin fin.

En Hispaniola, Colón construyó un fuerte con la madera de la Santa María, que había embarrancado. Fue la primera base militar europea en el hemisferio occidental. Lo llamó Navidad, y allí dejó a treinta y nueve miembros de su tripulación con instrucciones de encontrar y almacenar oro Apresó a más indígenas y los embarcó en las dos naves que le quedaban. En un lugar de la isla se enzarzó en una lucha con unos indígenas que se negaron a suministrarles la cantidad de arcos y flechas que él y sus hombres deseaban. Dos fueron atravesados con las espadas y murieron desangrados. Entonces la Niña y la Pinta embarcaron rumbo a las Azores y a España Cuando el tiempo enfrió, algunos de los prisioneros indígenas murieron.

El informe de Colón a la Corte de Madrid era extravagante. Insistió en el hecho de que había llegado a Asia (se refería a Cuba) y a una isla de la costa china (Hispaniola). Sus descripciones eran parte verdad, parte ficción.

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