Me gustaría dar las gracias a Myla Kabat-Zinn, Sarah Doering, Larry Rosenberg, John Miller, Danielle Levi Alvares, Randy Paulsen, Martin Diskin, Dennis Humphrey y Ferris Urbanowski por haber leído los primeros borradores del manuscrito y por haberme transmitido sus valiosos comentarios y sus ánimos. Estoy profundamente agradecido a Trudy y a Barry Silverstein por haberme brindado la posibilidad de instalarme en su rancho de Rocky Horse durante un período intensivo de escritura, cuando el libro estaba en sus primeros estadios, así como a Jason y Wendy Cook por las aventuras del Oeste que compartimos esos maravillosos días. También deseo expresar mi agradecimiento a mis editores, Bob Miller y Mary Ann Naples, por su profundo compromiso con el trabajo bien hecho y por el placer que ha sido trabajar con ellos. Les agradezco a ellos, a la familia Hyperion, a la agente literaria Patricia van der Leun, a la diseñadora de libros Dorothy Schmiderer Baker y a la artista Beth Maynard el cuidado y la atención que han puesto en todo el proceso para que este libro pueda ver la luz.
Introducción
¿Sabe?, al final todo se reduce a esto: dondequiera que vaya, allí está. Sea lo que sea lo que termine haciendo, es lo que ha acabado haciendo. Sea lo que sea en lo que esté pensando ahora mismo, eso es lo que hay en su mente. Sea lo que sea lo que le ha ocurrido, ya ha ocurrido. El quid de la cuestión es: ¿cómo va a manejarlo? En otras palabras: «¿Y ahora qué?».
Nos guste o no, este momento es todo cuanto tenemos para trabajar. Sin embargo, con muchísima facilidad todos acabamos viviendo nuestras vidas como si olvidásemos momentáneamente que estamos aquí, donde ya estamos, y que estamos en lo que ya estamos. En todo momento nos encontramos en la encrucijada del aquí y del ahora. Pero, cuando surge la nube del olvido acerca de dónde estamos ahora, en ese preciso instante, nos perdemos. «¿Y ahora qué?» se convierte entonces en un auténtico problema.
Con perdernos quiero decir que momentáneamente dejamos de estar en contacto con nosotros mismos y con toda la gama de posibilidades que tenemos a nuestro alcance. En lugar de eso, caemos en una forma de ver, de pensar y de actuar similar a la de un robot. En esos momentos, interrumpimos el contacto con aquello que es más profundo de nosotros mismos y que nos brinda nuestras mayores oportunidades para ser creativos, aprender y crecer. Si no somos cuidadosos, esos momentos nublados pueden prolongarse y llegar a ser la mayor parte de nuestra vida.
Para permitirnos estar verdaderamente en contacto con donde ya estamos, dondequiera que sea, tenemos que hacer una pausa en nuestra experiencia, lo suficientemente larga como para permitir que el momento presente pueda penetrar en nosotros; lo suficientemente larga como para poder sentir verdaderamente el momento presente, verlo en su totalidad, sostenerlo en la conciencia y, de ese modo, llegar a conocerlo y comprenderlo mejor. Sólo entonces podremos aceptar la verdad de este momento de nuestra vida, aprender de él y seguir adelante. Sin embargo, muy a menudo estamos preocupados por el pasado, por lo que ya ha ocurrido, o bien por el futuro que está por llegar. Buscamos algún otro lugar en el que estar, con la esperanza de que allí las cosas serán mejores, más alegres, más como queremos que sean o como solían ser. La mayor parte del tiempo somos sólo parcialmente conscientes de esta tensión interna, si es que lo somos. Es más, también somos sólo parcialmente conscientes, en el mejor de los casos, de lo que estamos haciendo exactamente en nuestra vida o con ella, y de los efectos que nuestras acciones y, más sutilmente, nuestros pensamientos tienen en lo que vemos y dejamos de ver, en lo que hacemos y dejamos de hacer.
Por ejemplo, en general, de forma muy inconsciente, suponemos que lo que pensamos —las ideas y opiniones que tenemos en un momento determinado— son la verdad acerca de lo que hay ahí fuera, en el mundo, y aquí dentro, en nuestras mentes. Sin embargo, la mayoría de las veces esto no es así.
Pagamos un precio muy alto por esta suposición errónea y no examinada, por el hecho de no tener en cuenta, de forma casi deliberada, la riqueza de nuestros momentos presentes. Esto tiene secuelas, que se van acumulando silenciosamente e influyen en nuestras vidas sin que lo advirtamos ni seamos capaces de hacer nada al respecto. Puede que casi nunca estemos donde realmente estamos, que casi nunca estemos en contacto con todas nuestras posibilidades. Por el contrario, nos encerramos en una ficción personal, según la cual ya sabemos quiénes somos, ya sabemos dónde estamos y adónde nos dirigimos, ya sabemos qué está ocurriendo; y mientras tanto permanecemos envueltos en un velo de pensamientos, fantasías e impulsos, la mayoría de ellos relacionados con el pasado y el futuro, con lo que deseamos y nos gusta y con lo que tememos y no nos gusta, que se prolongan continuamente y nos impiden ver en qué dirección vamos y el suelo que pisamos.
El libro que tiene en las manos trata sobre cómo despertar de tales sueños y de las pesadillas en las que suelen convertirse. El hecho de no saber siquiera que estamos soñando es lo que los budistas denominan ignorancia, o inconsciencia. Estar en contacto con este no saber es lo que se llama