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Walsh Arthur J M - Las Cronicas De Mostur II

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Walsh Arthur J M Las Cronicas De Mostur II

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LAS CRÓNICAS DE MÓSTUR II CANCIÓN NOCTURNA DE MUERTE ARTHUR JM WALSH - photo 1

LAS CRÓNICAS DE MÓSTUR

II

CANCIÓN NOCTURNA

DE MUERTE

ARTHUR J.M. WALSH

ILUSTRADO POR JOSÉ GABRIEL ESPINOSA

Éste es el peor vino que he probado desde que regresé del norte protestó uno - photo 2

Éste es el peor vino que he probado desde que regresé del norte protestó uno - photo 3

Éste es el peor vino que he probado desde que regresé del norte protestó uno - photo 4

—Éste es el peor vino que he probado desde que regresé del norte —protestó uno de los clientes.

El posadero acudió de inmediato al reconocer aquella voz. Lo último que deseaba era tener un percance con el grupo de mercenarios que se encontraba en su establecimiento. Sabía que, si no atendía sus demandas, el problema sería demasiado complicado de resolver.

« Esos idiotas me destrozarán la taberna ».

—¿Puedo ayudarle, mi señor? —esbozó una sonrisa forzada.

—Claro que puedes, tabernero. Este vino sabe a vinagre... vinagre del malo. Estoy seguro de que su uva fue recogida antes de que existieran los dioses. Compruébalo tú mismo —le acercó la copa para que pudiera olerlo.

—Es cierto, mi señor. Os pido perdón... Si os soy sincero, es la primera vez que me sucede...

—No quiero tu sinceridad, sino unas jarras de vino para mí y mis hombres... El mejor vino que tengas y, por supuesto, gratis... No te conviene que nadie se entere de esto, ¿verdad? —miró a los hombres con quienes compartía mesa.

—Por supuesto, mi señor —el posadero se dio la vuelta y dio gracias a los dioses de que en aquel momento no hubiera allí nadie más, aparte de Morley y sus compañeros. El mercenario intercambió unas miradas con algunos de ellos, que no pudieron contener la risa al ver el palidecido rostro de Helmut, el dueño de aquel sobrio establecimiento.

Los tablones de madera oscura repartidos por la superficie de manera irregular y desordenada daban a la posada un aspecto triste, mustio. Las ventanas eran del mismo color y tenían un olor a humedad que se propagaba con el aire que entraba por sus rendijas. La suciedad de los cristales apenas permitía ver el exterior, donde las nubes que cubrían el cielo de Móstur mantenían a la ciudad sumida en una penumbra que únicamente desaparecería con la caída de la noche.

El posadero tardó poco en regresar. Portando una jarra en cada mano, se apresuró a servir el vino a sus únicos clientes.

« Hoy he perdido dinero », pensó mientras contemplaba el caldo que Morley repartía entre sus hombres.

—Bebed, bastardos —el mercenario sonreía mientras llenaba las copas que le eran ofrecidas—. Brindemos por esta última misión que hemos culminado...

—Para mí ha sido la última de verdad —respondió uno de sus compañeros—. Voy a regresar a mis tierras y cuidar de mis ovejas...

—Vidok, hijo de diez padres... —Morley se echó a reír—. Llevas diciendo eso desde que te conozco... Tus ovejas deben de llevar años muertas, viejo mentiroso.

—¿Ovejas? Te refieres a tus mujeres, ¿verdad? —respondió otro—. A estas alturas, seguro que las tetas les llegan hasta los pies...

—Tu mujer no puede decir lo mismo, ¿verdad? —se defendió el aludido—. Hasta el posadero tiene más tetas que ella.

Las carcajadas se multiplicaron en la mesa mientras los insultos adquirían mayores proporciones. Raro era el día en que uno de los mercenarios no se acordaba del padre, madre o mujer de otro. Era algo habitual entre ellos, guerreros curtidos en mil batallas que habían luchado espalda con espalda, hombro con hombro; habían compartido demasiados amaneceres, demasiadas luchas y misiones desempeñadas con mayor o menor éxito.

Morley sorbió un largo trago de su copa.

—Posadero...

—¿Sí, mi señor? —el dueño del local se giró tembloroso para escuchar a Morley.

—Este sí es un caldo digno de los mismísimos dioses. ¡Muchachos, brindemos por el posadero! —el mercenario alzó la copa. Sus hombres imitaron aquel gesto.

—Sí, y también por su esposa... —dejó escapar el más anciano de los mercenarios.

—Vidok, no seas grosero —Morley dirigió una mirada severa a su compañero antes de girarse hacia el tabernero—. No le hagas caso, lleva tanto tiempo sin estar con una mujer que no hace más que pensar en ellas. El otro día confundió a uno de los artistas del circo con una hermosa dama...

Las risas volvieron a inundar la posada, convirtiendo el tugurio en toda una fiesta. A pesar de que únicamente eran siete los clientes, seguramente aquel lugar no había vivido semejante diversión en varios años.

La puerta chirrió al abrirse y la presencia del recién llegado apagó todas las risas. Los ojos de los mercenarios se posaron en el helvatio que acababa de entrar. Incluso Helmut, que ya había retornado al otro lado de la barra, no pudo apartar la vista del hombre que descubría su rostro al momento de cerrarse la puerta. Los ojos del posadero no podían creer lo que estaban viendo.

—Buenas tardes, caballeros —saludó el nuevo cliente, dejando escapar una sonrisa—. ¿Me puedo sentar ahí? —señaló un hueco que había vacío en la mesa de los mercenarios.

Los otros seis hombres miraron a Morley, que asintió extendiendo el brazo en un gesto que invitaba al helvatio a tomar asiento.

—¿A qué se debe el honor de vuestra visita? —preguntó Morley, cuyo rostro recuperó la seriedad.

—Me han informado de que os encontraría por aquí.

—Sin duda, tenéis buenos informadores repartidos por toda la ciudad.

—Espías, estaréis pensando, Morley. No os reprimáis. Nos conocemos desde hace demasiado tiempo como para andar fingiendo esa... caballerosidad que gusta a tantos hombres. Ya sabéis que conmigo podéis ser sincero en vuestras palabras. Mientras vuestras acciones no vayan contra los dioses, no tenéis nada que temer.

—Entonces, hablando de sinceridad y de acciones que van contra los dioses...

—Lo sé. Vuestras caras han reflejado ese mismo pensamiento nada más verme: ¿qué hace un clérigo helvatio en este tugurio, si nuestra religión nos prohíbe entrar en esta clase de lugares?

—Vos no sois un clérigo helvatio cualquiera. En las tierras del Norte hemos compartido mesa con algunos de vuestros discípulos...

—Sí, tal vez reconozcáis los cadáveres de algunos de ellos.

—Por eso mismo me preguntaba si, siendo vos el Gran Maestro de la Orden, el mismo que ha sentenciado a los que se han atrevido a desobedecer los mandatos de vuestro dios...

—Dejémonos de preguntas que no van a ninguna parte, Morley —El Gran Maestro Therios tomó asiento frente al mercenario—. Estoy aquí por un motivo excepcional que, sin duda, Athmer aprueba.

—¿Está relacionado conmigo o con alguno de mis hombres? Os aseguro que no hemos hecho nada que vaya contra los dioses.

—En realidad, es algo relacionado con todos y cada uno de vosotros —Therios paseó su penetrante mirada por todos los mercenarios, que comenzaron a inquietarse.

—Explicaos —la expresión de Morley ya había perdido toda la alegría reflejada antes de que Therios apareciera.

—Me han dicho que acabáis de llevar a cabo un encargo propuesto por un noble de la ciudad.

—Así es —asintió el mercenario.

—Bien... También me han dicho que estabais buscando algún nuevo... trabajo. ¿No es cierto?

—Me temo que esto último no, Maestro. De hecho, estaba a punto de brindar con mis hombres por el descanso que nos habíamos prometido antes de culminar el encargo del noble.

—En ese caso, permitidme que os ofrezca un motivo mejor por el que brindar —Therios se echó la mano al bolsillo y extrajo una pequeña bolsa. Las monedas tintineraron en su interior.

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