Estoy sumamente agradecida al equipo que trabajó conmigo en esta jornada que ha cambiado mi vida por medio de la Palabra de Dios:
Brian Hampton, gracias por tu liderazgo y visión.
Bryan Norman, siempre das mucho más de lo que se te pide, ¡pero esta vez diste dos vueltas alrededor del planeta Tierra! Gracias, Bryan.
Jeanette Thomason, gracias por vaciarte sin reservas en este proyecto.
Jennifer Stair, tu esmerada atención al detalle es un regalo sin igual.
Michael Hyatt y el equipo completo de Thomas Nelson, es un privilegio estar en compañía de personas tan creativas.
Mary Graham y la familia de Mujeres de Fe, gracias desde el fondo de mi corazón por la plataforma que me han dado para compartir el amor y la gracia de Dios con miles de mujeres a través de todo el país.
Barry Walsh, estoy muy agradecida a ti, por lo mucho que te ha gustado este libro. Me ayudaste en cada paso del camino, y gracias a ti, el proyecto final es mucho más sólido. ¡Gracias!
Mi gratitud más profunda es a ti, Señor Jesucristo. Gracias porque podemos aferrarnos a tus promesas y encontrar en ti refugio para nuestras vidas.
Introducción
E N LA HENDIDURA
DE LA ROCA
Una noche sola en la tormenta
Cerca de mí hay un lugar sobre una roca —añadió el Señor—. Puedes quedarte allí. Cuando yo pase en todo mi esplendor, te pondré en una hendidura de la roca y te cubriré con mi mano, hasta que haya pasado.
—É XODO 33.21–22
Y a sea el Hotel Ritz Carlton o un Motel 6, todo viajero sabe la importancia de encontrar refugio en la noche, un lugar donde descansar, para resguardarse del clima o solamente por un día, y para darle la bienvenida a la promesa del amanecer y al esplendor de una nueva mañana.
Yo lo sabía, aunque solo tenía dieciocho años de edad.
Así que cuando abordamos el tren en Ayr, el lugar donde vivíamos, en la costa oeste de Escocia, mis amigas de la escuela secundaria —Linda, Moira— y yo, acarreamos una colección impresionante de sacos para dormir, mochilas y equipos para acampar y nos dirigimos a nuestro campamento femenino. Si crees que se trata de muchachas exploradoras, mejor piensa en algo como la serie de televisión Los nuevos ricos. Ya al atardecer, la palabra refugio estaría en nuestras mentes. Primero cambiaríamos de trenes en Glasgow, con destino a Aviemore, el cual se encontraba en el mismo centro del Parque Nacional de Cairngorms.
Las Cairngorms, ubicadas en las tierras altas del este de Escocia, son cinco de las montañas más elevadas de ese país, cada una de ellas lejana y hermosa. Incitaban a una aventura por lo que me entusiasmó explorarlas, con la esperanza de ver a un águila real o a un gran búho blanco.
Me encantaba la idea de ser exploradora. Como crecí en la costa oeste de Escocia, admiraba a los hombres y mujeres que se aventuraban con lo desconocido, particularmente aquellos que vivieron para contar sus historias. Al ver las escarpadas y agrestes Cairngorms, aún con sus olas de nieve sobre las cimas, pensé: «Esto no va a ser fácil, lo de vivir para contar la historia». Sin embargo, la idea siguió atrayéndome.
Linda, Moira y yo salimos del tren, para caminar por un territorio totalmente nuevo. Decidimos tomarlo con calma esa primera noche, caminando solo cuatro kilómetros hacia la cordillera. Lo agreste del lugar nos advertía de una manera tácita y siniestra que debíamos armar nuestras tiendas de campaña mientras hubiese suficiente luz del día. Aun desde la plataforma del tren, nos asombró ver las altas mesetas de Braeriach y las enormes laderas de las montañas Cairngorms. Ahora, mientras nos dirigíamos hacia las montañas y ascendíamos, estábamos rodeadas de rayos solares intermitentes con nieblas que se retorcían y sombras profundas plateadas en las hendiduras, brillando con residuos de nieve. Los lugares más recónditos revelaban los precipicios desolados, los barrancos de granito rojo y las fauces escabrosas de la montaña.
Antes de subir, encontramos algo que parecía un buen lugar para acampar esa noche, entonces hicimos una pequeña fogata para hervir agua porque, hasta en la selva, las escocesas necesitamos nuestra taza de té. Antes de meternos en nuestras tiendas individuales de campaña, quise celebrar esa noche hermosa. Así que subí al punto más panorámico para ver el sol esconderse detrás de las montañas.
Entonces volví a bajar para meterme en mi saco de dormir, prendí mi linterna y leí uno de mis salmos favoritos. Llamado «Cántico de los peregrinos», el Salmo 121 parecía muy adecuado:
A las montañas levanto mis ojos;
¿de dónde ha de venir mi ayuda?
Mi ayuda proviene del Señor,
creador del cielo y de la tierra.
No permitirá que tu pie resbale;
jamás duerme el que te cuida.
Jamás duerme ni se adormece
el que cuida de Israel.
El Señor es quien te cuida,
el Señor es tu sombra protectora
De día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.
El S EÑOR te protegerá;
de todo mal protegerá tu vida.
El S EÑOR te cuidará en el hogar y en el camino,
desde ahora y para siempre.
En aquella selva, con la oscuridad más profunda que te puedas imaginar y con toda clase de sonidos extraños —pájaros asentándose para pasar la noche, el ruido de las ramas de los árboles causado por las brisas de las montañas, el crujir de la hierba por el paso de un animal horripilante que no puede ser percibido—, todo me hizo temer que había hecho reservaciones para pasar la noche en mi saco de dormir. Aun así, el Salmo 121 me confortó y pude dormir profundamente y en paz con una imagen clara en mi mente de ese lugar hermoso.