HERBERT ASBURY (Farmington, Missouri, 1889 - New York City, New York, 1963) fue un reputado periodista que escribió algunos interesantes libros acerca del lado más oscuro de la vida en Estados Unidos en los últimos años del siglo XIX y primeros del XX. Al estallar la Primera Guerra Mundial se alistó en el ejército, donde inició una prometedora carrera que sin embargo se truncó debido a problemas pulmonares derivados de la inhalación de gases. A lo largo de toda su vida se vería acosado por enfermedades derivadas de esta etapa de su biografía.
Se dio a conocer con un extenso reportaje publicado en 1926 en la revista American Mercury acerca de una prostituta que conseguía sus clientes en los cementerios y que provocó un gran revuelo. Posteriormente trabajaría en el Atlanta Georgian, el New York Sun, el New York Herald y el New York Tribune, hasta que en 1928, buscando una mayor libertad de expresión, se dedicó por completo a la escritura de libros, artículos para revistas, obras teatrales y guiones para películas.
Sus libros están impregnados de un estilo documental y se centran en los temas del crimen y el pecado.
Bibliografía
Gran parte del material para este libro proviene de periódicos y revistas, de los archivos de la policía y de los juzgados, y de entrevistas personales con delincuentes y agentes de policía. Además, se han consultado más de doscientos libros y folletos, incluidos textos históricos oficiales y libros de referencia; informes de reformatorios; memorias de criminales y funcionarios de los tribunales y de la policía; guías, etcétera. A continuación, se enumeran algunas de las fuentes más importantes:
Anónimo, Account of the Terrific and Fatal Riot at the New York Astor Place Opera House, 1849.
Anónimo, Asmodeus in New York, 1868.
Anónimo, Hot Corn, 1854.
Barnard, F. William, Forty years at the Five Points, 1893.
Barnes, David, The Metropolitan Police, 1864.
Barrett, Walte, The Old Merchants of New York City, 1885.
Brace, Charles Loring, The Dangerous Classes Of New York, 1880.
Byrnes, inspector Thomas, Professional Criminals of America, 1886-1895.
Costello, A. E., Our Police Protectors; a History of the New York Police, 1885.
Damas de la Misión, The Old Brewery and the New Mission House at the five Points, 1854.
Gerard. J. A., London and New York: Their Crime and Police, 1853.
Green, J. H., Report of Gambling in New York, 1851.
Headley J. T., The Great Riots of New York, 1873.
Howe, William E, y Abraham Hummel, Danger! A True History of a Great City’s Wiles and Temptations, 1886.
Ingersoll, Ernest, A Weck in New York, 1892.
King. Moses, King’s Handbook of New York City, 1892.
Lewis, Alfred Henry, Nation-Famous New York Murders, 1914.
Lewis, Alfred Henry, The Apaches of New York, 1912.
Moss, Frank, Ll. D., The American Metropolis, From Knickerboker Days to the Present Time, 1897.
Mott, Hopper Striker, The New York of Yesterday; a Descriptive Narrative of Old Bloomingdale, 1908.
Myers, Gustavus, History of Tammany Hall, 1917.
Parkhurst, rev. Charles H., Our Fight with Tammany, 1923.
Parkhurst, rev. Charles H., My Forty Years in New York, 1923.
Rider, Fremont, ed., Rider’s New York City, 1924.
Stone, William L., History of New York City, 1872.
Sutton, Warden Charles, The New York Tombs; its Secrets and Mysteries, 1874.
Thrasher, Frederic, M., Ph., D., The gang, 1927.
Un voluntario especial, The Volcano Under the City, 1887.
Valentine’s Manual of Old New York, 1866-1927.
Wakeman, Abram, History of Lower Wall Street and Vicinity, 1914.
Walling, George W., Recollections of a New York Chief of Police, 1888.
Winslow Martin, Edward, Secrets of the Great City; the Virtues and the Vices, the Mysteries, Miseries and Crimes of New York City, 1868.
Para Orell
Título original: The Gangs of New York: An Informal History of the Underworld
Herbert Asbury, 1928
Traducción: Carme Font Paz
Diseño de cubierta: Jordi Sabat
Editor digital: joseb85
ePub base r1.2
Introducción
Este libro no es un tratado de sociología, ni pretende ofrecer soluciones a los problemas sociales, económicos y criminales que plantean las bandas de gánsteres. Tampoco tiene la intención de interpretar y analizar la figura del gánster al estilo moderno del «creo que creía», de modo que se encamine al lector hacia los más profundos recovecos de la mente de estos individuos y desde ahí se observe el funcionamiento de su escaso aparato mental. Bien al contrario, este libro pretende ser una crónica de las proezas más espectaculares de aquellos ciudadanos rebeldes que constituyeron una peligrosa molestia en Nueva York durante casi un siglo; una crónica que reúna los indicios suficientes para mostrar su trasfondo de vicio, pobreza y corrupción política, y que ayude a comprenderlos. Afortunadamente, su figura ya no forma parte de la escena metropolitana, pero ha permanecido viva durante casi diez años en la imaginación de los aplicados periodistas, entre quienes la tradición del gánster tiene más vidas que el gato de Matusalén. Nunca ha habido nada que proporcionara tanto material escrito, ni mejor, que estos sucesos turbulentos, de manera que los periodistas siguen resucitando al gánster cada vez que se produce un misterioso asesinato en los barrios bajos o entre las luces blancas de Broadway. No importa cuán obvio resulte que el origen del crimen es el contrabando de alcohol o el tráfico de drogas, siempre se considera que ha sido un crimen perpetrado por una nueva banda de gánsteres; se desempolvan y se difunden ciertas palabras y frases que han caído en desuso y perjudican el ejercicio de la profesión, y a la mañana siguiente se gritan a un populacho encantado de que se haya derramado sangre sobre la faz de la tierra y se haga inminente una nueva guerra entre bandas de gánsteres.
Pero el conflicto nunca llega a materializarse, y es muy probable que jamás lo haga de nuevo porque ya no hay bandas de gánsteres en Nueva York. No hay gánsteres en el sentido más común de la palabra. En su día, el gánster prosperó gracias a la protección y manipulación del político corrupto, ya que le resultaba un aliado de valor incalculable en época de elecciones. Pero al gánster, sencillamente, le llegó su hora. La mejora de las condiciones sociales, económicas y educativas ha contribuido a reducir el número de miembros en estos grupos. Además, las bandas organizadas han sido desmanteladas por la policía, quien siempre se ha mostrado dispuesta a estrenar campañas represivas cuando así se lo permitían sus maestros políticos. El inspector de policía Alexander S. Williams asestó el primer golpe mortal a las bandas de gánsteres al anunciar y poner en práctica su famosa frase de «hay más ley en la puma de la porra de un policía que en una decisión del Tribunal Supremo»; y el declive de esas bandas continuó cuando la decencia invadió la política y una ciudadanía enfurecida manifestó sus protestas contra las reyertas y las peleas indiscriminadas. Las bandas de gánsteres se dieron definitivamente a la fuga cuando John Purroy Mitchel fue elegido alcalde presentándose como candidato reformista en 1914. Sus comisarios de policía, Douglas I. McKay y Arthur Woods, acabaron derrotándolas por completo enviando a prisión a unos trescientos gánsteres, entre los cuales se encontraban muchos de los miembros más destacados de los bajos fondos.