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VV. AA. - Nueva York: Historia de dos ciudades

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VV. AA. Nueva York: Historia de dos ciudades
  • Libro:
    Nueva York: Historia de dos ciudades
  • Autor:
  • Editor:
    Nórdica Libros
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  • Año:
    2016
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Nueva York: Historia de dos ciudades: resumen, descripción y anotación

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Bienvenidos a la ciudad de Nueva York, donde el 1 por ciento de la població gana más de 500.000 dólares al año y hay 22.000 niños sin hogar. La creciente desigualdad es hoy un fenómeno mundial, y N.Y. es la metáfora de un mundo desarrollado donde el crecimiento desmesurado y la pobreza más terrible conviven sin apenas tocarse.
Este libro recoge la visió de treinta grandes autores contemporáneos que proceden de sitios diversos de todo el mundo y tienen en común que viven en Nueva York. Sus relatos, en los que encontramos ficció y reportaje, nos transmiten toda la angustia, la insensibilidad y la solidaridad de los ciudadanos de la gran urbe.
DAVID BYRNE
GARNETTE CADOGAN
BILL CHENG
TEJU COLE
LYDIA DAVIS
JONATHAN DEE
JUNOT DÍAZ
MARK DOTY
DAVE EGGERS
JONATHAN SAFRAN FOER
TIM FREEMAN
DW GIBSON
CHAASADAHYAH JACKSON
SARAH JAFFE
LAWRENCE JOSEPH
VICTOR LaVALLE
VALERIA LUISELLI
COLUM McCANN
DINAW MENGESTU
TÉA OBREHT
PATRICK RYAN
MICHAEL SALU
ROSIE SCHAAP
TAIYE SELASI
AKHIL SHARMA
ZADIE SMITH
JEANNE THORNTON
HANNAH TINTI
MARÍA VENEGAS
EDMUND WHITE

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NUEVA YORK: HISTORIAS DE DOS CIUDADES

David Byrne, Garnette Cadogan, Bill Cheng, Teju Cole, Lydia Davis, Jonathan Dee, Junot Díaz, Mark Doty, Dave Eggers, Jonathan Safran Foer, Tim Freeman, DW Gibson, Chaasadahyah Jackson, Sarah Jaffe, Lawrence Joseph, Victor LaValle, Valeria Luiselli, Colum McCann, Dinaw Mengestu, Téa Obreht, Patrick Ryan, Michael Salu, Rosie Schaap, Taiye Selasi, Akhil Sharma, Zadie Smith, Jeanne Thornton, Hannah Tinti, María Venegas, Edmund White

Edición de John Freeman

Prólogo de Antonio Muñoz Molina

Traducción de Magdalena Palmer

Título original Tales of Two Cities by John Freeman editor the various - photo 1

Título original: Tales of Two Cities, by John Freeman (editor)

© the various authors

Published in the United States by OR Books LLC, New York

© del prólogo: Antonio Muñoz Molina

© de la traducción: Magdalena Palmer

Edición en ebook: mayo de 2016

© Nórdica Libros, S.L.

C/ Fuerte de Navidad, 11, 1.º B 28044 Madrid (España)

www.nordicalibros.com

ISBN DIGITAL: 978-84-16440-94-8

Diseño de colección: Filo Estudio

Corrección ortotipográfica: Victoria Parra y Ana Patrón

Maquetación ebook: Caurina Diseño Gráfico

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Este libro recoge la visión de treinta grandes autores contemporáneos que proceden de sitios diversos de todo el mundo y tienen en común que viven en Nueva York. Sus relatos, en los que encontramos ficción y reportaje, nos transmiten toda la angustia, la insensibilidad y la solidaridad de los ciudadanos de la gran urbe.

David Byrne, Garnette Cadogan, Bill Cheng, Teju Cole, Lydia Davis, Jonathan Dee, Junot Díaz, Mark Doty, Dave Eggers, Jonathan Safran Foer, Tim Freeman, DW Gibson, Chaasadahyah Jackson, Sarah Jaffe, Lawrence Joseph, Victor LaValle, Valeria Luiselli, Colum McCann, Dinaw Mengestu, Téa Obreht, Patrick Ryan, Michael Salu, Rosie Schaap, Taiye Selasi, Akhil Sharma, Zadie Smith, Jeanne Thornton, Hannah Tinti, María Venegas, Edmund White

PRÓLOGO

Antonio Muñoz Molina

EL ESPEJISMO Y SU REVERSO

N ueva York es una ciudad y un espejismo de ciudad. La ciudad llevaba varios siglos existiendo antes de que surgiera el espejismo que la representa en el mundo, pero ahora ha desaparecido casi por completo tras él. Nueva York fue primero un puerto para el comercio y, a continuación, un centro formidable de manufactura: el puerto del que salían hacia Europa las pieles de los animales y el algodón que recolectaban los esclavos en las plantaciones del sur; y luego el polo de atracción de los millones de emigrantes que venían huyendo de los despotismos y las hambres de Europa. Hacia mediados del siglo XIX, Herman Melville dibuja la isla de Manhattan como un contorno al que se adhieren por todas partes proas de veleros. Cualquier calle de la ciudad acaba en su cintura portuaria y en el horizonte del mar. Primero los canales y luego los ferrocarriles la conectan con la inmensidad continental del interior del país. Nueva York entonces no es un espejismo, sino lo contrario de un espejismo: un puerto de mercancías que no descansa nunca, una terminal para la exportación de productos agrícolas, materias primas, hierro, acero; un paisaje de fábricas en las que los emigrantes, hombres y mujeres, trabajan jornadas de catorce horas, y de barriadas en las que se amontonan con un espesor de humanidad y pobreza que parecería de Calcuta o de Lagos. También una metrópolis en la que se acumula la riqueza y se vuelve obscena y desmedida su exhibición.

A Henry James el prosaísmo de Nueva York lo espantaba. Se fue a Inglaterra buscando atmósferas más propicias a la literatura, y cuando al cabo de los años volvió a su ciudad natal no la reconoció: aquellas torres enormes, con su mal gusto de parodias de estilos europeos, aquellos palacios de los escandalosamente ricos. Por no hablar del espectáculo inaudito de las multitudes: los asiáticos, los italianos, los judíos, los irlandeses. Para Henry James, Nueva York era lo contrario de un espejismo: era la áspera realidad, la vulgaridad de una civilización regida por el poder de las máquinas y del dinero, por la inundación humana de los emigrantes.

Sin duda el espejismo empezó con ellos, un sueño insensato y a la vez tangible: el nombre mágico, América , el nuevo mundo imaginado en una aldea de Sicilia o en un shtetl en la llanura fangosa de Ucrania, la tierra de la abundancia vislumbrada en las postales que enviarían los parientes pioneros. Con mucha frecuencia, el espejismo se disolvía nada más bajar del barco y llegar a los tenements del Lower East Side. Pero ya entonces le servía a la ciudad de lo que ha seguido sirviéndole siempre, y cada vez más: como fuente de ingresos y como imán para abastecerla de una riada inagotable de mano de obra, de gente dispuesta a trabajar en cualquier cosa en las condiciones que sean. En Estados Unidos, contra lo que pueda imaginarse en Europa, la expresión «the American dream» se usa generalmente con toda seriedad, sin rastro de esa ironía con que no podemos dejar de mirarla nosotros. Su significado es claro y simple: la promesa de que si uno se desvive trabajando y cumple las normas, conseguirá una vida mejor para él mismo y para su familia y sus herederos.

El «New York dream» es su equivalente en muchos sentidos, pero también tiene connotaciones propias. Funciona para el haitiano ilegal que conduce un taxi dieciséis horas al día como funcionó para el judío o el italiano que a principios del siglo pasado trabajaban en un taller de confección; también para el pakistaní, el hondureño, el dominicano, el nepalí, para la muchacha china o coreana que desde la mañana a la noche no levanta los ojos de los pies de clientes a los que les lima las uñas o les masajea los talones. Personas que tienen vidas miserables en sus países de origen llegan a Nueva York, dispuestas a lo que sea por salir adelante y enviar dinero a la familia que se quedó atrás. Lo que hacen, literalmente, es sacrificarse a sí mismas en beneficio de la próxima generación. Los hijos tendrán vidas mejores, irán a la escuela, en algunos casos a la universidad. La palanca de ascenso social, muy deteriorada, sigue funcionando en ocasiones. Y esa gente pobre y muy trabajadora facilita la vida de la ciudad con un coste muy bajo, lo cual aumenta golosamente los márgenes comerciales de quienes manejan los negocios. El Tercer Mundo, contiguo al Primer Mundo, le suministra repartidores de comida a domicilio que se juegan la vida en las medianoches de invierno a cambio de propinas, camareros, limpiadoras, albañiles, cuidadoras de niños, conductores de taxis. La mezcla de la necesidad y el espejismo, aderezada por un mercado laboral en el que el despido es gratis y los trabajadores no tienen derecho a seguro médico, vacaciones o baja por maternidad —y nisiquiera por enfermedad, en muchos casos— sostienen el funcionamiento de la ciudad y el bienestar de esa parte de sus habitantes que disfruta de algún tipo de privilegio. Los más pobres acuden de todo el mundo en busca de las oportunidades laborales que ofrece la presencia copiosa de los más ricos. El efecto económico, a la larga, es perverso: cuantos más ricos llegan a Nueva York más cara se vuelve la vida, no solo para los pobres, sino para los que están convencidos de pertenecer a la clase media. En el metro, por la mañana, o hacia la medianoche, hay siempre gente trabajadora que se ha quedado dormida, emigrantes centroamericanos o asiáticos demolidos por el trabajo y la falta de sueño, viajando durante horas hasta los barrios extremos en los que pueden pagarse un alquiler.

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