Tapas en Nueva York
Erina Alcalá
Primera edición en ebook: octubre 2019
Título Original: Tapas en Nueva York
©Erina Alcalá, 2019
©Editorial Romantic Ediciones, 2019
www.romantic-ediciones.com
Diseño de portada: Isla Books
ISBN: 978-84-17474-54-6
Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los titulares del copyright , en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.
A mis futuros lectores, a quienes espero les encantes las novelas de amor y erotismo.
Y sobre todo a mi hija Estrella.
Estoy convencido de que en un principio
Dios hizo un mundo distinto para cada hombre,
Y, que es en ese mundo, que está dentro de nosotros mismos,
donde deberíamos intentar vivir.
Oscar Wilde.
PRÓLOGO
Unos años antes...
El policía la observaba. Tenía, al menos, diez años más que ella. Era muy atractivo, lucía una mirada penetrante y ladeaba su cabeza de una forma sensual al mirarla.
Hacía dos meses que había ido de España a Nueva York, a la aventura y había tenido suerte de encontrar ese trabajo, aunque fuese por un año.
Un año, era mucho para ella y podría ahorrar todo el dinero que pudiese para lograr los objetivos que se había propuesto.
En principio no era el trabajo que ella quería, pero le pagaban muy bien, más que bien. Era remunerada por horas y trabajaba muchas horas, incluso el sábado hasta mediodía.
Si hacía una buena estrategia económica, en unos cuatro años o así, podría intentar montar la empresa de catering que tenía en mente.
Nada más llegar a Nueva York, buscó un apartamento en Brooklyn y encontró un estudio, con un sofá cama en el salón y una pequeña cocina. La segunda estancia era un baño con ducha, de pequeño tamaño, pero para ella era suficiente. Y fue lo suficiente barato porque en ese momento no tenía trabajo. Pero sabía idiomas y eso ya era un plus. Francés, inglés, alemán, italiano, algo de chino, árabe perfectamente y español, cómo no, si era española.
Se le daban bien los idiomas y ahora estaba aprendiendo chino, en el que se defendía. Tenía una capacidad especialmente sobresaliente para aprender y hablarlos. Por lo que no le resultó difícil encontrar un puesto de trabajo, en una comisaría de policía importante en a zona de Brooklyn.
Le asignaron un pequeño despacho y tenía que oír y traducir comunicaciones. Suplía una baja por un año.
Así que era feliz. Sabía que ese dinero le reportaría unos buenos ahorros y que si no fuese por ello, mermarían los que tenían, que eran casi tres mil dólares, porque todo cuanto había ganado en los veranos como estudiante en diversos países había ido a aprender idiomas y al curso superior de cocina que había terminado hacía tres meses.
No quería problemas amorosos, pero ese policía alto, la miraba de una forma especial a través de los cristales de su pequeño despacho.
Entró, llamando a la puerta y se presentó:
—Hola soy Steve. ¿Eres la nueva traductora?
—Sí, me llamo Estrella, encantada.
Él se sentó en su mesa.
—Lo siento tengo trabajo —le dijo.
Se sintió invadida en su espacio y quizá al jefe no le gustaba que estuviese ligando o hablando con un policía. Suerte que lo llamaron y tuvo que salir.
—Nos veremos guapa —le dijo con la seguridad de quien sabe que va a ligar. Y quizá fuese cierto. Una mirada fue más que suficiente para darse cuenta de la química sexual que había entre ellos.
Estrella dudó, pero si había algo, sería sólo sexo. Nada más.
No quería enredos ni problemas.
Una semana más tarde, el guapo policía, la estaba esperando a la salida del trabajo. Anochecía y Estrella, lo vio.
—Te esperaba —le dijo con una sonrisa—. Te invito a cenar.
—No te conozco apenas Steve.
—Somos compañeros, y trabajamos en la misma comisaría.
—Está bien —cedió Estrella—, pero algo rápido, no me gusta llegar muy de noche a casa.
—Yo te acompañaré al terminar.
Ella vaciló.
—Ya veremos.
Steve la llevó a una cafetería cercana y tomaron unas hamburguesas. Fue una velada agradable y sencilla. Él era divertido y encantador. Se le veía un hombre muy normal y honesto. Y eso a Estrella le gustaba.
Tardó en acostarse con él. Steve había tomado por costumbre esperarla a la salida de la comisaría, luego tomaban algo de cenar y una de esas noches, Estrella lo invitó a pasar a su estudio.
Ya le advirtió que era pequeño, solo una sala y un minúsculo baño, suficiente para ella. El edificio era antiguo, así como sus muebles, menos el sofá, que ella misma compró. Su estudio estaba muy limpio y ordenado.
Estrella no se podía quejar, el sexo con Steve era magnífico. Era un hombre que sabía lo que hacía. Pero era solo eso, sexo, nada más.
En eso no había confusión posible. Estrella fue clara, se lo dijo y él estaba de acuerdo.
Llevaba un mes más o menos saliendo con Steve y se habrían acostado unas cuantas veces, cuando un fin de semana, un domingo, se lo encontró en la calle. Iba abrazando a una mujer por los hombros y llevaba un niño de unos cinco años de la mano.
Sí, entonces supo que tenía familia y la había engañado.
Engañado hasta cierto punto, porque ella no quería una relación con él, pero no se hubiese acostado con ningún hombre de haber sabido que estaba casado o con pareja, y mucho menos hijos.
Él la miró y ella a él. En ese momento Steve supo que todo había acabado y que había actuado como un cabrón. Y es que lo era. Él actuaba así por norma, algo que Estrella supo después.
Estrella no quiso darle mayor importancia, salvo que el lunes siguiente, a la salida del trabajo, él la esperaba. Pero Estrella habló con él y fue clara. No quería seguir acostándose con él. No le reprochaba nada. Cada uno llevaba su vida como quería, pero ella no se acostaba con hombres que tenían pareja o estaban casados. Aunque Steve le insistió, ella fue muy tajante.
Y esa fue la primera relación que tuvo en Nueva York y Steve no tardó en encontrarle una sustituta. No le importó lo más mínimo, si le daba pena algo, eran la mujer y el hijo que no se merecían ese tipo de hombre.
Ella nunca querría un hombre así. Prefería tener una relación de una noche a perder su corazón por esa clase de hombre. Así que, eso fue cuanto le ocurrió sentimentalmente, durante el año que estuvo trabajando para la policía hasta que terminó su trabajo.
Ahorró un buen dinero. Casi 50.000 dólares. Ahorró en gastos, no se compró ropa, salvo ropa interior y nada sexy ni de marca. Solo un conjunto sexy para cuando salía algún día a tomar una copa.
Se acostó con tres hombres diferentes, en tres noches que salió de copas ella sola. Tampoco hizo amistades, pues en la policía y trabajando tantas horas, era muy difícil hacer amigos. Los que conoció en el departamento tenía cada uno su vida y salvo hablar con ellos allí, poco más.
Cuando terminó su sustitución, por fin pudo trabajar en algo que le gustaba. Encontró trabajo en un restaurante de cinco tenedores de Manhattan, con una suerte terrible de chefs. La cocina tenía tres.
Estrella sabía que, si no le hubiera hablado al jefe de policía sobre su pasión por la cocina, jamás hubiera podido trabajar ahí. Él fue quien la recomendó.
Empezó inmediatamente a trabajar. Y dentro de la cocina, subió como la espuma, pues al dueño le gustó mucho ver como trabajaba. Y es que Estrella siempre había sido muy trabajadora, creativa e innovadora.
A pesar de su suerte y ganar un buen sueldo, aunque no tanto como en la policía, no se quiso cambiar de piso a Manhattan. Hacerlo suponía más gastos y no ahorraría tanto para poder cumplir su sueño. Calculó y si seguía al mismo ritmo y hacía sábados y domingos, en tres años, estaría lista para montar su empresa.
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