Seducción sangrienta

Seducción

Sangrienta

Luz Maestre

Copyright ©2018 Luz Maestre

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ISBN: 9781976745348

Créditos de imagen: Freepik.com

DEDICATORIA

En especial a Paola Orozco, la lectora cero de esta historia. Sin tu apoyo no estaría publicada.

A Bey Acosta y su blog: El pequeño rinconcito de Bey, por obligarme a poner fecha y hacerme dejar todo para meterme de lleno en este proyecto.

A Nora, mi cirujana estrella, la que siempre me asesora en todo lo referente a medicina, cortes y “sicarios”.

Y, por último, a Sara Reverté Villar, por todos sus valiosos consejos.

ÍNDICE

Epígrafe

Prefacio

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Epílogo

Nota de la autora

AGRADECIMIENTOS

A Paola Orozco, mi lectora cero y excelente psicóloga. Gracias por guiarme en cada paso y darme el tirón de orejas cuando me desviaba del camino.

Epígrafe

"Después de que mi cabeza se haya desprendido del cuerpo, ¿podré oír por lo menos por un momento el sonido de mi propia sangre cuando brote de mi cuello? Sería el mayor placer para terminar todos mis placeres".

Peter Kurten.

"Para mí este mundo no es nada más que maldad y mi propia maldad resultó surgir de las consecuencias de lo que estaba haciendo".

Aileen Wuornos.

"Yo soy la proyección de la mentira en que vives, júzgame y senténciame, pero siempre estaré viviendo en ti".

Charles Manson.

Prefacio

Lo observó hasta que la imagen de aquel hombre que, por momentos se tornaba un desconocido, se perdió en la parte superior de la casa. Un escalofrío casi premonitorio recorrió su cuerpo al escuchar el sonido de las llaves encerrándolo en el sótano. La camiseta comenzaba a adherirse al cuerpo, húmeda, cálida y viscosa.

El bebé que sostenía entre los brazos lloraba sin parar. Se dirigió a la cama donde yacía el cuerpo sin vida, no pudo evitar dirigir la mirada al profundo corte en el abdomen y sentirse maravillado por tan hermosa visión. Con una sonrisa se sentó junto al cadáver sin desprenderse de la pequeña que, por extraño que pareciese, había escapado con vida entre sangre y gritos de dolor. Trató de pensar, pero el llanto de la niña se lo impedía, así que decidió dejarla sobre la cama y taparse los oídos con las manos. Aquellos no eran los únicos gritos que se percibían. En la parte superior retumbaban los pasos, los golpes y unos aullidos que le erizaban el vello.

En aquella misma cama, escuchó a Gabriel muchas veces contarle lo que él llamaba un trabajo bendecido por Dios. Supuso que, en ese mismo instante, estaba llevando a cabo su obra. Le habría gustado que lo dejara acompañarlo, era su héroe.

Esperó por verlo aparecer cuando los gritos cesaron y solo quedaron los de la niña, pero no ocurrió. Se dijo que regresaría por él y se lo repitió aun cuando comenzaba a perder la esperanza. Incluso cuando perdió la noción del tiempo y dejó de saber si era de día o de noche.

Continuó esperanzado cuando el estómago le gruñó de hambre y se quedó afónico por suplicar ayuda. En algún momento, el bebé llorón que lo enloquecía dejó de lanzar sus berridos y solo quedó el silencio. Convirtiendo el sótano en un sepulcro. Dejó de sentir hambre conforme el olor de los cuerpos se hizo insoportable, y la sed le hacía sentir tan reseca la boca que no se vería capaz de tragar.

La admiración que sentía por aquel hombre se tornó en furia, odio y desesperación. No podía llorar, tampoco comprender, ¿por qué lo había abandonado? Sabiéndose solo se acomodó entre los cuerpos buscando refugio y se arropó en el putrefacto aroma a muerte. Hasta que estuvo demasiado agotado y moribundo para comprender que alguien lo transportaba y lo llevaba lejos de aquel rincón seguro. Luces, sirenas, desconocidos. En aquel momento, no sabía qué le depararía el futuro. Lo que sí sabía era que, mientras Gabriel Astori respirara, él no podría descansar en paz.

Capítulo 1

—No puedes cambiar quiénes—

Gabriel se preguntó en muchas ocasiones cuál sería el detonante que activaba su comportamiento. Por más que intentó hacer una retrospectiva, el resultado siempre era el mismo: no podía cambiar la persona que era.

Tal vez poder no era lo más apropiado, simplificando los hechos lo acertado sería decir que no deseaba ser otro. Le gustaba su vida tal cual era, la adrenalina de la cacería, el engaño y la manipulación. El olor que emanaba de una mujer sedienta por sus atenciones, la forma en que se arqueaban bajo su cuerpo y les provocaba sentirse saciadas para después… ¡Ah, sí! El resultado de la seducción era sin lugar a dudas el mejor premio. El horror difuminado en sus facciones, los ruegos al no reconocer al monstruo que habían invitado a la intimidad, el inigualable placer del sonido tenue de la piel rasgándose con la hoja de un afilado cuchillo. El tronar de los huesos al ser desmembrados de la tersa carne, mantenerlas en cautividad alentando las esperanzas por ser rescatadas, para finalizar apagando cualquier rastro de vida.

Si tuviese que decidir qué clase de ser humano ser, elegiría mil veces seguir siendo Gabriel Astori. Sin cambiar nada del pasado, sin remordimiento alguno ante las muertes que había propiciado. Seguir al redil como corderos dispuestos no era lo que él consideraba una vida apropiada, por más que no pudiese ser ajeno a la sociedad sí podía dejar su granito de arena para hacerla más fuerte. Tenía muy claro que eso solo se lograba arrancando de raíz las malas hiervas o, en su caso, librando a la humanidad de personas débiles. Incapaces de distinguir la maldad y apoyándose en ella como tabla de salvación.

Tras una larga trayectoria homicida se había ganado el apodo poco original de: El torturador. Odiaba que se refirieran a él en ese término, por más que su método estaba centrado en ese objetivo, le gustaba referirse a sí mismo como un ángel. Aquel que propiciaba la muerte de quien la ansiaba, buscándola y confiando en la belleza de un rostro, el que las llevaba al cielo para después extinguir la fuerza de sus latidos poco a poco. Sus padres en su infinita devoción fueron muy acertados al bautizarlo con el nombre de un arcángel. Aunque nunca llegaron a saber lo acertados que estuvieron al hacerlo. Si algo sabía Gabriel, era que estaba bendecido por Dios.