I NTRODUCCIÓN
El pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad.
D ORIS M ORENO Y M ANUEL P EÑA
El magisterio es un arte difícil de ejecutar. No existe un modelo de maestro, acaso el único posible es aquel que es reconocido como tal por sus discípulos. La raíz del magisterio en el mundo universitario reside —casi siempre— en la docencia, un universo demasiado complejo como para atreverse a señalar cuál es la guía del buen profesor. Y, ciertamente, todos los maestros son docentes, pero no todos los docentes son maestros. El maestro no es solo el que domina una materia, ni siquiera el que la enseña bien. El maestro es capaz de despertar en sus estudiantes la curiosidad dormida, de abrir puertas a la inteligencia despierta, de acompañar en el proceso de madurez intelectual; aquel que plantea dudas e interpretaciones, sugiere temas de investigación y debate con los alumnos.
El maestro universitario, quizá en la intimidad, se puede sentir orgulloso de haber contribuido a que sus estudiantes continúen sus líneas de investigación, pero nunca hará alarde público de ello porque una cualidad del maestro es necesariamente la humildad. Sin duda, un rasgo del buen maestro es no citar a sus discípulos como tales, a lo sumo se refiere a ellos como antiguos alumnos. Es la muestra más clara de la honestidad y de la generosidad en su labor de transmitir algo más que conocimiento. Lo contrario puede ser indicio de estar bajo los efectos del complejo de Pigmalión.
Otra característica del buen maestro tiene que ver con el modo de dirigir una tesis. En ningún caso puede pretender que el resultado parezca obra suya. Nunca será maestro —si acaso lo busca— aquel que exija que la tesis se escriba a su imagen y semejanza. El buen maestro debe orientar, insinuar y, solo en casos de evidente despropósito, corregir al doctorando. Para una buena dirección, puede ser suficiente la presencia del maestro, su atención y su afecto; y si algo es imprescindible son las largas conversaciones sobre la investigación y sobre temas tan dispares como la vida misma. Aún más, puede suceder que aquel que consideres tu maestro no haya sido tu director. Georges Duby lo explicó muy bien. Este gran medievalista francés no tuvo la suerte de conocer a Marc Bloch, cuando todo apuntaba a que le iba a dirigir la tesis. El paso a la clandestinidad y el posterior fusilamiento en 1942 de Bloch, dejaron al joven Duby sin la dirección doctoral del mejor historiador que tenía Francia. Pero no fue así: «Para proclamarme discípulo suyo me basta pues con haberle leído. No dejo de aprender cada vez que lo releo».
Así es. Leer y releer a los maestros es una fuente inagotable de orientaciones y sugerencias para aquellos que reconocen su magisterio, aunque físicamente no hayan tenido la oportunidad de disfrutarlo. Para el discípulo que sí ha tenido al maestro a su alcance, leerlo y releerlo es una práctica que le aporta enormes posibilidades en su formación. Si además tiene la ventaja de compartir despacho, grupo de investigación o conversaciones telefónicas es muy posible que surja un proceso de intercambio intelectual y humano que no se agota ni mucho menos en los resultados más visibles como son artículos, libros o volúmenes colectivos a lo largo del tiempo. El magisterio no tiene fecha de caducidad si se ha construido desde el respeto, la sinceridad, el cariño y la libertad. Y ese ir y venir de largas o chispeantes conversaciones forja un marco de calidez humana en el que crecen y dan fruto los debates, la circulación de ideas y los préstamos bibliográficos: aquí el magisterio alcanza sus momentos más brillantes y creativos. Y siempre con la máxima gramsciana que tantas veces nos ha recordado nuestro maestro: «al pesimismo de la inteligencia hay que contraponer el optimismo de la voluntad».
Ricardo García Cárcel ha cumplido 70 años. Es tiempo de gratitud y reconocimiento. Con ocasión de este aniversario hemos querido encontrarnos un grupo de amigos y discípulos en este pequeño volumen para ofrecerle un conjunto de reflexiones historiográficas, muy personales, de esas que tanto le gustan. En nuestra invitación original, el encargo consistía en escribir un breve ensayo sobre una lectura, un historiador o un grupo de historiadores que hubieran influido poderosamente en la trayectoria científica de cada uno de los participantes. La única limitación era espacial, el texto debía ser necesariamente breve, y el enfoque ensayístico, reduciendo el aparato crítico o directamente sin él.
Debemos decir que las contribuciones han superado nuestras expectativas en la medida que la proyección científica de Ricardo, con sus múltiples frentes e intereses, ha sido y es muy amplia: mundo editorial, implicación en la divulgación, opinión periodística, crónica cinematográfica... han sido ámbitos de trabajo relevantes en una vida académica muy fecunda, más allá de su dedicación principal a la investigación y la docencia. Y es que Ricardo García Cárcel, con esa pasión por la Historia que le caracteriza y que ya latía en su infancia, ha sabido entrelazar, con una capacidad de trabajo extraordinaria, todos esos hilos, ofreciendo mucho más allá del gremio de modernistas, una visión de la historia de España trabada, llena de matices y colores. Ricardo García Cárcel vive la investigación histórica como una experiencia gozosa y ha sabido transmitirnos esa pasión a sus discípulos y amigos.
Algunos de los amigos convocados no han podido participar. Por otro lado, la invitación fue muy restringida dadas las limitaciones de nuestros recursos. Somos conscientes de ello y estamos trabajando para tomar otras iniciativas más amplias. La diversidad en los ensayos nos ha permitido estructurar el libro en cinco bloques, cada uno de los cuales tiene una relación directa con la trayectoria historiográfica y la proyección profesional de nuestro maestro: «Annales: haciendo historia», «De la historia social a la historia cultural», «Del archivo a la divulgación de la historia», «Hispanismos» y «El historiador». Por último, este libro se cierra con una conversación inédita que mantuvimos con el maestro y en la que hizo un emotivo repaso de su recorrido personal y profesional, además de una reflexión detenida y crítica sobre el oficio de historiar.
No hubiera sido posible este volumen sin la generosidad de todos los autores, de nuestro editor Raúl García y la editorial Cátedra, de los traductores y de Ignacio Latorre, director del Archivo Municipal de Requena, que ha puesto a nuestra disposición las imágenes que acompañan el texto. El aliento incondicional y la complicidad de José Luis Betrán, Bernat Hernández, Eliseo Serrano y Ángela Atienza, amigos entrañables y compañeros de fatigas científico-académicas han sido claves para que el proyecto llegara a buen puerto. Gracias a todos. Como le escribió Marc Bloch a Lucien Febvre, «hemos combatido, largamente, juntos, por una historia más amplia y más humana».
Georges Duby, La historia continúa, Barcelona, Debate, 1992, pág. 15.
Marc Bloch, Apología para la historia o el oficio de historiador, edición crítica de Étienne Bloch, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1995, pág. 119.
La percepción luminosa del sentido de la civilización occidental
R APHAËL C ARRASCO
Université Paul Valéry, Montpellier 3
Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor.