Agradecimientos
Quiero empezar agradeciendo a todos mis amigos y vecinos de El Barrio por permitirme entrar en sus vidas. Cambié todos los nombres y alteré las direcciones para proteger la privacidad de cada uno. Quiero agradecer sobre todo a quien he llamado Primo en estas páginas. Él siguió de cerca este proyecto de principio a fin, guió gran parte de mi trabajo de campo y continúa ofreciéndome su apoyo y amistad cada vez que regreso al vecindario. Los comentarios y correcciones que aportó al leer o escuchar múltiples versiones del manuscrito fueron de gran valor. Es un honor tenerlo a él y a sus cuatro hijos como buenos amigos más de veinte años después. El segundo personaje principal del libro, César, me ofreció críticas y análisis perspicaces al leer mis primeros borradores. Candy también me apoyó muchísimo durante el trabajo de campo, así como en la primera etapa de redacción. María me brindó apoyo moral e hizo comentarios útiles en la fase final de redacción del texto. Esperanza y Jasmine, que aparecen únicamente en el epílogo de la segunda edición, hicieron posibles mis visitas de seguimiento a El Barrio y me hicieron sentir bienvenido en sus hogares junto a sus familias después de la publicación del libro. Estoy verdaderamente agradecido por la hospitalidad y calidez con que Esperanza, sus hijas y sus nietos me reciben en mis visitas ocasionales a El Barrio.
Agradezco a las siguientes instituciones por su apoyo financiero: el National Institute on Drug Abuse (subvenciones n.º R01 DA10164 y R03 DA06413), la Fundación Harry Frank Guggenheim, la Fundación Russell Sage, el Social Science Research Council, la Fundación Ford, la Fundación Wenner-Gren for Anthropological Research y el United States Bureau of the Census. Tuve la suerte de colaborar con el Research Institute for the Study of Man, el Centro de Estudios Puertorriqueños de Hunter Collage, la Escuela de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Columbia y el Departamento de Antropología y el Instituto de Urbanismo de la San Francisco State University. Desde luego, estoy profundamente agradecido con el Departamento de Antropología, Historia y Medicina Social de la Universidad de California, San Francisco, y ahora con los departamentos de Antropología y Medicina Comunitaria de la Universidad de Pensilvania, que me han brindado la estabilidad laboral necesaria para estudiar el apartheid urbano estadounidense y el sufrimiento inútil al que las poblaciones vulnerables se ven sometidas a raíz del sistema político y económico contemporáneo de neoliberalismo punitivo. Paco Fernández me animó a seguir adelante con una versión en español, y la Fundación Harry Frank Guggenheim aportó por segunda vez los fondos necesarios para realizar la traducción en Puerto Rico. Aprecio mucho el trabajo inicial de Fernando Rodríguez y de Carmín Rivera Izcoa, quienes me propusieron realizar una edición puertorriqueña. Asimismo, estoy agradecido por la paciencia con que Carlos Díaz y Caty Galdeano, de Siglo Veintiuno Editores, esperaron la entrega de la versión final de la traducción. Fernando Montero Castrillo realizó un trabajo de romano (como dice mi padre), dedicándose con esmero y arte a completar esta versión en español. Es un placer que ahora podamos colaborar juntos en un nuevo proyecto de estudio en el barrio puertorriqueño de Filadelfia.
Les agradezco a Marc Edelman y al fallecido Robert Merton sus detallados comentarios del manuscrito. Aún extraño la generosa disposición y la tímida lucidez de mi mayor mentor, el fallecido Eric Wolf, quien ha dejado en mí una gran huella intelectual y emocional. Loïc Wacquant prácticamente reescribió la primera mitad de este libro (o por lo menos reescribió los títulos de los capítulos y secciones y me hizo reconsiderar varias palabras técnicas que requerían justificación conceptual) en una juerga ininterrumpida de cuarenta y ocho horas de edición que solamente él tiene la energía, claridad y delicadeza necesarias para completar a tiempo. Decenas de otros amigos, estudiantes, colegas y maestros también leyeron borradores de este libro, o por lo menos escucharon sus polémicas fundamentales. En muchas ocasiones hubo quienes me ofrecieron observaciones útiles e interesantes en conversaciones informales después de seminarios, clases, conferencias y hasta en fiestas. Algunas de estas reacciones fueron críticas y no siempre las incorporé en el texto, pero las sopesé como corresponde. En este sentido quiero dejar constancia de mi aprecio hacia Karen Colvard, John Devine, Eloise Dunlap, Angelo Falcón, Patricia Fernández Kelly, Jerry Floersch, Michel Giraud, Laurie Gunst, Ramón Gutiérrez, Charles Hale, Robert Kelly, Arthur Kleinman, Steve Koester, Antonio Lauria-Petrocelli, Gloria Levitas, Mitchell Levitas, Roberto Lewis Fernández, Jeff Longhofer, Peter Lucas, Burton Maxwell, Susan Meiselas, Sol Pérez, Alejandro Portes, Jim Quesada, René Ramírez, Tony Ramos, Rayna Rapp, Peggy Regler, Antonio Rivera, Roberto Rivera, Francisco Rivera-Batiz, Clara Rodríguez, Ulysses Santamaría, Saskia Sassen, Nancy Scheper-Hughes, Jane Schneider, Carol Smith, Robert Smith, Cari Taylor, Rosa Torruellas, Frank Vardi, Joel Wallman, Eric Wanner, Terry Williams, William Julius Wilson y mi abuela fallecida, Peggy Regler.
Le estoy agradecido al fallecido Pierre Bourdieu por publicar la versión francesa de este libro en el marco de su «Série Liber» y, más significativamente, por sus críticas lúcidas y estimulantes del poder simbólico, así como del papel que éste desempeña en la reproducción de las jerarquías sociales. De igual forma, le debo las gracias a Mark Granovetter, editor de la serie «Análisis estructural en las ciencias sociales» de Cambridge, por intervenir a mi favor en una coyuntura en la que casi pierdo la esperanza de llevar el proyecto a feliz término. Los editores de Cambridge a cargo de este libro, Emily Loose, Rachel Winfree, Russell Hahn y en especial Elizabeth Neal, me prestaron una ayuda incalculable. Los redactores, Nancy Landau y Phyllis L. Berk, efectuaron mejoras en la calidad final del texto en la versión en inglés. Descubrieron decenas de errores y enderezaron no pocos entuertos.
El manuscrito original no hubiese visto la luz del día a no ser por el trabajo de mecanografía, el apoyo y la calidad humana de Harold Otto y Ann Magruder, que se convirtieron en amigos cercanos pese a trabajar conmigo durante largos meses colmados de ansiedad. Asimismo, en la Fundación Russell Sage, Sara Beckman, Eileen Ferrer, James Gray, Clay Gustave, Bianca Intalán, Pauline Jones, Paula Maher, Pauline Rothstein, Emma Sosa, Madge Spitaleri, Camille Yessi, Hong Xu y Adrienne Ziklin me ofrecieron un apoyo logístico fundamental. En la San Francisco State University, Thoreau Lovell me habilitó el acceso a las computadoras fuera de horario y respondió a mis incesantes preguntas técnicas. En el Research Institute for the Study of Man, Florence Rivera Tai me brindó un gran apoyo.
La semilla que germinó en este libro se sembró durante mis años de escuela secundaria cuando leí el libro Down These Mean Streets, de Piri Thomas. Estoy en deuda con él por impulsarme a hacerles frente a la pobreza, el racismo y la drogadicción en mi ciudad natal. Es un honor que Piri me autorizara a reproducir, en las primeras páginas de este libro, el poema que me envió después de su lectura del manuscrito.
Por último, quiero darle las gracias a mi familia. Siempre le estaré agradecido a Charo Chacón Méndez por haber emigrado de Costa Rica directamente a El Barrio, donde nos casamos justo al comienzo de este proyecto de estudio. Vuelvo a pedirle disculpas por causarle tantos malos ratos en los años en que solía amanecerme en las calles y las casas de crack. ¡Cuánto mejores son las cosas ahora que somos amigos y no estamos casados! A nuestro hijo Emiliano le encantaba El Barrio. La calle nunca lo amedrentó. Un médico brusco y atormentado que hacía su pasantía en una clínica gratuita cerca de nuestro departamento fue el primero en diagnosticarle parálisis cerebral. Sospecho que la enorme confianza que tiene Nano en sí mismo, así como su facilidad para el trato con la gente, se forjaron en gran parte gracias al calor de las relaciones interpersonales en la calle. Nano era capaz de derretirles el corazón a todos los que lo veían aprendiendo a caminar con su andador por las veredas rotas llenas de ampollas de