PRÓLOGO JUSTIFICATIVO
Esta segunda serie de Historias de la Historia es, como la primera, fruto no de investigaciones sino de lecturas.
La primera serie ha constituido un éxito editorial que, naturalmente, me alegra; pero lo que más me satisface es ver realizado el propósito que en el prólogo de ella exponía. Decía allí: «Este libro quisiera ser un acicate para mayores y mejores lecturas». Muchísimas cartas se me han dirigido y muchas consultas por teléfono me han sido hechas solicitando referencias sobre dónde había recogido tal dato o tal anécdota o pidiéndome bibliografía complementaria sobre lo que yo exponía sobre tal tema o tal personaje. Por ello, en esta segunda serie, he querido responder de antemano a tales peticiones. Mezclada en el texto va la cita puntual y concreta de la fuente en que he bebido. Si ello no es suficiente, con mucho gusto contestaré las preguntas complementarias.
El origen de este libro, como el del anterior, se encuentra en mis intervenciones radiofónicas en el programa Protagonistas vosotros que hábilmente dirige mi amigo Luis del Olmo. Unas veces vienen sugeridas por mis lecturas, otras por peticiones de oyentes. Ello hace que el contenido sea un tanto desordenado y ello hecho a propósito. Se salta de un tema a otro con la máxima rapidez y, si el tema es lo suficientemente extenso para dividirlo en capitulillos, así lo he hecho y los he intercalado entre otros. Mi máximo interés estriba en no ser pesado. Por otra parte, quien esté interesado por algún aspecto determinado de la historia el índice le proporcionará la pista para hacerlo sin obstáculo alguno.
He procurado en este libro, como en el otro, ajustarme a los preceptos que en la universidad aprendí en el Derecho romano: « Juris praecepta sunt haec, honeste vivere, alterum non laedere, suum cuique tribuere » es decir: los preceptos del Derecho son éstos: Honeste vivere (Vivir honestamente). Esto pertenece a mi vida privada y no tiene por qué importarle al lector. Basta decir que soy un hombre cualquiera, un hombre de la calle que no ha salido, sale, ni saldrá jamás en las llamadas «revistas del corazón» pero que, generalmente, apuntan más abajo.
Alterum non laedere (No dañar a otro). Si cito algún libro de algún autor le hago propaganda. No le daño sino que, como compañero de fatigas, procuro ayudarle.
Suum cuique tribuere (Dar a cada uno lo suyo). He procurado citar siempre con exactitud el libro que uso y, al citarlo, doy a su autor lo que merece. No hago mío lo ajeno y si alguna vez la cita no va acompañada del nombre del autor téngase por inadvertencia, por la cual, desde ahora, pido excusas.
Se me dirá que este libro es un libro de citas. Desde luego, pero Bayle en su Diccionario dice «que la exactitud en citar es un talento más raro de lo que se piensa».
He intentado poner en práctica el consejo del viejo Horacio: «Obtiene la general aprobación quien une lo útil a lo agradable, deleitando e instruyendo al mismo tiempo al lector».
Tengo la confianza de que este libro no merecerá el juicio de Cervantes que afirma que «nunca segundas partes fueron buenas», en lo que se equivocó, pues los críticos opinan que la segunda parte de El Quijote es superior a la primera; pero confío en la creencia de Plinio el Joven que dice: «No hay libro tan malo del que no se pueda aprovechar algo».
En fin « Habent sua fata libelli », frase generalmente atribuida a Horacio y que es de Terenciano Mauro «los libros tienen su destino». Espero que el de éste sea bueno.
Y hablando de citas recurramos al refranero popular fuente inagotable de ellas:
«Mucho más trabajo cuesta hacer un libro que hacer diez hijos». Es verdad, cuesta más y no es tan agradable. «Los libros son maestros que no riñen y amigos que no piden». «Con los libros que escribieron, nos abren los ojos los que murieron» no todo muere dice el ya citado Horacio, los grandes escritores vivirán siempre; los malos han nacido muertos.
«En su estante metido, el libro está dormido; pero en buenas manos abierto ¡qué despierto!», y ¡hay tantas personas que compran libros y no los leen! Tengo un amigo que posee una biblioteca de unos mil volúmenes vírgenes de todo contacto; dice: «Ya los leeré cuando me jubile», como si fuera posible correr cien metros obstáculos sin entrenamiento.
«Libros, caminos y días dan sabiduría», pero se ha de saber leer, saber caminar por los vericuetos de la vida a veces escabrosos y llenos de zarzales y saber también aprovechar la experiencia de los días o los años. «Si juventud supiera, si vejez pudiera», dice un refrán francés. Si se tiene conciencia de la edad, poca o mucha, que se tiene todo va bien. Debo confesar que a los veinte años conocía todos los problemas del mundo y sabía todas sus soluciones. Hoy creo no saber nada de nada. Los años han acumulado ignorancia sobre mí.
«Libros y mujeres mal se avienen». «Los libros del marido, por la mujer son aborrecidos». Son refranes machistas que espero que pronto perderán la vigencia que, por el momento, aún tienen.
Como mis lectores podrán ver hay citas a montones. ¡Y las que me dejo en mi estilográfica!
De este libro tal vez se pueda decir lo que el doctor Samuel Johnson decía de otro: «Vuestro libro es a la vez bueno y original. Pero la parte buena no es original y la parte original no es buena». De antemano acepto el juicio, que comparto plenamente.
Al comienzo de un libro Román Comique Scarron dice: «Los que sepan leer se darán cuenta luego por sí mismos de que yo no soy responsable de los más grandes defectos de este libro: los que no sepan leer, no se darán cuenta de nada». Me precio de saber leer y por ello sé que este libro tiene muchos defectos y todos atribuibles a mí. He escogido entre mis lecturas y, tal vez, no he sabido escoger. Pido perdón por ello.
Por otra parte algunas de las cosas que aquí se explican —sobre Gules de Rais o sobre la prostitución— acaso puedan escandalizar al lector. No ha sido tal mi propósito ni mucho menos. Son temas que creo pueden interesar a los lectores y por otra parte forman parte de la historia. Ahí están tal como se desarrollaron y es en vano que los queramos encubrir.
Y no puedo terminar este prólogo galeato sin dar las gracias a todos los que han colaborado en este libro: a los autores que he leído y copiado; a los editores; a Rafael Borras, que tan amigo se ha mostrado siempre; a mis buenas amigas que han mecanografiado mi manuscrito descifrando milagrosamente mi letra que frecuentemente era ilegible incluso para mí.
Y, naturalmente, gracias a los lectores, a los que compraron la primera serie de estas Historias de la Historia y a los que compren esta segunda serie.
A todos mi agradecimiento.
Tristón Bernard contaba una anécdota a un grupo de amigos que se extasiaba escuchándole. Terminada la narración, surgieron los comentarios admirativos:
—¡Es lo mejor que le hemos oído…! ¡Qué ingenio de hombre…!, etcétera.
Y Tristón Bernard, sonriente, comentó, con cierta humildad:
—No es mía. La he cogido entre las innumerables anécdotas que me atribuyen… De vez en cuando tengo que restituir algunas de las que me prestan.
V ICENTE V EGA
Diccionario ilustrado de anécdotas, núm. 205
LA PORTADA
Creo que se puede ser frívolo a condición de no ser superficial. La mayoría de las personas y la mayoría de los diccionarios consideran a ambas palabras como sinónimas, y a mí me parecen que no lo son.
Frívolo es aquel que sabiendo que existen algunas cosas serias, muy pocas, las reputa, aunque las conculque. Sabe que lo absoluto no puede confundirse con lo contingente. Las cosas importantes las respeta, las otras las contempla a través del prisma de la ironía y con cierto escepticismo condescendiente.