Lo sucedido en Argentina entre 1976 y 1983 constituye un caso paradigmático de lo que puede llegar a ocurrir en una sociedad que pretende vivir en un sistema democrático, pero cuyas Fuerzas Armadas, lejos de hacer suyos los postulados básicos de la democracia, han mantenido vigente una determinada filosofía de lo que son los ejércitos, la sociedad civil, los políticos como clase genérica, de lo que significa la «seguridad nacional» y de lo que exige la «defensa de la patria». EL DRAMA DE LA AUTONOMÍA MILITAR. ARGENTINA BAJO LAS JUNTAS MILITARES es, por una parte, el resultado de numerosas conversaciones mantenidas con miembros de diversos estamentos de la sociedad argentina, especialmente de aquellos situados a ambos lados del drama de la última dictadura. Es, además, y fundamentalmente, el fruto de una amplia labor de investigación documental desarrollada a ambos lados del Atlántico. PRUDENCIO GARCÍA —coronel ingeniero, galardonado con los premios «Ejército» y «Estado Mayor Central» por sus trabajos en el campo de la Sociología Militar— ha realizado un estudio serio, estricto y sistemático de los orígenes sociológicos, causas y efectos del último y más horrendo de los golpes de Estado ocurridos en Argentina, remontándose a los anteriores y sucesivos desde 1930.
Prudencio García Martínez de Murguía
El drama de la autonomía militar
Argentina bajo las Juntas Militares
ePub r1.0
Titivillus 28.12.2014
Título original: El drama de la autonomía militar
Prudencio García Martínez de Murguía, 1995
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
A María Pilar, Javier y Manuel
PRÓLOGO
Mi mal en la vista, desde 1979, me impide la lectura y la escritura, excepto en pequeños fragmentos. Mi memoria digital, después de decenas de años de trabajo, me permite la escritura. No he podido leer, pues, el libro del coronel Prudencio García Martínez de Murguía, pero he hablado con él largamente desde que vino a Buenos Aires. Por el horror que pasamos aquí durante la última dictadura militar, me resultó asombroso que un militar de carrera estuviese haciendo un estudio tan profundo como honrado sobre estos hechos, que, por regla general, se tratan de soslayar. Debo decir, sin embargo, que también aquí tengo amigos, muy pocos, en nuestras Fuerzas Armadas que se retiraron en ocasión de éste y de otros golpes de Estado; hombres que recordaban y veneraban la grandeza moral del general José de San Martín, que luchó en España cuando la invasión napoleónica, y que, cuando organizó nuestro incipiente ejército, mostró su grandeza moral en las instrucciones que escribió sobre el digno tratamiento que debía darse a los prisioneros de guerra. No nos guió, pues, a los que trabajamos en la CONADEP, ningún sentimiento inferior y generalizado, porque muchos hombres de las fuerzas armadas sufrieron profundamente los horrores que se cometían; pero fuimos implacables en la investigación que el Presidente de la Nación nos había encomendado, sobre todo con los que desde la cúpula ordenaron esa «guerra», que no fue otra cosa que una monstruosa cacería, no ya de terroristas armados, sino, y sobre todo, de jóvenes, casi adolescentes en algunos casos como el de la Noche de Los Lápices; y de miles de jóvenes idealistas que deseaban un mundo mejor para los pobres y los desamparados, catequistas que iban a predicar el Evangelio a las villas-miseria, sacerdotes y monjas que hacían lo que Jesús habría hecho de haber vivido aquí en esos años. Todos ellos eran «subversivos», «zurdos», «enemigos de la patria». Fueron sometidos a violaciones y tormentos, hasta su muerte. Cierto es que también había terroristas de izquierda, tan detestables como los de la derecha, pero aun ellos debían haber sido juzgados por los tribunales normales, como ejemplarmente hizo Italia con las bandas fascistas y las Brigadas Rojas. En el prólogo del Nunca más escribí: «Esa nación no abandonó en ningún momento los principios del derecho para combatirlos, y lo hizo con absoluta eficacia, mediante los tribunales ordinarios, ofreciendo a los acusados todas las garantías de la defensa en juicio; y, en ocasión del secuestro de Aldo Moro, cuando un miembro de los Servicios de Seguridad le propuso al general Della Chiesa torturar a un detenido que parecía saber mucho, le respondió de modo memorable: “Italia puede permitirse perder a Aldo Moro. No, en cambio, implantar la tortura”».
En esta perspectiva de una sociedad civilizada y democrática, el coronel Prudencio García Martínez de Murguía se propuso hacer un estudio serio, sistemático, estricto de los orígenes sociológicos, causas y efectos del último y más horrendo de los golpes de Estado ocurridos en Argentina, remontándose a los anteriores y sucesivos desde 1930. Su seriedad, su sorprendente cultura, su honradez y su espíritu superior hacen que me honre su amistad.
Sus responsabilidades actuales como jefe de la Unidad de Cooperación con las Fuerzas Armadas de El Salvador, en la División de Derechos Humanos de ONUSAL (Misión de Naciones Unidas en ese país), son otra prueba de su compromiso en la defensa de los derechos humanos dentro del área de los comportamientos militares, latinoamericanos en particular.
ERNESTO SÁBATO
Noviembre de 1994.
PREFACIO
Quis custodiet ipsos custodes? (PLATÓN, La República).
Dentro de las aportaciones del pensamiento militar español, no debemos olvidar una de ellas: la vertiente americana, es decir, la influencia ejercida por nuestro Ejército en la mentalidad, la doctrina, la legislación, la moral militar de los Ejércitos de aquellas Repúblicas a las que dimos nuestra lengua y cultura, y una buena parte de nuestra sangre y componente racial.
Nacidos —inevitablemente— del choque armado contra las tropas españolas, sus propios Ejércitos, a medida que se fueron formando, resultaron también, en no poca proporción, herederos de las cualidades, defectos y peculiaridades del militar español.
Múltiples son las influencias y aportaciones de nuestras Fuerzas Armadas, no sólo en cuanto a la condición militar de aquellos Ejércitos, sino también a su contextura humana y social. Desde las Reales Ordenanzas de Carlos III, cuyo espíritu y largo ascendiente todavía subsiste en sus códigos y reglamentos, hasta las enseñanzas recibidas por aquellos de sus jefes y oficiales que se diploman en los centros españoles de enseñanza militar superior —principalmente en nuestra Escuela de Estado Mayor—, así como la frecuente presencia de sus expertos en Defensa que visitan nuestro Ministerio homólogo para documentarse en nuestros métodos y enfoques, constituyen, entre otras, manifestaciones de una influencia no despreciable en lo profesional y lo doctrinal. Factor cuyo peso sería ingenuo exagerar —pues coexiste con otras influencias de diversos orígenes—, pero cuya existencia presente tampoco puede ni debe ser ignorada como factor real.
Por otra parte, y en términos históricos, hay que recordar el hecho de que el «espíritu sanmartiniano», tan frecuentemente invocado en los discursos y publicaciones de aquellos Ejércitos, en particular del argentino —espíritu que tan vigorosamente contribuyó a la configuración inicial de su mentalidad y moral militar— procede en gran medida del Ejército Español de las primeras décadas del XIX. Baste recordar, en efecto, que el propio general San Martín, el gran artífice de las campañas que condujeron a la independencia de los países de aquella región, y supremo símbolo de su espíritu castrense, había servido previamente durante veinte años en el Ejército Español, donde se formó y ejerció el mando hasta alcanzar en sus filas el grado de coronel.