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Martín Moreno - Las grandes traiciones de México

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Martín Moreno Las grandes traiciones de México
  • Libro:
    Las grandes traiciones de México
  • Autor:
  • Editor:
    Grupo Planeta - México
  • Genre:
  • Año:
    2012
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Las grandes traiciones de México: resumen, descripción y anotación

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A Beatriz, mi mujer, por su magia:
¡porque siempre está!

Siempre he estado convencido de que las grandes traiciones políticas y militares, no sólo las que se ejecutaron en México, sino en el mundo entero, bien pudieron torcer el destino de nuestro país. Las preguntas saltan de inmediato a la vista. ¿Y si desde un principio Moctezuma hubiera enfrentado a los conquistadores cuando aquéllos pusieron tan sólo un pie en la gran Tenochtitlán, sin perder de vista que el número de los españoles no superaba el número de trescientos invasores frente a una población de millones de indígenas? Nada de concederles albergue en los palacios reales aztecas en lugar de recostarlos, con lujo de violencia, sobre la piedra de los sacrificios para extraerles el corazón. Es obvio que la superstición, la religión, los miedos a una represalia por parte de la divinidad jugaron un papel determinante que difirió la llegada de la «noche triste», la noche caótica y trágica en la que los españoles salvaron escasamente la vida, así como la empresa que los había traído del otro lado del Atlántico. ¿Por qué pasó a la historia como la «noche triste» cuando fue un evento que, desde un punto de vista militar, favoreció abiertamente a los aborígenes? ¿La actitud traidora de Moctezuma, que tiempo después habría de costarle la vida, no torció catastróficamente el destino de México?

Es muy claro que conjugar hubiera reviste enormes complejidades desde el punto de vista histórico. Hacerlo implica incurrir en enormes responsabilidades profesionales ante la imposibilidad de probar las aseveraciones o de predecir el futuro. Sólo que, como ejercicio, resulta fascinante imaginar lo que hubiera acontecido si Hidalgo o Morelos no hubieran sido traicionados. ¿A dónde hubiera –otra vez el hubiera– llegado el país conducido por el Siervo de la Nación si ese ilustre sacerdote, como lo era Morelos, hubiera logrado la Independencia de México y hubiera logrado la aplicación de la Constitución de Apatzingán? ¿A dónde...? ¿Y si Vicente Guerrero no hubiera traicionado al país levantándose en armas en contra del gobierno electo de Manuel Gómez Pedraza? Traiciones y más traiciones cometidas hasta por los llamados padres de la patria. ¿Cuál hubiera sido el destino de México si hubiera triunfado Morelos y no hubieran aplastado militarmente a Gómez Pedraza?

Donde concluyen todos los ejercicios en materia de historicismo es al insistir en la conjugación del hubiera tratándose de Antonio López de Santa Anna. En ese caso se rompen todos los moldes y los patrones muy a pesar de que ciertos sectores académicos de la historia nacional osen defender a un sujeto que, como ningún otro, traicionó una y otra vez a México hasta llegar a lo inimaginable. ¿No basta saber que insistió en venderle al presidente James Polk, el jefe de la Casa Blanca, la estrategia para ganarle la guerra a México en un plazo muy breve a cambio de 30 millones de dólares? Ahí está el diario de Polk, en cuyas páginas él mismo cuenta lo acontecido y, por si fuera poco, queda como constancia, entre otros horrores, la conducta asumida por el condenable y miserable veracruzano, en su carácter de general en jefe de las fuerzas mexicanas, a lo largo de la intervención armada norteamericana de 1847. ¿No basta? Pues ahí están las evidencias de los tratos de Su Alteza Serenísima, mejor conocido como «su bajeza», con la Iglesia católica Apostólica y Romana, una institución siniestra a la que sin duda habría que etiquetar como la peor enemiga de México a lo largo de su historia. El destino de México cambió desde que los primeros misioneros españoles pusieron las plantas de sus pies en la Villa Rica de la Veracruz, salvo que se hubiera olvidado que, entre otras traiciones de gran calibre y en otros momentos y coyunturas históricas, el alto clero mexicano pactó con el ejército de los Estados Unidos en los siguientes términos:

El ejército de Estados Unidos de Norteamérica se compromete con la Santa Madre Iglesia católica Apostólica y Romana a respetar el ejercicio del culto católico, así como a no tocar su patrimonio, en la medida en que el clero mexicano, convenza a los feligreses, desde el púlpito o desde los confesionarios, o por cualquier otro medio a su alcance, para que en ninguna circunstancia y con ningún pretexto, los creyentes atenten en contra de la vida de un soldado norteamericano, en el entendido de que un ataque con cualquier arma, piedra, veneno o machete, equivaldrá a la comisión de un pecado mortal que tendrá como consecuencia la excomunión con todas sus consecuencias, entre ellas, la de pasar la eternidad en el infierno... Así y sólo así el protestantismo dejará de ser una amenaza para la Iglesia católica mexicana.

Las traiciones se suceden las unas a las otras desde que un grupo de conservadores radicales, apoyados por el clero, logran convencer a Napoleón III para ejecutar la intervención francesa y posteriormente facilitar el arribo de un emperador extranjero para conducir los asuntos del Estado mexicano en términos de la mejor conveniencia para la Iglesia católica.

La cadena de traiciones se extiende a lo largo del siglo XIX hasta dar con Porfirio Díaz, quien abjura de la Constitución de 1857, entierra al liberalismo mexicano y, a pesar de haber llegado al poder por medio de un golpe de Estado enarbolando el principio de la no reelección, se reelige indefinidamente hasta ser depuesto del cargo al estallido de la Revolución de 1910. Ya en el siglo XX Victoriano Huerta traiciona a Madero; Carranza traiciona a Zapata; Obregón traiciona a Carranza, a Villa, a Carrillo Puerto, a Salvador Alvarado, a Adolfo de la Huerta, a Francisco Serrano, entre otros tantos más, hasta que el propio caudillo cae muerto, baleado y traicionado en La Bombilla.

Son muchos los enfoques para poder juzgar a ciencia cierta una traición. Para los callistas, sin embargo, cuando el general Cárdenas ordena la expulsión de Calles, el Jefe Máximo del país, este hecho constituyó una indigerible felonía, similar a la que el PRI y sus hombres eternamente vestidos de negro cometieron al ejecutar una serie histórica de fraudes electorales que impidieron la alternancia en el poder, por lo que ese partido de la regresión es responsable de todo lo bueno, sí, pero también de todo lo malo que hubiera podido acontecer durante los setenta años de mandatos intransigentes, de auténtica dictadura perfecta que, entre otros resultados igualmente lamentables y patéticos, arrojó un saldo de cincuenta millones de mexicanos sepultados en la miseria. ¿Dicha información no es suficiente para hacer una evaluación de fondo...? Las traiciones modernas cometidas por el PRI justificarían un solo volumen de felonías. Si todos los «altos» funcionarios que cometieron peculado y desfalcaron las arcas nacionales y ordenaron la desaparición física de los inconformes, de los «molestos», de los opositores, estuvieran en la cárcel, como dice la sabiduría mexicana, no habría quien cerrara la puerta. Hablando de traiciones, ¿qué tal recordar a Colosio?

La historia de México y la del mundo entero se escribe todos los días por supuesto que no sólo con traiciones. Espero que el siglo XXI , que comienza con gran estruendo y esperanza, nos haga comprender a los mexicanos que cuando hemos estado divididos y nos hemos traicionado hemos llamado colectivamente al atraso, a la involución para que destruya, de un manotazo, todo lo construido junto con nuestros sueños.

Al conocer cómo las traiciones alteraron violentamente el curso y el destino de México, por lo general en un sentido contrario a las posibilidades de evolución y de progreso de la nación, tal vez empecemos a prescindir de ese recurso para dar cabida al pensamiento y a la acción institucionales, la vía idónea para dirimir nuestras diferencias y alcanzar nuestros objetivos sobre bases civilizadas y de respeto mutuo.

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