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Francisco Martín Moreno - México Secreto

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Francisco Martín Moreno México Secreto

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Índice

A Beatriz, siempre a Beatriz, sólo a Beatriz y a Isabella, Huesitos, por tu magia para colorear y ensanchar mis espacios y mis horizontes con una simple sonrisa. ¡Ah!, y también a Beatriz...

Poco se ha dicho en torno al papel que desempeñó México como detonador de la Primera Guerra Mundial. La información, rica y genuina, ha quedado en poder de especialistas y curiosos de la materia histórica. El descubrimiento del telegrama Zimmermann, enviado por el emperador Guillermo II a Venustiano Carranza en febrero de 1917, dejó al descubierto una compleja intriga internacional que produjo, entre otros efectos, el estallido de la Primera Guerra Mundial en abril del mismo año. No debe perderse de vista que Europa entera se convirtió en astillas un mes después del asesinato del archiduque Francisco Fernando y de su esposa Sofía, en junio de 1914, pero es hasta que Arthur Zimmermann, en su carácter de ministro de Asuntos Exteriores del imperio alemán, envía el citado telegrama al presidente mexicano cuando la conflagración europea adquiere, de golpe, dimensiones planetarias.

México secreto comienza en la oficina presidencial del Castillo de Chapultepec, precisamente el día en que Cándido Aguilar, secretario de Relaciones Exteriores y yerno del presidente Carranza, le informa de la invitación hecha por el káiser alemán de formar una triple alianza Japón-Alemania-México para declararle conjuntamente la guerra a Estados Unidos. Como desde luego las hostilidades coronarían las frentes de los emperadores de Japón y Alemania, así como la del presidente Venustiano Carranza, Alemania se comprometía a devolverle a México los territorios de Tejas, Arizona y Nuevo México que le habían sido arrebatados durante una de las catastróficas gestiones de Antonio López de Santa Anna en 1847-1848. A los japoneses se les entregaría como botín de guerra nada menos que California y el Canal de Panamá.

Ni duda cabe de las tendencias germanófilas de don Venustiano, que pueden ser probadas de diferentes maneras y con diversas herramientas que proporciona la historia. El presidente mexicano desde luego llegó a pensar que Alemania, con su poder submarino y su armada educada en el estricto rigor militar prusiano, podía ganar la guerra para después entendérselas con los Estados Unidos y hacerse así del mundo entero. En la soledad del despacho presidencial, imaginó una y otra vez la suerte que correría el orbe si Alemania llegaba a ganar la guerra. Sus reflexiones, sin embargo, no le permitían ignorar el destino de México en caso de que Francia, Inglaterra y Estados Unidos fueran los vencedores: la frontera norteamericana bien podría recorrerse hasta el río Suchiate.

Mientras Carranza basculaba las posibilidades de éxito y analizaba la respuesta que daría al representante diplomático del káiser, en Inglaterra, en el interior del llamado Cuarto 40, un selecto grupo de criptólogos ingleses descifraba y traducía el texto recientemente enviado por Alemania a través de tres diferentes conductos trasatlánticos a Estados Unidos y posteriormente a México. ¡Qué lejos estaban el emperador alemán y su canciller, su alto mando y el ministro de Asuntos Exteriores de siquiera suponer que el telegrama ultrasecreto, encriptado y doblemente codificado, iba a ser traducido por los enemigos acérrimos de Alemania!

Cuando Inglaterra decide poner en manos del presidente Woodrow Wilson el texto íntegro del telegrama Zimmermann, cuidando de que no pareciera una nueva conjura británica más para obligar a Estados Unidos a entrar en la guerra y, asimismo, evitando que Alemania supusiera que la Gran Bretaña ya podía descifrar sus mensajes aéreos, el jefe de la Casa Blanca, presa de una furia tan repentina como justificada, ordenó que el telegrama fuera publicado en todos los periódicos de la Unión Americana y, por ende, del mundo entero.

El escándalo fue mayúsculo. Los estados norteamericanos fronterizos, de hecho, declararon una guerra racial en contra de los mexicanos, alegando que jamás permitirían volver a ser gobernados por una «cáfila de cavernícolas, retrógradas, huarachudos, calzonudos y empenachados que no harían sino regresar a Texas, Arizona y Nuevo México a un periodo primitivo de pastoreo y nomadismo del que nadie quería volver a acordarse». La agresión adquiere proporciones dramáticas cuando un grupo nutrido de tejanos rocía con gasolina a mexicanos con el propósito de «despiojarlos» antes de privarlos de la vida.

Después de tres días de sospechoso silencio de las autoridades alemanas, el propio ministro Zimmermann confesó la autenticidad del telegrama, manifestando ante un representante de la prensa norteamericana que, efectivamente, él lo había enviado y que el plan era cierto.

Si algo le había costado trabajo al presidente Wilson, había sido evitar inmiscuir a su país en la guerra europea; tan es así que su campaña por la reelección la había fundado en el eslogan: He kept us out of war. El descubrimiento del telegrama Zimmermann puso a los Estados Unidos de pie, como un solo hombre, en contra de Alemania. Las divergencias de opinión concluyeron con un único movimiento de batuta: Congreso, prensa y electorado coincidieron en la necesidad de declarar la guerra al país germano en términos irrevocables e inaplazables. En un discurso de abril de 1917, en el que declara la guerra al imperio Alemán, Wilson menciona el telegrama Zimmermann, aduciendo la imposibilidad de mantener la neutralidad, dado que era insostenible que Alemania invitara al propio vecino de Estados Unidos a iniciar un conflicto armado en su contra.

Debe resaltarse que el telegrama Zimmermann fue el último intento del káiser Guillermo II de provocar una guerra México-Estados Unidos. El alto mando alemán, de alguna manera temeroso de que Estados Unidos pudiera entrar al rescate de Francia e Inglaterra, confiaba en que de estallar un conflicto armado entre Estados Unidos y México, aquellos tendrían que enviar por lo menos un millón de hombres para aplastar a sus vecinos del sur, soldados que lógicamente no podrían llegar al frente occidental en Europa. De esta suerte, localizó al ex presidente mexicano, Victoriano Huerta, en Barcelona, España, para convencerlo de las posibilidades de encabezar un movimiento militar orientado a derrocar a Venustiano Carranza, de tal manera que el conocido chacal, una vez ungido nuevamente como presidente de la República, le declarara la guerra a su vecino del norte. La conjura alemana fue descubierta oportunamente tanto por los espías contratados por Carranza para seguir cada uno de los pasos de Huerta en Barcelona como por la inteligencia inglesa y la norteamericana. Aproximadamente seis meses después de que fuera aprehendido por la policía norteamericana, Huerta falleció en 1916 en Texas, con lo cual tanto Félix Díaz como un nutrido grupo de ex huertistas, ex villistas y ex porfiristas vieron cómo se desplomaban todas sus esperanzas. Guillermo II había perdido más de un millón de marcos en oro, además de un tiempo precioso.

Ansiosa de lograr el enfrentamiento militar entre los dos países vecinos, Alemania recurrió a Pancho Villa, un general resentido con los norteamericanos porque éstos habían reconocido diplomáticamente al gobierno de Carranza y además le habían permitido a Álvaro Obregón entrar por Arizona para sorprender por la espalda a sus ya menguadas huestes en la batalla de Agua Prieta, en donde se le asestó un golpe definitivo en la nuca al movimiento villista. El káiser, especialmente hábil en el aprovechamiento de los vacíos de poder, supo utilizar el coraje de Villa para animarlo a atacar a un grupo desarmado de casi veinte mineros estadounidenses en Santa Isabel, México. Los fusiló uno por uno tan pronto descendían del tren que los transportaba. En Washington estalló un movimiento político y militar decidido a vengar esta infamia. Wilson no cayó en esta nueva trampa, alegando que era un problema de competencia estrictamente mexicana, dado que los hechos no se habían producido en territorio norteamericano. El siguiente golpe del káiser, entonces, tenía que darse precisamente en los dominios del Tío Sam, para lo cual Villa, con el apoyo alemán, incursionó en Estados Unidos para asesinar a un grupo de civiles y militares norteamericanos en Columbus. ¿Se produjo la ansiada declaración de guerra? No. El presidente Wilson sólo autorizó una expedición punitiva encabezada por Pershing para atrapar a Villa en suelo mexicano y llevarlo ante la justicia norteamericana. Si bien es cierto que la expedición se llevó a cabo, Villa jamás fue localizado. El káiser golpeaba sus botas de charol negro con un fuete confeccionado con verga de buey bávaro.

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