A lo largo de casi dos décadas, Vladimir Nabokov impartió cursos de literatura en Wellesley y Cornell, y sus clases, con el tiempo, han llegado a constituir toda una leyenda. Nabokov, exiliado de su país y con pocas esperanzas de regresar nunca, estaba capacitado como nadie para introducir a sus alumnos en la obra de los grandes maestros rusos, desde Gógol y Turguêniev, hasta Tolstói, Gorki, Dostoievski o Chéjov. Esas lecciones apasionadas y provistas siempre de brío polémico, reconstruidas por Fredson Bowers a partir de los apuntes del escritor, son una ocasión única para asistir a sus clases y releer a fondo la literatura rusa del siglo XIX.
Vladimir Nabokov
Curso de literatura rusa
ePub r1.0
Titivillus 15.06.16
Título original: Lectures on Russian Literature
Vladimir Nabokov, 1981
Traducción: María Luisa Balseiro
Edición: Fredson Bowers
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Los editores desean manifestar su agradecimiento a Simon Karlinsky, profesor de Lenguas Eslavas en la Universidad de California (Berkeley), por su atenta revisión de los textos y sus indicaciones sobre la transliteración. La colaboración del profesor Karlinsky en la edición de este libro ha sido inapreciable.
PRÓLOGO
Según afirmaba el propio Vladimir Nabokov, en 1940, antes de iniciar su carrera académica en Estados Unidos, «afortunadamente me molesté en escribir cien lecciones —unas dos mil páginas— sobre literatura rusa… Con esto tuve para veinte años académicos en Wellesley y Cornell». Parece ser que esas lecciones (cuya extensión estaba cuidadosamente ajustada a los cincuenta minutos que suele durar una clase en las universidades estadounidenses) fueron escritas antes de su llegada a Estados Unidos en mayo de 1940 y su primera experiencia docente, un curso de literatura rusa dado en la Escuela de Verano de la Universidad de Stanford, en 1941. En el semestre de otoño de ese mismo año, Nabokov pasó a ocupar un puesto permanente en Wellesley College, constituyendo él solo el Departamento de Ruso, y en un principio enseñó lengua y gramática, pero a esas clases se añadió pronto la de Ruso 201, un panorama de la literatura rusa traducida. En 1948, Nabokov pasó a la Universidad de Cornell como profesor agregado de Literatura Eslava, y allí dio los cursos de Literatura 311-312, Maestros de la Narrativa Europea, y Literatura 325-326, Literatura Rusa Traducida.
Los escritores rusos representados en este volumen parecen haber formado parte de los programas, no siempre fijos, de los cursos de Maestros de la Narrativa Europea y Literatura Rusa Traducida. En el curso de Maestros, Nabokov solía dar Jane Austen, Gógol, Flaubert, Dickens y, de modo irregular, Turguéniev; en el segundo semestre hablaba de Tolstoi, Stevenson, Kafka, Proust y Joyce.
Después de que en 1958 el éxito de Lolita le permitiera dejar la enseñanza, Nabokov pensó publicar un libro con sus lecciones sobre literatura rusa y europea. Nunca puso en marcha este proyecto, aunque catorce años atrás su librito sobre Nikolai Gógol había recogido, revisadas, sus clases sobre Almas muertas y El abrigo. En cierta época proyectó una edición anotada de Ana Karénina y empezó a trabajar en ella, pero después abandonó la idea. El presente volumen recoge todos los manuscritos correspondientes a las lecciones sobre autores rusos que han llegado hasta nosotros.
Hay algunas diferencias entre la presentación que hace Nabokov de este material y la adoptada para los autores europeos tratados en el primer volumen, Curso de literatura europea. En las lecciones sobre escritores europeos, Nabokov no prestaba atención a la biografía, ni pretendía dar a sus alumnos una visión, siquiera superficial, de las obras de esos autores que no se leían en el curso. El estudio se centraba exclusivamente en un solo libro escogido por cada autor. En cambio, para los rusos la fórmula habitual consiste en dar una biografía mínima seguida de una explicación somera de las restantes obras del autor, y de ahí pasar a un examen detenido de la obra importante que se desea estudiar. Cabe suponer que este planteamiento académico estándar represente los primeros ensayos docentes de Nabokov en Stanford y Wellesley. Por algunos comentarios dispersos parece que pensaba que los estudiantes a los que se dirigía estaban totalmente ayunos de literatura rusa. La fórmula pedagógica habitual en la enseñanza académica de la época pudo parecerle, pues, la más apropiada para poner en contacto a los alumnos con escritores extraños y una cultura desconocida. Cuando llegó a dar el curso de Maestros de la Narrativa Europea en Cornell se había forjado ya los planteamientos más personalizados y refinados que se observan, por ejemplo, en las lecciones sobre Flaubert, Dickens o Joyce, pero al parecer no alteró sustancialmente para Cornell las lecciones que tenía escritas para Wellesley. Teniendo en cuenta, sin embargo, su gran conocimiento del material que cubrían las lecciones sobre los rusos, es posible que en Cornell modificara su discurso con más comentarios improvisados y fuera menos rígido en su elocución, que describe así en Strong Opinions: «Aunque, en el estrado, llegué a desarrollar un sutil movimiento ocular de sube y baja, para los alumnos atentos no hubo jamás la menor duda de que lo que yo hacía era leer, no hablar.» Para algunas de las lecciones sobre Chéjov, y sobre todo para la referente al Iván Ilich de Tolstoi, la lectura directa de manuscrito habría sido imposible, porque no existe ningún guión acabado.
Se detecta además una diferencia más sutil que la de estructura. Hablando sobre los grandes narradores rusos del siglo XIX, Nabokov estaba completamente en su elemento. Aquellos escritores no sólo representaban para él la cima absoluta de la literatura rusa (junto con Pushkin, naturalmente), sino que además habían florecido en contra del utilitarismo que Nabokov despreciaba tanto en los críticos sociales de aquella época como, con mayor mordacidad, en su posterior desarrollo soviético. A este respecto, la conferencia «Escritores, censores y lectores rusos» refleja la actitud que encontramos en su manera de abordar el tema. En las lecciones se deplora el elemento social de Turguéniev y se ridiculiza el de Dostoyevski, pero contra las obras de Gorki se arremete violentamente. Así como en el Curso de literatura europea Nabokov había insistido en que los alumnos no leyeran Madame Bovary como una historia de la vida burguesa en la Francia provinciana del siglo XIX, así reserva su mayor admiración para la negativa de Chéjov a que el comentario social se interfiera en su observación exacta de las personas tal como él las veía. En el barranco representa, artísticamente, la vida como es, las personas como son, sin la distorsión que se habría seguido de una preocupación por el sistema social capaz de producir esos personajes. Correspondientemente, en la serie sobre Tolstoi lamenta, no sin una cierta sonrisa, que Tolstoi no viera que la belleza de los rizos oscuros sobre el tierno cuello de Ana era artísticamente más importante que las ideas de Liovin (que son las de Tolstoi) sobre la agricultura. La insistencia en lo artístico era extensa y continua en el Curso de literatura europea, pero cabe pensar que es más intensa en este grupo de obras rusas porque para Nabokov el principio del arte se opone no ya únicamente a las tendencias del lector de la década de 1950, como le vemos sostener en el volumen anterior, sino también, lo que es más importante para los escritores, a la actitud utilitaria, hostil y con el tiempo triunfante, de los críticos rusos del siglo XIX, que más tarde había de fraguar en el dogma político de la Unión Soviética.