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Álvarez Garriga Carles - Clases de literatura: Berkeley, 1980

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Álvarez Garriga Carles Clases de literatura: Berkeley, 1980

Clases de literatura: Berkeley, 1980: resumen, descripción y anotación

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Prólogo / de Carles Álvarez Garriga -- Primera clase: Los caminos de un escritor -- Segunda clase: El cuento fantástico I: el tiempo -- Tercera clase: El cuento fantástico II: la fatalidad -- Cuarta clase: El cuento realista -- Quinta clase: Musicalidad y humor en la literatura -- Sexta clase: Lo lúdico en la literatura y la escritura de Rayuela -- Séptima clase: De Rayuela, Libro de Manuel y Fantomas contra los vampiros multinacionales -- Octava clase: Erotismo y literatura -- Apéndice: La literatura latinoamericana de nuestro tiempo ; Realidad y literatura ; Con alguanas inversiones necesarias de valores.

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Luz

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Índice de obras citadas

“Algunos aspectos del cuento”:

“Apocalipsis de Solentiname”:

Argentina: años de alambradas culturales :

“Botella al mar. Epílogo a un cuento”:

“Comercio”:

“Con legítimo orgullo”:

“Cóndor y cronopio”:

“Conservación de los recuerdos”:

“Continuidad de los parques”:

“Del cuento breve y sus alrededores”:

Deshoras :

“Después del almuerzo”:

“El perseguidor”:

Fantomas contra los vampiros multinacionales :

“Flor y cronopio”:

Historias de cronopios y de famas :

“La isla a mediodía”:

“La literatura latinoamericana de nuestro tiempo”:

“La noche boca arriba”:

La vuelta al día en ochenta mundos :

“Las babas del diablo”:

“Las buenas inversiones”:

“León y cronopio”:

Libro de Manuel :

“Lo particular y lo universal”:

“Los buenos servicios”:

“Los caminos de un escritor”:

“Los exploradores”:

Los premios :

“Lucas, sus hospitales”:

“Lucas, sus pianistas”:

“Lugar llamado Kindberg”:

“Música”:

Presencia :

“Realidad y literatura. Con algunas inversiones necesarias de valores”:

“Reunión”:

Teoría del túnel :

“Torito”:

“Tortugas y cronopios”:

“Tu más profunda piel”:

“Un pequeño paraíso”:

Un tal Lucas :

Prólogo

Me lo has oído mil veces, aborrezco los hombres que hablan como libros, y amo los libros que hablan como hombres.

M IGUEL DE U NAMUNO

Tras la reciente publicación de la correspondencia cortazariana en cinco apretados volúmenes, un periodista argentino comentó que parece verdad que una editorial tiene su fantasma encerrado en un sótano en algún lugar del universo entre Buenos Aires y París “escribiendo hasta que la eternidad quepa en un instante”. En efecto, la combadura que con los años va adquiriendo el estante donde guardamos los libros de esta colección empieza a ser amenazadora. ¡Menos mal que siempre dijo que no era un escritor profesional de los que cumplen un plan y un horario y que sólo se ponía a la tarea cuando las ideas le caían a la cabeza como cocos! Abundando en esta línea, hacemos ahora una excepción al publicar bajo su firma páginas que no fueron escritas sino habladas, un conjunto que bien podría llevar por título El profesor menos pedante del mundo .

Las lecciones de literatura dictadas por escritor consagrado son casi un género aparte. Recordemos tres ejemplos maravillosos: Borges oral , cinco conferencias dictadas en la Universidad de Belgrano en las que lo oímos pensando en voz alta; las Seis propuestas para el próximo milenio que Calvino redactó para un seminario en Harvard y desdichadamente no pudo pronunciar porque la muerte se le adelantó; las Lectures on Literature de Nabókov, reconstrucción de miles de páginas de apuntes que el autor preparó porque —lo dijo en una ocasión— pensaba como un genio, escribía como un autor distinguido y hablaba como un niño. El curso sobre literatura que dio Julio Cortázar en Berkeley en octubre y noviembre de 1980 merece estar en tal compañía sin menoscabo de su mayor particularidad: las jornadas tienen dos partes; en la primera se da lección, en la segunda se establece un diálogo con los alumnos y se habla ya no sólo de literatura sino también de política, de música, de cine.

Cortázar logra una vez más que quien se acerque a él no se comporte pasivamente: ofrece, y consigue, la complicidad que es la clave de todo aprendizaje. Cada cual sabe lo suyo y ha disfrutado a sus maestros y sufrido a sus maestrillos, pero ¿no es cierto que muy pocos han tenido la honradez intelectual de ponernos sobre aviso el primer día con palabras como las siguientes?

Tienen que saber que estos cursos los estoy improvisando muy poco antes de que ustedes vengan aquí: no soy sistemático, no soy ni un crítico ni un teórico, de modo que a medida que se me van planteando los problemas de trabajo, busco soluciones.

Esa búsqueda continua de soluciones es la esencia de la dinámica del autor, siempre insatisfecho con verdades provisorias, y de ahí que el último día pueda concluir diciendo: “Esto no era un curso, era algo más: un diálogo, un contacto”. Cómo estar en desacuerdo.

En 1969 Cortázar rehusó la propuesta de profesor invitado cursada por Columbia University porque aceptar le parecía una aprobación tácita de la llamada “fuga de cerebros” y sentía que no debía visitar los Estados Unidos mientras aplicaran su política imperialista. A mediados de los setenta cambió esa posición tan radical y visitó algunas universidades norteamericanas para acudir a simposios u homenajes, hasta que en 1980 y a pedido de su viejo amigo Pepe Durand accedió a ir a University of California, Berkeley, para enseñar (él lo escribía entre signos de interrogación: “¿enseñar?”). El ofrecimiento tenía “condiciones excelentes para trabajar poco y leer mucho” cerca de San Francisco, ciudad que lo fascinaba, y es cierto que aprovechó para escribir: tenemos constancia de que ahí mecanografió de una sentada “Botella al mar. Epílogo a un cuento”, incluido en el que sería su último volumen de relatos, Deshoras . En cuanto a “trabajar poco”, no parece que fuera así: además de dictar las dos conferencias que se reproducen en el apéndice, daba clase los jueves de dos a cuatro de la tarde, con un breve descanso intermedio, y recibía a los alumnos en la oficina del Departamento de Español y Portugués los lunes y los viernes desde las nueve y media hasta el mediodía. En resumen, y como escribió en una carta a Lucille Kerr: “estas actividades me fatigan mucho, porque yo no tengo nada de profesor y mis encuentros con estudiantes me producen siempre una considerable tensión” (nadie lo diría).

La larga estadía con Carol Dunlop en Berkeley, que formaba parte de un periplo iniciado en México, tenía otro motivo menos evidente:

No te sorprendas de esta ausencia parisina de seis meses, que me duele mucho pero que es necesaria; romper con algunas etapas de la vida es más penoso de lo que parece, y después de pensarlo mucho he comprendido que era la única manera de poder volver a mi territorio natural sin tener que enfrentar diariamente las secuelas de diez años de una vida en común que se resiste a aceptar que a lo hecho, pecho.

(Carta a Félix Grande, 18 de mayo de 1980)

Sobre todo había una razón que explicaba la aceptación del curso: un motivo más malicioso, más propio de griegos que regalan caballos a Troya y del cual hará balance al terminar el ciclo:

Mi curso en Berkeley fue excelente para mí y creo que para los estudiantes, no así para el departamento de español que lamentará siempre haberme invitado; les dejé una imagen de “rojo” tal como la que se puede tener en los ambientes académicos de los USA, y les demolí la metodología, las jerarquías prof/alumno, las escalas de valores, etc. En suma, que valía la pena y me divertí.

(Carta a Guillermo Schavelzon,

18 de diciembre de 1980)

La demolición de la metodología embalsamadora y de la fosilizada jerarquía profesor-alumno es ciertamente una de las características más llamativas de estas lecciones en las que vemos cómo la amistad va afianzándose semana tras semana, a tal punto que los alumnos comienzan a tutearlo, a regalarle cintas de música o la figurita de un unicornio y, en fin, hasta el maestro se ríe cuando uno de los muchachos empieza una pregunta:

A LUMNO : ¿Por qué no...?

C ORTÁZAR : Una de las tuyas, ya te conozco. A ver.

De regreso a París dijo a Aurora Bernárdez que al dictar esas clases tuvo que “bajar el tiro” porque la falta de conocimientos generales sobre la materia por parte de ese centenar de alumnos le imposibilitó dar el curso como le hubiera gustado; con todo, las charlas bien merecen la publicación porque complementan los concentrados clásicos que dedicó a estos mismos temas ( Teoría del túnel , “Del cuento breve y sus alrededores”, “Algunos aspectos del cuento”) y porque las alusiones a las circunstancias políticas del momento suscitadas por las preguntas del alumnado sintetizan lo expuesto en otros libros.

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