E. J. RODRÍGUEZ
A pesar de los intentos de confirmar datos de E. J. Rodríguez, no fue posible obtener una foto ni contrastar más datos de este gran profesional que el correo que Emilio envió a Alfonso Caballero y que copio a continuación. «Hola, Alfonso: Soy Emilio (E. J. Rodríguez). Decirte que no tengo página web ni he publicado libro, de momento todo lo que escribo es para Jot Down. Muchas gracias por tu interés y por tus amables palabras!».
Jot Down Cultural Magazine es una revista cultural española. Fue fundada por Ángel Fernández y Ricardo J. González en mayo de 2011. Cuenta con una versión en línea y otra en papel. Entre los planes de futuro de la revista está el tener una versión en inglés. A partir de 2013 la publicación de la versión en papel fue trimestral. Han colaborado autores como Enric González, Juan José Gómez Cadenas, Pepe Albert de Paco, Manuel Jabois, Jordi Bernal o Tsevan Rabtan. En marzo de 2012 rondaban las 400 000 visitas mensuales, y en agosto alcanzó 656 709.
En octubre de 2015 Jot Down llegó a un acuerdo con el periódico EL PAÍS para la publicación (Jot Down Smart) de una versión mensual de la revista con un contenido reducido.
Título original: Bobby Fischer. El Ajedrez es la vida
E. J. Rodríguez, 2015
Diseño de cubierta: ElyDaniel
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Bobby Fischer: El Ajedrez es la vida.
Grandes Maestros del ajedrez. Volumen 2.
Bobby Fischer: la infancia del pequeño diablo
ediados de los años cincuenta. Una pareja de chavales camina por las calles de Nueva York. En mitad del ajetreo urbano nadie repara en su presencia. Los transeúntes, los policías, los trabajadores de las obras públicas; cualquiera que se cruce con ellos ve solamente a dos adolescentes. Porque eso es lo que son, solo dos chicos de trece años. Pero la gente poco puede sospechar que uno de ellos se convertirá, en el transcurso de solo un par de años, en uno de individuos más famosos del país. Y al cabo de algunos años más, en una de las mayores celebridades de todo el planeta. Es el más delgadito, de cabello castaño, vestimenta humilde y aspecto ligeramente desaliñado. Se llama Robert James Fischer y está a punto de irrumpir en la Historia cuando aún no tenga edad para afeitarse; el mundo, de hecho, lo conocerá para siempre con el diminutivo de «Bobby».
Los dos chiquillos que deambulan juntos por las abarrotadas aceras son amigos y comparten una misma pasión: el ajedrez. Se han conocido participando en diversos torneos juveniles y cada vez que se encuentran suelen pasar bastante tiempo juntos. Uno de ellos se acaba de trasladar desde California hasta Nueva York, porque es la meca ajedrecística de los Estados Unidos. El otro, Bobby, ha crecido en esta misma ciudad, donde ya es un habitual en los clubes de ajedrez, de hecho suele saltarse las clases del colegio para poder participar en los torneos.
Este día, un día de primavera de 1956, los dos jovenzuelos se dirigen al sur de Manhattan. Nueva York es una metrópolis inmensa, pero su mundo —el microcosmos del ajedrez— es relativamente pequeño, repartido a lo largo de unas cuantas calles. Cerca de la 5ª Avenida, casi camuflado en una tranquila entrada de semisótano, está el Marshall Chess Club, uno de los clubes de ajedrez más importantes de la ciudad, que es a donde hoy se dirigen los dos jóvenes jugadores de nuestra historia.
A unas pocas calles del club está el parque de Washington Square, donde suelen reunirse ajedrecistas de toda índole para echar unas partidas al aire libre; también allí se ha dejado ver el joven Bobby bastante a menudo. Un par de manzanas más allá —prácticamente a la vista del parque— hay varias legendarias tiendas de material ajedrecístico, como el Chess Forum, que es probablemente uno de los comercios más bonitos del mundo aunque solo sea por lo que contiene tras sus coquetos escaparates; o el Village Chess Shop, donde a veces podemos ver a gente jugando en la misma acera, ante mesas situadas junto a la puerta del local como si fuese la terraza de un café.
Los dos escolares transitan, pues, por el auténtico corazón del ajedrez neoyorquino. Caminan en silencio, y en ese momento, uno de ellos —que ha estado reflexionando durante un rato— parece tener un momento de revelación sobre su futuro. Su juego ha estado mejorando en los últimos meses de manera considerable, pero ahora su mirada va más allá y siente que se ha abierto una nueva puerta ante él. Todavía no ha cumplido los catorce años pero puede notarlo: está hecho para la grandeza. Así lo recordaba después su acompañante y amigo, Ron Gross:
«Bobby y yo nos hicimos amigos. Solíamos vagabundear juntos por la ciudad. A veces íbamos al club Marshall para jugar un torneo de partidas rápidas, cosas por el estilo. Un día nos dirigíamos juntos a Manhattan porque ambos participábamos en un pequeño torneo temático sobre la apertura Ruy Lopez. De repente, Bobby dijo:
—¿Sabes qué? Puedo ganarles a todos esos tipos.
Yo creí que se refería a la gente del torneo en que estábamos participando, y pensé que lo que estaba diciendo era una perogrullada. No era un torneo muy fuerte, y de hecho ambos habíamos ganado todas nuestras partidas hasta el momento. Pero él no se refería a eso. El se refería a que podía vencer a cualquiera en los Estados Unidos. Y a finales de ese mismo año, eso es precisamente lo que hizo».
El hijo de una enfermera
egina Fischer, madre de Bobby, fue una mujer extremadamente inteligente y de carácter bastante difícil. Regina Fischer era una mujer muy particular. Nació en Suiza, aunque su familia emigró después a los Estados Unidos, donde se hizo ciudadana estadounidense.
Regina Fischer, madre de Bobby, fue una mujer muy inteligente y de carácter difícil.
Había estudiado medicina en la Unión Soviética —además del inglés, hablaba con fluidez ruso, alemán, francés, español y portugués… que se sepa— y se había casado con el físico alemán Hans Gerhardt Fischer, con quien tuvo una hija, Joan. Pero Hans la dejó y Regina volvió a los Estados Unidos para trabajar dando clases o como enfermera; poco dada a la monotonía, solía cambiar a menudo de residencia. Cuando nació su segundo hijo estaba en Chicago y como hoy sabemos ya no vivía con Hans, aunque este era todavía oficialmente su marido y a causa de ello durante muchos años se atribuyó al alemán la paternidad de Bobby. Por entonces, Regina se relacionaba con otro físico, el húngaro Paul Nemenyi, un simpatizante comunista que solía dejar atónitos a quienes se cruzaban en su camino por su prodigiosa inteligencia.