S OBRE ESTA EDICIÓN
«La vida de cualquier persona —describía Mariano Rawicz en Confesionario de papel (1997)— puede compararse con un pan de Pascua. La masa de la harina equivale a los días, meses y años anodinos y rutinarios, en tanto que las pasas y los trozos de nuez representan los instantes o episodios más dramáticos, eufóricos o grotescos. Por lo demás, la harina puede ser de buena o mala calidad, contener más o menos azúcar o sacarina; las pasas y los trozos de nuez pueden ser abundantes o escasos, repartidos con cierta regularidad dentro de la masa o concentrados en ciertas zonas de la misma». Sin embargo, esa «harina» —hechos cotidianos, rutinas, detalles domésticos…— constituye la vida de una persona, sin posible rescate. Los intentos de recuperación, desde las primeras biografías de Fernández Almagro, Vida y literatura de Valle -Inclán, y Francisco Madrid, La vida altiva de Valle-Inclán , hasta trabajos recientes, emplean recursos literarios haciendo pasar por hechos reales lo que no son más que especulaciones sin base, afirmaciones temerarias o simple y llana fabulación. Francisco Madrid, al contrario de Fernández Almagro, apenas tuvo trato con Valle-Inclán, excepto la estancia en Barcelona en 1925. Fundamentalmente emplea noticias de prensa, sin indicar la fuente, anécdotas e invenciones de su propia cosecha. Nada más fuera de lugar que «el padre fue periodista en Villagarcía, pero fracasó. También fue poeta, mas eso no le dio para comer. El padre lucha y la madre también». Tan imaginario como «cuando don Ramón regresa de Madrid se instala en Pontevedra y el señor Murnais [sic] le ofrece su casa […] allí se hace amigo sincero de los clásicos, aprende a descubrir los secretos de los papeles amarillos de archivos y bibliotecas particulares, lee crónicas y memorias históricas, documentos de indianos y actas de Cortes que le familiarizan con el mundo de sus futuras novelas».
Fernández Almagro, que sí conoció a su biografiado, publica su trabajo el mismo año, en 1943, incidiendo en los mismos despropósitos. Así sostiene que «estudió latín con un dómine de la Puebla del Deán, el presbítero don Carlos Pérez Noal, llamado familiarmente “bichuquiño”, y era tenido por díscolo y distraído más que por estudioso y dócil», mudado en Francisco Madrid en «don Cándido Pérez Noal, cura párroco de Puebla del Deán, a quien las viejas y las mozas llaman “bichuguiño” le une al abecedario […] Este chico tiene muy buenas condiciones para el estudio, anuncia el sacerdote». Gómez de la Serna, que trató muy poco a Valle-Inclán, crea una biografía literaria que debe tomarse solamente como tal, obviando la cantidad de dislates, anecdotario y entelequias. Valga como muestra: «Aunque en su niñez hay penurias de hidalgos arruinados […] y en el castillo de la madre, Peña, había un escudo […] el lema del palacio del padre».
Estas obras han servido de base para aproximaciones y estudios biográficos posteriores, sin apenas aportaciones ni verificación de datos. Algún estudioso afirma que «obtiene [Valle-Inclán] un premio en un concurso literario celebrado en Pontevedra por sus cuentos Magosto, El fiadoiro, La noche de san Juan , La meiga y Manolito el Tato, hoy perdidos», cuando cuentos y premio son de su hermano Carlos, recogidos en Escenas gallegas (1894), y el párrafo copiado literalmente de Casas Fernández, Páginas de Galicia (1950). No menos llamativas resultan precisiones como: «[…] A media tarde Dolores Peña que se encuentra en la Puebla, al sentir los primeros síntomas de parto, cruza la ría en la barca de Abelardo y llega a Vilanova al anochecer. La travesía se hace en contra del parecer de Abelardo, a causa del temporal», ficción literaria debida a Caamaño Bournacell en Por las rutas turísticas de Valle -Inclán (1971).
Como criterio general, se favorecen los testimonios más cercanos en el tiempo y realizados por personas con quienes mantuvo amistad, como el testimonio de Ricardo Fuente en 1897, que describe la vida de Valle-Inclán como «regalada», frente al tópico usual de hambre y miseria.
Las falsedades e inexactitudes pasan de unas obras a otras, así como el nefasto anecdotario, del que se prescinde, aun aceptando alguna que otra como posible, inspirador de no pocos autores que acreditan, por ejemplo, lo relatado en un artículo del Heraldo de Madrid (28-XII-1927) a pesar de su título, «Hoy 28 de diciembre ha comenzado la causa contra Valle-Inclán», inocentada que perduró más de lo que su inventor pudo imaginar.
La producción literaria como fuente biográfica requiere uso aquilatado: las líneas de su ideología tradicionalista, la contraposición mundo industrial versus sociedad arcaica, tan mitificada como inveraz, el misticismo o la religiosidad popular, son patentes en su producción; ahora bien, que el marqués de Bradomín, don Juan Manuel Montenegro o Max Estrella se construyeron a modo de alter ego del autor carece de todo fundamento razonable, manejándose frases y parlamentos de sus personajes de suerte oportunista, parcial e inconsistente con los hechos. Cuando el marqués de Bradomín lamenta en Luces de bohemia «¡No me han arruinado las mujeres con haberlas amado tanto, y me arruina la agricultura!», la segunda afirmación es un trasunto biográfico, aunque inexplicablemente la primera no, ignorando además que don Ramón ganó dinero con su actividad agrícola. El proceder contrario consiste en crear contrapuntos a personajes de su invención. En Jardín umbrío emplea el recurso del falso autor, de larga tradición literaria, sosteniendo que narra las historias escuchadas a Micaela la Galana, criada de su abuela; por tanto, hubo de tener presencia real. Sin embargo, en la misma obra, el falso compilador —«una amiga ya muerta, quien con amoroso cuidado reunió estos cuentos escritos a la ventura y en tantos sitios»— no alcanza categoría autobiográfica.
En no pocas ocasiones los biógrafos muestran una sorprendente relación personal con Valle-Inclán, sabedores de su sicología, certificando verbigracia que en su pleito de divorcio no compareció por su «orgullo de hidalgo» o que los hijos preferían vivir con su padre porque «era mucho más complaciente con ellos». Que no se presentó en la demanda de divorcio y fue representado por los estrados es incontestable, pero ¿debido a asesoramiento legal para no dar cuenta de sus ingresos?, ¿gesto a su esposa indicando la posibilidad de acuerdo para que retirase la demanda?, ¿confianza en que se desestimase el pleito porque quien había abandonado el domicilio conyugal era su esposa y no él?, ¿error judicial en la comunicación de la fecha?... Un análisis preciso, cabal, de labores biográficas, memorias, recuerdos y testimonios posteriores a su fallecimiento, pero también coetáneos, de Ruiz Contreras a Cansinos Assens, excede con mucho los límites de esta obra. Solamente desmontar los absurdos sobre sus últimas horas de vida o su entierro precisaría amplio espacio.
Don Ramón es descrito por allegados y contemporáneos como un hombre reservado, nada dado a confidencias íntimas, y, al no haber gozado de ellas ni convivido en su círculo familiar en el pasado siglo, el proceder elegido ha sido el rigor en los datos, rehuyendo juicios de intenciones, afirmaciones gratuitas y valoraciones morales de sucesos acaecidos hace ochenta o cien años.
Los materiales disponibles para esa empresa no son precisamente alentadores: carencia de memorias o diarios; documentos personales, como las libretas empleadas en su visita a Navarra o al frente francés en la Gran Guerra, apenas contienen anotaciones de carácter personal. El epistolario familiar, por parvo y fragmentario, no permite penetrar apenas en sus sentimientos ni en su vida privada; la correspondencia con amigos excepcionalmente deja entrever su estado de ánimo, en ocasiones exagerando la situación económica, el estado de salud o fingiendo planes que nunca pensó llevar a cabo para presionar a cargos políticos.