Advertencia para la reedición del Segundo manifiesto (1946)
Estoy persuadido, al permitir que reaparezca hoy el Segundo manifiesto del surrealismo, de que el tiempo se ha encargado de suavizar por mí sus aristas polémicas. Deseo que haya corregido, aunque sea hasta cierto punto a mis expensas, los juicios a veces apresurados que emití sobre diversos comportamientos individuales tal como creí verlos delinearse entonces. Este aspecto del texto sólo puede justificarse ante quienes se tomen el trabajo de situar el Segundo manifiesto en el clima intelectual del año que lo vio nacer. Justamente alrededor de 1930, los espíritus liberados adquieren conciencia del próximo e ineluctable retomo de la catástrofe mundial. A la difusa desorientación resultante, admito que se superpuso en mí otra preocupación: ¿cómo sustraer a la corriente cada vez más imperiosa, la barca que algunos de nosotros habíamos construido con nuestras propias manos para remontar esa misma corriente? Ante mis propios ojos, las páginas que siguen evidencian molestos rasgos de nerviosidad. Tienen en cuenta agravios de importancia desigual: no hay duda que algunas defecciones fueron dolorosamente sentidas, y que la actitud —completamente incidental— frente a los casos de Baudelaire, de Rimbaud, induciría a pensar, en un primer momento, si se la toma aisladamente, que los más vapuleados podrían muy bien ser aquellos que fueron depositarios de la mayor confianza inicial, aquellos de quienes más se había esperado. Con la perspectiva del tiempo, la mayor parte de ellos han llegado a comprenderlo tan bien como yo, de modo que entre nosotros se produjeron ciertos acercamientos, al mismo tiempo que acuerdos de apariencia más durable eran a su vez denunciados. Una asociación de hombres como la que permitió la edificación del surrealismo —tan ambiciosa y apasionada como no se había conocido igual por lo menos desde el sansimonismo— no deja de obedecer a ciertas leyes de fluctuación que justifican muy humanamente la incapacidad de una firme decisión desde el interior. Los recientes acontecimientos, al encontrar alineados en el mismo frente a todos aquellos que el Segundo manifiesto enjuicia, demuestran que su formación común fue sana, y confieren objetivamente un límite razonable a sus altercados. En la medida en que algunos de ellos han podido ser víctimas de los acontecimientos o, de un modo más general, víctimas de la vida —pienso en Desnos, en Artaud— me apresuro a declarar que los yerros que me aconteció adjudicarles caen por su propio peso, como también en el caso de Politzer —cuya actividad se ha concretado permanentemente fuera del surrealismo, razón por la cual no tenía por qué rendir al surrealismo cuentas de ella— no me avergüenza reconocer que me equivoqué en un todo en cuanto a su personalidad.
Lo que a quince años de distancia aparece como vulnerable en algunas de mis presunciones contra unos y otros, no me quita libertad para alzarme contra la afirmación recientemente emitida.
ANTES… DESPUES
ANTES
Preocupado por la moral, es decir por el sentido de la vida, y no por la observación de las leyes humanas, André Breton, por su amor de la vida exacta y de la aventura, vuelve a dar su sentido propio a la palabra «religión».
Robert Desnos, Intenciones.
Querido amigo, la admiración que le tengo no depende de la perpetua suscitación de sus «virtudes» ni de sus errores.
Georges Ribemont-Dessaignes, Varietés.
Querido Breton: puede ser que no vuelva jamás a Francia. Esta noche insulté todo lo que usted puede insultar. Estoy reventado. La sangre me corre por los ojos, las narices y la boca. No me abandone. Defiéndame.
Georges Limbour (21 de julio de 1924).
Llego París, gradas.
Limbour (23 de julio de 1924).
… Sé exactamente lo que te debo y sé también que son algunas nociones que me diste en el curso de nuestras charlas las que me han permitido llegar a esas comprobaciones. Nosotros seguimos caminos paralelos. Quisiera que creyeras sinceramente que mi amistad por ti no es una cuestión de sonrisas.
Jacques Baron (1929).
Me cuento entre los amigos de Breton en razón de la confianza que me dispensa. Pero no es una confianza. Nadie la posee. Es una gracia, y yo os la deseo. Es la gracia que os deseo.
Roger Vitrac, Le Journal du peuple.
DESPUÉS
Y la última vanidad de ese fantasma será apestar eternamente entre las pestilencias del paraíso prometido a la próxima y segura conversión del faisán André Breton.
Robert Desnos, Un cadáver (1930).
El segundo manifiesto del surrealismo no es una revelación, es todo un éxito.
No se puede hacer nada mejor en el género hipócrita, traidor, sobador, sacristán y, para resumirlo todo: polizonte y cura párroco.
Georges Ribemont-Dessaignes, Un cadáver.
Me dará mucho placer verte sangrar por la nariz.
Georges Limbour (diciembre de 1929).
Era el íntegro Breton, el salvaje revolucionario, el severo moralista.
Pues bien, ¡un bonito nene!
Esteta de corral, este animal de sangre fría sólo ha contribuido a crear la más negra confusión en todo.
Jacques Baron, Un cadáver.
En cuanto a sus ideas, no creo que nadie las haya jamás tomado en serio, salvo algunos críticos complacientes que él adulaba, algunos colegiales que empiezan a envejecer y algunas parturientas que sueñan parir monstruos.
Roger Vitrac, Un cadáver.
Decididos a usar y aún abusar, en cualquier ocasión, de la autoridad que confiere la práctica consciente y sistemática de la expresión escrita o cualquier otra, solidarios en todos los puntos con André Breton y resueltos a dar aplicación a las conclusiones que surgen de la lectura del Segundo Manifiesto del Surrealismo, los que suscriben, escépticos sobre la proyección de las revistas «artísticas y literarias» han decidido aportar su cooperación a una publicación periódica, que con el título.
EL SURREALISMO al servicio de la revolución
no solamente les permitirá responder de una manera actual a la canalla que hace profesión de pensar, sino que preparará el vuelco definitivo de las fuerzas intelectuales hoy activadas en provecho de la fatalidad revolucionaria.
Maxime Alexandre, Aragon, Joe Bousquet, Luis Buñuel, René Char, René Crevel, Salvador Dalí, Paul Éluard, Max Ernst, Marcel Fourrier, Camille Goemans, Paul Nougé, Benjamin Péret, Francis Ponge, Marco Ristitch, Georges Sadoul, Yves Tanguy, André Thirion, Tristan Tzara, Albert Valentin (1930).
ANDRÉ BRETON (Tinchebray, Francia, 1896-París, 1966). De origen modesto, comenzó a estudiar medicina desoyendo las presiones familiares (sus padres querían que fuera ingeniero). Movilizado en Nantes, durante la Primera Guerra Mundial, en 1916, conoció a Jacques Vaché, que ejerció sobre él una gran influencia, a pesar de haber escrito únicamente cartas de guerra. Entra en contacto con el mundo del arte, primero a través de Paul Valéry y después del grupo dadaísta en 1916.
Durante la guerra trabajó en hospitales psiquiátricos, donde estudió las obras de Sigmund Freud y sus experimentos con la escritura automática (escritura libre de todo control de la razón y de preocupaciones estéticas o morales), lo que influyó en su formulación de la teoría surrealista. Se convirtió en pionero de los movimientos antirracionalistas conocidos como dadaísmo y surrealismo. En 1920 publicó su primera obra Los campos magnéticos, en colaboración con Philippe Soupault, en la que exploraba las posibilidades de la escritura automática. Al año siguiente rompió con Tristan Tzara, el fundador del dadaísmo.