B REVE HISTORIA
DE LA B ELLE
É POQUE
B REVE HISTORIA
DE LA B ELLE
É POQUE
Ainhoa Campos Posada
Colección: Breve Historia
www.brevehistoria.com
Título: Breve historia de la Belle Époque
Autor: © Ainhoa Campos Posada
Director de colección: Luis E. Íñigo Fernández
Copyright de la presente edición: © 2017 Ediciones Nowtilus, S.L.
Doña Juana I de Castilla, 44, 3º C, 28027 Madrid
www.nowtilus.com
Elaboración de textos: Santos Rodríguez
Diseño y realización de cubierta: Universo Cultura y Ocio
Imagen de portada: Marthe Régnier en un automóvil con chofer (1904-1908). Postal n.º 2000. Antigua colección de Robert Tupin. Bibliothèque d’Étude et de Conservation-Archives municipales de Besançon, Francia.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).
ISBN edición digital: 978-84-9967-813-9
Fecha de edición: Abril 2017
Depósito legal: M-6572-2017
Qué afortunados somos de vivir
el primer día del siglo XX.
Le Figaro, 1 de enero de 1901
Este libro está dedicado a mi profesora Rosario
de la Torre del Río, que me prestó Años de vértigo y
me animó a adentrarme en la fascinante Belle Époque.
Y a mi compañero, Óscar Sainz de la Maza, sin cuyo
esfuerzo y ayuda no habría podido escribir este libro.
Era 1930. El intelectual alemán Stefan Zweig paseaba lentamente por las calles de Londres cuando un súbito rumor formado por voces infantiles le despertó de su ensimismamiento. Era la hora del fin de las clases, y una pequeña multitud de muchachos y muchachas había empezado a salir de la escuela alborotadamente, hablando sin parar unos con otros, sin correr pero a buen paso, como si no pudieran esperar para despedirse por un día del edificio en el que la mañana transcurría de una clase a otra.
Algo llamó poderosamente la atención de Stefan. Algo que para nosotros, habitantes del siglo XXI , es tan cotidiano que no se nos pasa por la cabeza reflexionar sobre ello. Los jóvenes, chicos y chicas, hablaban entre ellos con naturalidad, intercambiaban miradas cómplices y mohines de pretendida indignación ante las bromas.
El contraste con la infancia y juventud de Stefan no podía ser mayor. Acudió a una escuela vienesa sólo para chicos, creció rodeado de sus iguales y desdeñó con ellos la compañía femenina, considerada intelectualmente inferior a la que podían proporcionar los hombres. Chicos y chicas iban a clase por separado, jugaban por separado, aprendían su papel en el mundo por separado. Cuando llegó la pubertad, el abismo que la sociedad había instalado entre los dos sexos parecía infranqueable. Las mujeres de la burguesía, educadas en la ignorancia sobre todo lo relativo al sexo, debían llegar vírgenes al matrimonio si querían conservar el honor. Los hombres de la burguesía podían desahogar discretamente sus necesidades sexuales con las profesionales del ramo, que no tenían ningún honor que salvaguardar.
Un sistema en el que habían vivido las generaciones anteriores a Zweig, y en el que, todo indicaba, vivirían las siguientes. Pero, en el lapso de una generación, todo empezó a cambiar. Para Stefan, «en ninguna otra esfera de la vida pública se produjo un cambio tan radical como en el de las relaciones entre los dos sexos». A ojos del austriaco, las mujeres del nuevo siglo eran incluso más guapas que sus predecesoras, ahora que ya no escondían sus formas femeninas, que caminaban con seguridad y se relacionaban con naturalidad con el sexo opuesto. Así lo expresó en su libro El mundo de ayer. Memorias de un europeo .
La juventud de Stefan Zweig tuvo lugar en una época en la que los cambios radicales, como el de la relación entre los dos sexos, se convirtieron en algo cotidiano. Entre 1890 y 1914 se transformó el modo en el que se hacía la política; progresaron la economía, la tecnología y la ciencia; las ciudades crecieron enormemente; aparecieron el consumo y el ocio de masas; se pusieron en cuestión los valores tradicionales; las mujeres empezaron a demandar la igualdad y los trabajadores clamaron de mil maneras por la justicia social.
Zweig, un burgués acomodado que tuvo la posi-bilidad de viajar y conocer mundo, que habitó las ciudades más bulliciosas del momento y se codeó con las grandes personalidades de la época, vislumbró y participó en estos cambios antes que los sectores desfavorecidos de la sociedad. Para un campesino de un pueblo perdido de Francia, la vida era muy parecida a la que habían experimentado sus tatarabuelos. Los cambios se dejaron ver antes en países avanzados como Inglaterra o Alemania que en las atrasadas Rusia y España y estimularon la vida urbana mientras apenas rozaron las zonas rurales. Sin embargo, incluso para nuestro campesino francés, las noticias de los descubrimientos fabulosos y la preocupación por los peligros que representaba el mundo moderno eran el pan de cada día.
Stefan nació en un mundo que parecía completamente sólido, pero para 1914 toda esa solidez se estaba disolviendo en el aire. Entonces llegó la Gran Guerra, que aceleró los cambios; pero éstos ya habían empezado a trastocar el orden establecido décadas antes.
La terrible guerra mundial también alteró la forma en la que se veía el pasado. Cuando las generaciones que vivieron la guerra echaron la vista atrás, idealizaron toda la etapa anterior al conflicto. De ahí que desde entonces la conozcamos como la Belle Époque. Pero si uno se acerca a este período apartando la sombra que proyecta la guerra, se da cuenta de que la Belle Époque tuvo sus luces y sus sombras. La sociedad de entonces era una sociedad convulsa, en la que los acontecimientos políticos se aceleraron, se erigieron barricadas y se reprimieron huelgas, se asesinó a cabezas de Estado y se perpetraron terribles masacres. Pero, a la vez, avanzaron la educación y los valores, aparecieron inventos que facilitaron la vida de las personas, que vivían más y mejor que sus antepasados.
Era un mundo, en definitiva, lleno de contradicciones. Un mundo cuyo aire podemos respirar, porque se parece mucho al del siglo XXI . Nosotros vivimos en una era en la que el cambio es constante; los progresos de la ciencia, que se acumulan año tras año, ya apenas nos sorprenden. Vivimos una vida urbana o marcada por las pautas urbanas, en la que la luz eléctrica borra la diferencia entre el día y la noche, en la que disfrutamos de tiempo de ocio y nos dejamos llevar por el consumo. Vivimos un momento histórico en el que nos parece paradójico que el progreso material del que disfrutamos no lleve aparejado el progreso moral.
Así empezaron a vivir los protagonistas de la Belle Époque, nuestros antepasados. En su mundo están escondidas las raíces del nuestro.
Este libro es un viaje para descubrirlas.
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El siglo XX nació el martes 1 de enero de 1901. Pocos días después, moría en su cama la reina Victoria. La monarca abandonaba el mundo casi a la par que el siglo del que había sido símbolo. Joven y enérgica, accedió al trono en 1837, cuando aún no había llegado a contar veinte primaveras. Octogenaria, acosada por el reúma y con los ojos cegados por las cataratas, lo abandonaba sesenta y tres años más tarde por la única causa que entonces se consideraba legítima para aparcar la corona.
El fastuoso funeral de la reina más poderosa de Europa tardó seis semanas en organizarse. Cuando llegó el momento, las cámaras de Pathé y Lumière, las productoras más importantes de la época, lo captaron todo. Los majestuosos caballos de los regimientos más antiguos del ejército británico abrían el camino marcando el paso. Les seguía un larguísimo desfile de guardias reales ingleses, ataviados con su tradicional traje rojo y su peculiar sombrero revestido de piel de oso. Su paso marcial contrastaba con el caminar desacompasado de los dignatarios internacionales, sombrero de copa en las cabezas.
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