Antonio López Vega - 1914. El año que cambió la Historia
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- Libro:1914. El año que cambió la Historia
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- Editor:ePubLibre
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- Año:2014
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1914. El año que cambió la Historia: resumen, descripción y anotación
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E l 9 de abril de 1914 la tripulación de un ballenero estadounidense que atracó en la zona de Tampico para abastecerse de gasolina fue arrestada. En aquel puerto petrolero del golfo de México, en el estado de Tamaulipas —lindante con el de Veracruz—, donde había comprometidos intereses estadounidenses, se libraba uno de los combates de la revolución mexicana. Victoriano Huerta se había autoproclamado presidente, al tiempo que sufría los ataques de sus oponentes, Emiliano Zapata, por el sur y, en la zona norte, el constitucionalista Venustiano Carranza.
Hacía apenas un año, en marzo de 1913, Woodrow Wilson había asumido la presidencia de los Estados Unidos. Ante el incidente con el ballenero, el general huertista Morelos Zaragoza se apresuró a presentar sus disculpas al contralmirante estadounidense Mayo, que se encontraba en la zona al mando de seis acorazados que los Estados Unidos habían estacionado allí para hacer cumplir el bloqueo económico de México decretado por Wilson a finales del año de 1913. Desde su llegada a la Casa Blanca, Wilson había tratado de mediar entre los constitucionalistas mexicanos y Huerta, exigiendo que este no fuera candidato a la presidencia en unas futuras elecciones. El presidente estadounidense, so pretexto de defender la democracia en México, trataba de proteger los intereses económicos de su país en la zona, así como de impedir la llegada de armas de origen europeo a favor de Huerta. Sin embargo, la presión internacional —a excepción de Gran Bretaña, que colaboró con los Estados Unidos en México a cambio de la protección de sus intereses— y el propio Congreso estadounidense dificultaron la venta de armas a México, así como una posible intervención en el país. Wilson pidió la renuncia voluntaria de Huerta y amenazó con un ultimátum que, finalmente, envió el 12 de noviembre de 1913. Ante la impasividad del dirigente mexicano, y aunque no se rompieron las relaciones con él, Wilson ordenó el bloqueo de México advirtiendo que si Huerta no renunciaba utilizaría medios «menos pacíficos» para entregar el poder a los constitucionalistas —que, por otra parte, no habían pedido su intervención—.
Así, el contralmirante Mayo exigió al general huertista la desaprobación formal del arresto del ballenero, el castigo para el oficial mexicano que lo ordenó y que él mismo hiciera ondear la bandera norteamericana, presentándole sus respetos con una salva de veintiún cañonazos. Huerta, por su parte, trató de llegar a un acuerdo ofreciendo firmar un protocolo que garantizara saludos recíprocos entre ambos países. Era demasiado tarde; Wilson había decidido ocupar los puertos de Veracruz y Tampico los días 21 y 22 de abril de aquel año de 1914, a pesar de que Huerta había accedido a cumplir la mayor parte de las exigencias del ultimátum de Mayo. El presidente estadounidense solicitó entonces al Congreso permiso para enviar a los marines al objeto de «sostener la dignidad y la autoridad de los Estados Unidos, y combatir a Huerta, no al pueblo mexicano», al que decía estar devolviendo la oportunidad de restablecer sus leyes y gobierno. En Veracruz se encontraban, desde hacía tiempo ya, cuatro barcos de guerra de los Estados Unidos al mando del joven Frank F. Fletcher —uno de los héroes de las acciones navales de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y que entonces capitaneaba el USS Florida—, quien inició ese 21 de abril, sin previo aviso ni declaración de guerra, la ocupación de Veracruz. Con apenas treinta años de edad obtendría por esta operación la mayor condecoración militar que se otorga en el país, la Medalla de Honor. Las tropas norteamericanas tomaron los principales edificios de la ciudad, al tiempo que la flota impedía la llegada de armas en ayuda de los huertistas. Al día siguiente, el 22 de abril, la toma de Veracruz era un hecho y las víctimas mexicanas se contaban por centenares. Poco después Wilson declaró que la ocupación duraría hasta que Huerta abandonase el poder, restableció la prohibición de exportar armas a México y movilizó más tropas hacia la frontera.
Aunque Wilson intervenía en México en defensa teórica de los constitucionalistas, como se ha dicho, estos y su líder, Venustiano Carranza, le habían negado reiteradamente cualquier derecho a intervenir en los asuntos internos mexicanos. Wilson, que había propuesto a los constitucionalistas participar en unas elecciones presidenciales y había exigido la protección de los extranjeros y sus posesiones, interpretó, ante la negativa de aquellos, que en realidad el problema era que los constitucionalistas no comprendían el sistema —la democracia— que los Estados Unidos trataban de exportar. Tras la toma de Veracruz, el presidente estadounidense pidió a Carranza una declaración de que no intervendría en el contencioso contra Huerta desencadenado por los Estados Unidos. Contra lo que Wilson esperaba, Carranza no solo no realizó la declaración, sino que señaló que la presencia de tropas en Veracruz constituía una violación de la soberanía de México, e instó a la retirada de los marines citando las propias palabras de Wilson ante el Congreso: «el pueblo mexicano tiene derecho a arreglar sus problemas internos del modo que crea más conveniente, y nosotros abrigamos los mejores deseos de respetar ese derecho». A sus ojos, lo que los Estados Unidos debían hacer era formular una queja formal al Gobierno constitucionalista por lo acontecido en Tampico. Finalmente, los marines abandonaron Veracruz en el mes de noviembre cuando el propio Carranza se estableció en la ciudad.
Con todo, lo relevante de este episodio es que ilustra las enormes dificultades que la política exterior de los Estados Unidos ha afrontado siempre a la hora de conciliar sus intereses estratégicos con los objetivos idealistas de extensión de su modelo político que, de una manera u otra, siempre han servido para justificar su actuación en la esfera internacional. Una faceta que centra el célebre análisis que el secretario de Estado de Richard Nixon, Henry Kissinger, hizo en su Diplomacy (1994).
En los años posteriores a su independencia de Gran Bretaña en 1776, los padres fundadores de los Estados Unidos articularon un debate en torno a la posición que la joven nación debía tomar en el escenario internacional, simbolizado en las posiciones contrapuestas de Thomas Jefferson y Alexander Hamilton. Además de otras consecuencias de orden interno —como la delimitación de ambos partidos, Federalista y Demócrata-Republicano—, el resultado final de la discusión quedó fijado en el Discurso de despedida del presidente George Washington (1796), que, de facto, constituye el fundamento del aislacionismo respecto de los asuntos europeos que caracterizaría la política norteamericana hasta, al menos, 1914.
Más de dos décadas después, en 1823, siendo presidente James Monroe, tomó cuerpo la doctrina que lleva su nombre. El mensaje fue redactado por su secretario de Estado, John Q. Adams, para muchos el mejor jefe de la historia de la diplomacia norteamericana y que, menos de dos años después, sería elegido sexto presidente de los Estados Unidos. En síntesis, la doctrina Monroe pedía a los Estados europeos que no llevasen sus disputas al suelo americano. En ese sentido, no ha de entenderse el mensaje como una invocación expansionista de los Estados Unidos en su continente, sino más bien como su ambición de que las jóvenes naciones recién creadas, no solo los propios Estados Unidos, sino también las nacientes repúblicas americanas del sur, fueran dueñas de su propio destino. De esta manera, en las décadas que conducirían hasta la guerra de Secesión (1861-1865), la política exterior de los Estados Unidos consistió, básicamente, en la conquista del Oeste, expresión inmortalizada por el célebre libro que Theodore Roosevelt publicaría con ese título en 1895. Y, así, la fisonomía de los Estados Unidos, en los años inmediatamente previos a la confrontación civil, era prácticamente la actual, tras haber anexionado o comprado los territorios de Florida, Oregón, Washington, California, Texas, Arizona o Nuevo México a España, Gran Bretaña y México.
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