«Me maravillo a menudo de que resulte tan pesada, porque gran parte de ella debe de ser pura invención.»
INTRODUCCIÓN
Richard J. Evans
I
E. H. Carr (1892-1982) no fue un historiador profesional en ninguna de las acepciones del término admitidas hoy día. Jamás impartió clases en el departamento de historia de ninguna universidad. Estudió Lenguas Clásicas en Cambridge, antes de la Primera Guerra Mundial. Según confesó más tarde, en aquella época carecía totalmente de interés por la historia. Tampoco hizo el doctorado, que actualmente es el recorrido habitual a seguir en la profesión académica. En 1916 se graduó y entró directamente en el Foreign Office, donde permaneció durante los veinte años siguientes. Durante ese tiempo invirtió sus ratos libres, mucho más abundantes de lo que ahora podría permitirse, en la redacción de biografías de escritores y filósofos del siglo XIX . En 1931 publicó un libro sobre Dostoievski, en 1933 un estudio sobre Herzen y su círculo (The Romantic Exiles) y en 1937 una biografía de Michael Bakunin. Asimismo comenzó a escribir críticas de libros y artículos sobre diplomacia contemporánea. En 1936 dimitió del Foreign Office para ocupar una cátedra en la Universidad de Aberystwyth, aunque de relaciones internacionales, no de historia.
De este modo, Carr llegó a ser conocido por un reducido, aunque de gran ascendencia, número de obras sobre política exterior, la más famosa de las cuales quizá sea The Twenty Years’ Crisis 1929-1939, publicado en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Si cuando trabajaba en el Foreign Office dedicaba cada vez más tiempo a escribir libros, ahora que lo hacía como profesor universitario invertía cada vez más tiempo en la práctica del periodismo. En 1941 se convirtió en assistant editor de The Times y redactó numerosos artículos destacados para este diario, hasta que lo abandonó en 1946. Es posible que el hecho de dedicarse plenamente a escribir para un periódico nacional no le granjeara las simpatías de sus superiores de Aberystwyth, pero cuando finalmente se vio obligado a renunciar a la cátedra fue por razones personales. Tras un lapso en el que se ganó la vida como periodista independiente, conferenciante y comentarista radiofónico, en 1953 obtuvo el cargo de tutor de ciencia política en el Balliol College de Oxford, antes de ocupar su puesto definitivo a partir de 1955 como miembro del Senior Research Fellowship en el Trinity College de Cambridge, donde permaneció hasta su muerte en 1982 a la edad de 90 años.
Por esta razón, Carr aborda la historia desde la perspectiva de alguien que ha pasado su vida al servicio del Foreign Office y de un periódico nacional. Estas influencias y experiencias imprimieron un marcado acento a sus puntos de vista sobre la historia y la manera de estudiarla. Accedió a esta materia a una edad relativamente avanzada. Emprendió la elaboración de su única obra histórica de envergadura, History of Soviet Russia en catorce volúmenes, publicada entre 1950 y 1978, cuando rondaba la cincuentena y cuando se puso a escribir ¿Qué es la historia? ya llevaba tiempo retirado. Después aseguró que su interés por la historia nació durante la propia Revolución rusa, que contempló desde lejos siendo un joven auxiliar administrativo del Foreign Office británico en 1917. Sin embargo, ese interés permaneció aletargado durante muchos años hasta que despertó de forma definitiva y decisiva durante la Segunda Guerra Mundial, cuando, como a otros muchos británicos, aunque quizá de forma más absoluta y permanente, le invadió la admiración y también la preocupación ante la entrada de la Rusia soviética en la guerra a favor del bando aliado en junio de 1941.
La elaboración de su obra History of Soviet Russia enfrentó a Carr, según dijo, con temas clave como «la causalidad y el azar, el libre albedrío y el determinismo, el individuo y la sociedad, la subjetividad y la objetividad», que le abrieron un nuevo campo de esfuerzo intelectual. Cuando era estudiante en Cambridge, «un mediocre profesor de lenguas clásicas» le enseñó que el relato hecho por Herodoto de las guerras persas fue configurado y moldeado por su postura frente a la guerra del Peloponeso, que tenía lugar mientras escribía. «Ésta fue una revelación fascinante», confesó Carr años después, «y me hizo entender por vez primera en qué consistía la historia». Mientras investigaba y redactaba su obra sobre la Rusia soviética, Carr recogió esta idea e intentó encajarla con los problemas teóricos que planteaba su proyecto, en una serie de artículos escritos para The Times Literary Supplement durante los años cincuenta. El primero de ellos trataba la cuestión de la objetividad. Ésta tenía una especial importancia para él debido a que en la época en que se publicó el primer volumen de su historia, en 1950, la opinión sobre la Unión Soviética se hallaba polarizada entre los comunistas que no toleraban la menor crítica y que encontraban justificado e inevitable todo cuanto se refería a su desarrollo, por un lado, y los partidarios occidentales de la guerra fría que veían en el comunismo una amenaza para los derechos humanos y los valores democráticos no menos grave que la que había representado el nazismo y condenaban la existencia de la Unión Soviética como una abominable aberración, por el otro.
History of Soviet Russia de Carr constituyó un intento pionero de reconstruir detalladamente lo que sucedió en Rusia entre 1917 y 1933 a partir de las fuentes disponibles. Al propio tiempo, fue un serio intento de seguir el rumbo entre los polos opuestos de la polémica en la guerra fría y de elaborar un relato que pudiera considerarse a la vez docto y objetivo. Pero ¿cómo podría definirse la objetividad en semejante situación? En 1950, cuando se publicó el primer volumen de su monumental obra, Carr proclamó con osadía: «La historia objetiva no existe.» Sin embargo, al mismo tiempo, en el primero de sus artículos para