Iván Nuez
El Mapa de sal
Un poscomunista en el paisaje global
El mapa de sal
Un poscomunista en el paisaje global
IVÁN DE LA NUEZ
© 2001 Iván de la Nuez
© 2001 de la presente edición para España y América Latina: GRIJALBO MONDADORI, S.A.
www.grijalbo.com
Primera edición
ISBN: 84-397-0689-8
¿Qué pasaría si Ulises y Homero, en vez de ser dos personas distintas que se distribuyen cómodamente los papeles, fueran una sola y misma presencia?
Maurice Blanchot
1
Inundación...
BIG BANG
Este libro dibuja el tránsito entre un mundo y otro mundo. Es la escala, en primera persona, entre un mundo que ha dejado de existir y otro mundo —en el futuro- del que apenas se cifran señales en la intemperie.
Es un libro escrito con pasos. Dibujado con olas. Se ha construido a sí mismo, como las marcas de las mareas, o como la obra de arte ideal para Nietzsche; desde los pedazos de un estallido (el del Muro de Berlín) que nos ha dejado ver, en toda su transparencia, la desnudez del mundo.
Este es un libro escrito con sal.
Sal de salar. Sal de salir.
Sal de la vida. (En los dos sentidos de esta frase.)
En un libro anterior, La balsa perpetua, lo que yo perseguía era colocar una barca en el Atlántico como metáfora del planeta, de mi país y de mí mismo. E imaginar las posibles costas a las que llegaría esa travesía. Este libro es, parafraseando a Clausewitz, la continuación de esa fuga por otros medios. Pero con una dirección distinta.
Distante
Aquél era un viaje dividido en costas y travesías. Esto es un mapa. No sobre el territorio, sino desde el territorio.
Una huella construida durante diez años en la globalización de un individuo al que le han sido reservadas, como únicos destinos posibles, las orillas de los prefijos:
neo, post, ultra, multi, anti, trans, ex, contra.
He aquí la memoria imprecisa de un sujeto maleable, perdido en sus clasificaciones, acaso sospechoso para suscribir el mundo: «poscomunista», «ex cubano», «ex comunista», «poscubano».
Etcétera.
Como el origen del mundo, este libro nace de un big bang. Como el origen de la vida, nace de una íabula.
Precisamente una íabula de la infancia —fábula del pequeño Hans— nos narra lo siguiente: un niño del siglo XIX logra detener la inundación en una zona agrícola de los Países Bajos. Lo consigue poniendo durante horas un dedo en el pequeño agujero de un dique, a la espera del regreso de los mayores que labraban la tierra en el campo. Los campesinos, finalmente, regresan; la inundación se ha evitado.
El niño es un héroe.
En nuestros días, semejante fábula no puede aplicarse a la situación en que vivimos. Si allí se nos hablaba de un orden que aún podía mantener sus fronteras, conservar su integridad doméstica, sentirse a resguardo, en este nuevo siglo (y nuevo milenio) el dique ha estallado por todos lados. El dique de nuestros días puede ser representado por el Muro de Berlín, pero también —como veremos— por las murallas diversas que también le otorgan sentido a eso que conocemos como globalización.
En Berlín, ciertamente, la historia moderna y la cultura occidental explotaron física (y simbólicamente) en múltiples pedazos para dar paso a una inundación que ha transformado la configuración espacial y humana del globo terráqueo.
Las dislocaciones que se registran después de este estallido obligan a replantearnos nuestra relación con la geografía, la sociedad, la historia, la naturaleza o la reproducción de la especie humana desde los retos imponentes de un futuro que ya está con nosotros.
En cualquier caso, así como Jorge Luis Borges no consideraba la crucifixión de Cristo como un hecho aislado —sino como un acto que ocurría cada día en toda la tierra a todos los hombres—, no hay que entender la caída del Muro como un hecho irrepetible y único. Más bien, es algo que sucede cada día en toda frontera.
En cada porción de tierra (y de agua) que abarca el planeta.
Desde esta perspectiva, son diversos los muros que se derrumban y convierten a las periferias no sólo en un mundo «occidentalizado», tal como habían previsto los profetas del liberalismo; también, de pronto, todo Occidente se convierte en un mundo «multiperiférico» y, si se quiere, «poscomunista».
En este sentido, cabe consignar la transgresión continua de otras murallas, más allá de Berlín:
Entre México y Estados Unidos. Entre La Habana y Miami. Entre Marruecos y España. Entre Albania e Italia. Entre América y Asia a través del Pacífico.
Y en los mares del Sur.
Occidente amanece cada día con esas inundaciones anegando su propio jardín, invadidos sus espacios y sus teorías. De repente, los seres y formas estéticas o religiosas que provienen del Este, las balsas cubanas o haitianas en el estrecho de La Florida, los espaldas mojadas en la frontera entre Estados Unidos y México, las pateras que arriban a las costas españolas, los albaneses en Italia, comienzan a interceptar el territorio occidental y, de paso, las redes que constituyen su circuito cultural.
La caída del Muro de Berlín es esa especie de estampido cuyos efectos físicos y culturales nos han abocado, con toda contundencia, al paisaje desnudo de la intemperie del mundo. Pero una vez reconocido esto, ya está dicho; es imposible cifrar allí, exclusivamente, los cambios que serán transitados en este libro. Sólo hay que recordar, en puntos distantes, que tanto Asia como el Caribe (a través de China, Vietnam, Corea del Norte y Cuba respectivamente) tienen sociedades construidas desde el modelo comunista y signan, desde ellas, a la cultura occidental de una u otra manera. 1989 significa, igualmente, Tiananmen o la caída del experimento sandinista. Así que no podemos fijar exclusivamente las desestabilizaciones del año 1989 en Berlín como no podríamos ceñir las de 1968 a París. Sabemos que también fue Praga, la matanza de Tlatelolco, la derrota de la guerrilla en América Latina o la muerte de Marcel Duchamp.
Además, no se trata sólo de países y continentes. Tiene que ver también con las formas de intimidad que dejan su huella en los espacios públicos. O la manera en que usos públicos interfieren en la vida doméstica, así como la fisura o intercambio que tiene lugar en los entornos familiares y generacionales; en el desplazamiento sin precedentes que ya está cambiando la cartografía global.
EL ATLETA QUE SURGIÓ DEL FRÍO
En la época posterior a la caída del Muro de Berlín, el mundo parece entrar en un estado de competencia atlética de insólitas consecuencias. Si hablo de «competencia atlética» no es por utilizar una metáfora gratuita. Es porque las imágenes provenientes de la esfera del deporte son muy sintomáticas para aproximarnos a reformular el presente. Quizá porque el deporte recupera, en la época posterior a la guerra fría, algo de lo que Clausewitz le adivinó a la política: es la continuación de la guerra por otros medios. Quizá porque expresa un resquicio de los viejos conflictos; pero también, y sobre todo, porque a través del deporte se aquilatan con facilidad las nuevas disposiciones de la geografía mundial.
Lo cierto es que hay pocos resortes tan eficaces para fortalecer viejas pulsiones imperiales o, por el contrario, derrotar imperios. Para corroborar mitologías —estilo David contra Goliat como ocurre entre Cuba y Estados Unidos— o afianzar el imaginario colectivo de las nuevas patrias —las diferentes selecciones nacionales de los Balcanes o del antiguo imperio soviético—; así como para la reivindicación del retorno de la grandeza —el caso de la Alemania unificada.
La trayectoria ejecutada por el famoso saltador de pértiga Serguei Bubka se nos vuelve una parábola -y nunca mejor dicho— de estos acontecimientos. Desde 1989 hasta hoy, Bubka se ha vestido, sucesivamente, con la camiseta de la Unión Soviética (URSS), la Comunidad de Estados Independientes (CEI) y, finalmente, Ucrania. Saltando de un país a otro, de una a otra demolición. Desde el espacio acotado, caliente, protegido (y vigilado) del hogar hasta esa zona ancha y expandida donde se destruyen las fronteras y las seguridades.
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