La caída de Constantinopla, que supuso un gran punto de inflexión en la historia europea, firma el fin del Imperio romano de Oriente (comúnmente conocido como Imperio bizantino) a favor del Imperio otomano. Según muchos historiadores, este hecho precipita el fin de la Edad Media y marca la entrada de Europa Occidental en la Edad Moderna.
La lucha por Constantinopla comienza el 6 de abril de 1453. El ataque es ordenado por el sultán otomano Mehmed II, que desea acabar con la presencia bizantina en el Bósforo. Se trata de un gran desafío: tomar Constantinopla no solo permite asegurarse el control de la puerta comercial que une Oriente con Occidente, sino también poner fin al último bastión cristiano en Oriente. Los otomanos son conscientes del reto y enseguida inician el asedio de la ciudad. El objetivo es apoderarse de ella debilitándola progresivamente con una serie de ataques ofensivos, así como mediante un bloqueo destinado a aislarla y a privarla de toda ayuda exterior.
El Imperio bizantino, en declive, intenta resistir el ataque. Tras las imponentes murallas de Constantinopla, el emperador Constantino XI logra mantener a raya a los otomanos durante más de 50 días. Sin embargo, frente a los ataques sucesivos, la ciudad acaba por caer el 29 de mayo de 1453, hecho que determina el destino de dos imperios, marcando el crepúsculo del Imperio bizantino y el alba del Imperio otomano.
Contexto político y social
Bizancio, un imperio agónico
La caída de Constantinopla es un acontecimiento que marca la historia del siglo XV y, sin embargo, no es más que el acto final de un declive del Imperio bizantino que se inició hace siglos. Desde su ascenso al poder hasta la caída del Imperio romano en el 476 d. C. transcurrieron casi mil años, durante los que el imperio se mantiene a pesar de las pretensiones de algunos (como los árabes, serbios, búlgaros, vénetos, genoveses y turcos) sobre sus territorios.
¿Sabías que…?
Para algunos historiadores, el nacimiento del Imperio bizantino data del 395 d. C., cuando el emperador Teodosio I (347-395) decide dividir el Imperio romano entre sus dos hijos. Aunque en el pasado ya habían tenido lugar varias divisiones, esta es definitiva. Sin embargo, la división es más que nada administrativa, por lo que los habitantes de ambos imperios no notan diferencias reales respecto a la situación precedente. Por ejemplo, están sometidos a la misma legislación. Habría que esperar hasta el 476 d. C. para ver al Imperio bizantino ser dueño de su propio destino.
El declive del Imperio bizantino comienza en 1204, cuando la República de Venecia, por motivos de competencia comercial, desvía hacia Constantinopla la Cuarta Cruzada (1201-1204), cuyo objetivo inicial era reconquistar Tierra Santa y Jerusalén, por entonces en manos de los árabes. Este hecho, que encuentra su origen en la disputa religiosa que enfrenta a la Iglesia de Oriente con la de Occidente desde el Cisma de 1504, tendrá consecuencias devastadoras. La capital bizantina será efectivamente asediada y conquistada por los cruzados, que la saquean, marcando así el fin del Imperio bizantino, que se divide entonces en cuatro partes:
- el Imperio latino de Constantinopla (1204-1261), que comprende Tracia, el noroeste de Asia Menor, Lesbos, Samos y Quíos, y que se encuentra en manos de los Occidentales;
- el Despotado de Epiro (1204-1318), situado en los Balcanes y que se extiende por Albania y Grecia;
- el Imperio de Nicea (1204-1261), situado a orillas del mar de Mármara y del mar Negro y cuyo emperador es Teodoro I Láscaris ( c. 1174-1222);
- el Imperio de Trebisonda (1204-1461), situado en la región del Ponto, en el litoral del mar Negro, que constituye uno de los últimos refugios de los griegos antes de caer a su vez en manos de los otomanos en 1461.
No obstante, en 1261, Michael VIII Paleólogo (1224-1282), coemperador de Nicea y más tarde emperador bizantino, logra reconquistar Constantinopla y restaura el Imperio bizantino. Pero los daños infligidos por las cruzadas serán irreversibles, lo que consagra la ruptura definitiva entre las dos Iglesias.
¿Sabías que…?
El Cisma de 1054, también conocido como Cisma de Oriente o Gran Cisma, supone la ruptura entre la Iglesia bizantina (liturgia ortodoxa) y la Iglesia romana (liturgia católica). Las divergencias entre ambas, basadas en la doctrina, en la práctica litúrgica y en cuestiones de orden teológico, no son nuevas y han aumentado progresivamente a lo largo de los siglos. Con todo, hay que prestarle especial atención a la fecha de 1504, que coincide con la excomunión recíproca de Miguel I Cerulario (1000-1059), patriarca de Constantinopla, y del papa León IX (1002-1054). Este acontecimiento perjudica a los bizantinos, que a partir de entonces solo pueden esperar el apoyo de Occidente a cambio de su sumisión al papa.
Mejor el turbante que la mitra
En el siglo XIV, el Imperio bizantino, ya debilitado por una desastrosa situación económica, es minado por incesantes luchas por la sucesión. De aquí en adelante, el Imperio ya solamente se limita a Europa. Al mismo tiempo emerge una nueva potencia: los otomanos. Estos últimos acaparan progresivamente el resto de territorios bizantinos, de forma que a principios del siglo XV, lo único que queda del Imperio es Constantinopla y Morea (Peloponeso). Humillado, se ve obligado a pagar un tributo al invasor para garantizar su supervivencia, lo que reduce a los emperadores bizantinos a vasallos del Imperio otomano. Por su parte, la ciudad de Constantinopla pierde su esplendor y se ve progresivamente despoblada.
Frente a la amenaza otomana, varios emperadores intentan obtener la ayuda de Occidente. Pero las cuestiones religiosas ocupan siempre el centro de las negociaciones y Roma exige, como requisito previo para cualquier ayuda, que la Iglesia de Oriente se una a la de Occidente. Esta prerrogativa es el corazón de los concilios de Ferrara y después de Florencia, que intentan, en vano, realizar la unificación de ambas Iglesias en 1438 y 1439. Los últimos emperadores de Bizancio se encuentran entre la espada y la pared, por lo que se ven obligados a aceptar este acuerdo, provocando así el creciente descontento de una población marcada por las atrocidades cometidas por las cruzadas en 1204. Así, ven los acuerdos de unificación como una absoluta traición. En este contexto de tensión, el megaduque Lucas Notaras, gran almirante de la flota bizantina (fallecido en 1453), pronuncia la célebre frase: «Prefiero el turbante de los turcos a la mitra de los latinos» (Macgillivray 2008, 399).