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Ivan Klíma - El espíritu de Praga

Aquí puedes leer online Ivan Klíma - El espíritu de Praga texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1974, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Ivan Klíma El espíritu de Praga
  • Libro:
    El espíritu de Praga
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1974
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El espíritu de Praga: resumen, descripción y anotación

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Ivan Klíma sufrió la ocupación nazi y los campos de concentración, así como el régimen comunista de la posguerra, vivió la Primavera de Praga como editor de la revista literaria más importante de Checoslovaquia y la invasión soviética de 1968, el triunfo de la Revolución de terciopelo de 1989 y la incertidumbre que sobrevino tras la disolución de su país en 1993. En esta recopilación de textos de diverso origen, que abarca cinco décadas de la historia de Checoslovaquia y, por extensión, de Europa, el autor invoca el espíritu de la ciudad que lo ha conformado.

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Ivan Klíma Praga 14 de septiembre de 1931 es un novelista y dramaturgo - photo 1

Ivan Klíma (Praga, 14 de septiembre de 1931) es un novelista y dramaturgo checo. De padres de origen judío —⁠su padre era ingeniero eléctrico y su madre secretaria⁠—, Ivan Klíma pasó más de tres años de su niñez recluido en el campo de concentración nazi de Theriesenstadt durante la Segunda Guerra Mundial. Abandonó el campo con 14 años, cuando este fue liberado por el ejército Soviético en mayo de 1945.

Posteriormente estudió lengua checa y literatura en la Universidad Carolina de Praga, llegando a ser editor del diario semanal Literarni Noviny. Asimismo, fue editor del diario del Sindicato de Escritores Checos durante la Primavera de Praga y, tras su regreso al país después de un año de docencia en la Universidad de Míchigan (1969), tuvo que ejercer oficios diversos como conductor de ambulancias, mensajero y asistente de tipógrafo. Tildados sus escritos como radicales por las autoridades y sospechoso de ser disidente del régimen comunista, su obra fue prohibida en Checoslovaquia durante veinte años.

Ivan Klíma sufrió la ocupación nazi y los campos de concentración, así como el régimen comunista de la posguerra, vivió la Primavera de Praga como editor de la revista literaria más importante de Checoslovaquia y la invasión soviética de 1968, el triunfo de la Revolución de terciopelo de 1989 y la incertidumbre que sobrevino tras la disolución de su país en 1993. En esta recopilación de textos de diverso origen, que abarca cinco décadas de la historia de Checoslovaquia y, por extensión, de Europa, el autor invoca el espíritu de la ciudad que lo ha conformado.

SOBRE UNA INFANCIA ALGO ATÍPICA

La apariencia del hambre, así como la de las masacres, forma parte de las vivencias básicas del ser humano desde los inicios de la historia. La historia recoge innumerables casos de ciudades masacradas, tribus enteras; o niños, mujeres y a menudo hasta animales domésticos incluidos. De ahí que lo que sucedió en la segunda guerra mundial, durante mi infancia, no haya sido nada nuevo ni revolucionario, de no ser por la envergadura y el método que acompañaron los acontecimientos. Lo que, en cambio, sí es sorprendente es que todo eso ocurriese en una época en la que daba la sensación de que la delicada vaina de cultura, que a lo largo de los siglos había llegado a envolver las formas de moral más agrestes, parecía que ya no podía reventar, es decir, que no se podía llegar a una explosión tal de crueldad y de desenfrenada masacre. Sin embargo, todo esto ha sido constatado y descrito en muchas ocasiones. El destino ha querido que yo pueda contribuir con un fragmento de mi propia experiencia, pues soy uno de los pocos, quizá de las escasas decenas de aquellos que en su infancia no solo vivieron, sino que también sobrevivieron, lo que más tarde se dio en llamar Holocausto. No recuerdo las vivencias de aquella época a menudo, no obstante prefiero hacerme la siguiente pregunta: ¿cómo han influido las experiencias de mi niñez en el resto de mi vida?

Indago en mi memoria e intento llegar al período anterior a aquella experiencia crucial, es decir, antes de que comenzase la guerra: ¿cómo era yo? Creo que de mi madre heredé la timidez y la tendencia a la soledad. Vivíamos en un chalet colindante a la carretera que iba de Praga hacia el norte. Debajo de nuestra casa se extendía la parte más industrial de la ciudad; mi padre trabajaba como ingeniero en una de las fábricas que había por allí, pero la casa en la que vivíamos estaba casi aislada, un poco más abajo había otra y algo más arriba una taberna. Esta última, la verdad, estaba muy bien situada, sobre todo para aquellos que no querían entrar sedientos en la ciudad, donde sabían que los precios eran más altos que los nuestros, los «del campo». Por entonces yo no tenía hermanos, mi hermano no nació hasta que cumplí los siete años. En nuestra casa vivía otra niña de más o menos mi edad y en la casa de los vecinos vivía un chaval algo mayor que yo. No me hice amigo de ninguno de los dos y, aunque en el parque jugaba con otros niños, en aquella época no tenía ningún amigo, la mayor parte del tiempo lo pasaba solo con mis juguetes. A diferencia de hoy en día, los niños no estaban colmados de juguetes, de modo que todavía recuerdo la mayoría de mis juguetes. Aunque me acuerdo de un juego de construcción —⁠al cual mi padre, como técnico que era, daba prioridad sobre todos los demás juguetes⁠—, el que más hondamente me ha quedado grabado en la memoria era un gran telón hecho con una sábana vieja en la que mi madre había dibujado los tres cerditos de Disney (espero que al hacerlo no violase los derechos de ningún autor). Detrás de aquel telón ella y yo preparábamos juntos obras de teatro con unos cuantos animales de peluche que actuaban para un hipotético público que rara vez acudía. Desde entonces, el teatro de marionetas ha sido mi pasión, y antes de hacerme adulto construí varios, uno de ellos incluso en Terezín.

Al igual que muchos otros niños, me daba miedo a quedarme a solas en la oscuridad: cuando había de irme a dormir solía pedirles a mis padres que dejasen entornada la puerta que daba al pasillo, donde la luz estaba encendida. En las contadas ocasiones en que mis padres decidían salir de noche, montaba unos números tremendos, aunque en realidad no me quedaba solo en casa, ya que por aquel entonces vivía con nosotros una sirvienta.

La primera vez que mi madre me llevó al colegio (faltaban dos semanas para que cumpliese los seis años) fue una de las experiencias más horribles de mi vida. El primer día permitieron a los padres que se quedasen junto a la puerta, y yo me pasé la hora entera vigilando a mi madre para que no se fuese y me dejase a merced de aquella multitud de niños extraños y de aquella mujer totalmente desconocida que sin cesar me ordenaba que le prestase atención. Como la mayoría de los niños, detestaba ir al colegio (en este sentido la guerra hizo realidad el sueño de todo niño: no tener que asistir a clase). Aun así, era buen estudiante, tranquilo y deseaba que me elogiase la maestra o, más tarde, en segundo curso, el director. Sin embargo, no formaba parte de los «pelotilleros», no era un acusica ni tampoco participaba en exceso en clase; era demasiado tímido. Cuando tenía siete años nos cambiamos de casa: apenas me había acostumbrado a mis compañeros de clase y ya tenía que enfrentarme a otros nuevos. No obstante, las leyes nazis ya no me permitieron asistir al cuarto curso.

No sé si será por el hecho de que no tuviese ningún amigo o más bien porque lo que pasó después supuso una ruptura radical en mi vida, pero, en cualquier caso, de aquella época no me ha quedado una sola cara ni el nombre de ninguno de mis compañeros de colegio.

Debería contar algo de mi madre y mi padre; ambos procedían de familias judías, aunque en el caso de los antepasados de mi madre estos habían abrazado voluntariamente la fe judía. En el siglo XVII, momento en que se produjo en Bohemia la violenta catolización del país, tan solo estaban permitidas dos religiones: la judía y la católica romana. Muchas congregaciones de protestantes aconsejaban a sus miembros que eligiesen el judaísmo frente al enemigo, el catolicismo; lo más probable es que tomasen esa decisión convencidos —⁠erróneamente⁠— de que aquella situación solo sería provisional y que bajo el manto del judaísmo podrían conservar su fe original. Sin embargo, aquella situación provisional duraría un siglo y medio y los antiguos protestantes se hicieron judíos. Recuerdo que mi abuelo, a pesar de considerarse marxista y librepensador, los viernes por la noche rezaba en una lengua de la que yo no entendía ni una sola palabra. Si bien mis abuelos eran librepensadores, mis padres no se limitaron a rechazar la religión, sino que renegaron incluso de su identidad judía. Mi padre creía que la técnica no tenía límites y que, por lo tanto, el mundo entero era su casa; mi madre se veía a sí misma como una checa orgullosa de sus antepasados vinculados a la Hermandad Evangélica Checa (incluso me bautizaron y justo después de la guerra participé activamente en el movimiento evangélico juvenil). Menciono todo esto porque hasta el comienzo de la guerra no conocía la palabra

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