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Iván Maiski - Quién ayudó a Hitler

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Iván Maiski Quién ayudó a Hitler

Quién ayudó a Hitler: resumen, descripción y anotación

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Libro de Iván Maiski, diplomático, historiador y político soviético, embajador de la Unión Soviética en el Reino Unido entre 1932 a 1943, en el que rebate la leyenda creada por las potencias occidentales que hacía responsable al pacto de no agresión entre Alemania y la Unión Soviética del desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial, y que es utilizada tanto para desprestigiar a la URSS como para justificar y encubrir a los verdaderos responsables.

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I. MAISKI

Académico

QUIEN AYUDÓ A HITLER

EDITORIAL PROGRESO

MOSCÚ

Traducido del ruso por Isidro R. Mendieta

Digitalización: GAFP

PREFACIO

En ciertos medios del extranjero se ha creado una falsa leyenda, ampliamente difundida, sobre la conducta del Gobierno soviético en vísperas de la segunda guerra mundial. Esta leyenda consiste, en esencia, en lo siguiente.

Se afirma falazmente que la Unión Soviética jugó con dos barajas durante la primavera y el verano de 1939 (de marzo a agosto). De una parte, sostuvo negociaciones públicas con Inglaterra y Francia para firmar un pacto de asistencia mutua de las tres potencias contra la Alemania hitleriana; de otra, sostuvo paralelamente, a espaldas de Inglaterra y Francia, negociaciones secretas con la Alemania hitleriana con vistas a concluir un acuerdo enfilado contra las “democracias occidentales”. Se afirma también que la Unión Soviética tomó como pretexto diversas minucias insubstanciales para prolongar de manera artificial las negociaciones con Inglaterra y Francia en espera de que terminasen las que sostenía con Alemania. Y cuando, a pesar de todo, llegó el momento de firmar el pacto tripartito, la URSS, según los autores de esos infundios, cambió bruscamente de posición, rompió con Inglaterra y Francia y concluyó con Alemania un acuerdo, que fue (de ello se habla de ordinario con vaguedad premeditada) poco menos que una alianza militar contra Inglaterra y Francia. Nuestros adversarios dicen, por último, que la firma del acuerdo de la Unión Soviética con Alemania abrió las puertas para la agresión de Hitler a Polonia, Inglaterra y Francia y que, en virtud de ello, recae sobre la Unión Soviética la responsabilidad por el desencadenamiento de la segunda guerra mundial.

Esta aviesa leyenda, cuyo origen se remonta a 1939 y 1940, ha sido retocada y completada sistemáticamente con toda clase de detalles en el período postbélico, ha dado vida a numerosas variantes y ha sido difundida ampliamente por políticos, periodistas e historiadores de Occidente. La malvada leyenda aparece incluso en documentos diplomáticos de la mayor importancia de los gobiernos capitalistas, comprendidas algunas notas del Presidente Eisenhower.

Pese a todo, la leyenda en cuestión es un modelo clásico de falsificación burguesa de la historia, destinado a los desmemoriados y a vastos sectores que no conocen con detalle los verdaderos hechos de las relaciones internacionales. En este caso, la falsificación es doble. Primero, se tergiversan burdamente los acontecimientos de la primavera y el verano de 1939. Segundo, se los toma aisladamente, desconectados del pasado, en el que tienen su origen, impidiendo así que sean comprendidos y valorados como es debido. Y para que les sea más fácil, como dicen los norteamericanos, “vender” esta falsificación al gran público, sus autores han evitado de ordinario describir con detalle la historia de las negociaciones tripartitas. Han preferido hablar de ellas “en general”, de manera breve y sumaria, sin detalles, arrancando de la supuesta tesis “de todos conocida” –y que, por tanto, no necesita demostración– de que la Unión Soviética es la culpable de que fracasaran las negociaciones.

En las páginas que siguen les daré a conocer la verdad de lo que ocurrió efectivamente en las relaciones de la URSS con Inglaterra, Francia y Alemania durante la primavera y el verano de 1939. Me encuentro para ello en una situación privilegiada. De una parte, como embajador soviético en Londres en aquellos días, fui testigo y partícipe de las negociaciones tripartitas de 1939 entre la URSS, Inglaterra y Francia. De otra parte, como historiador, he tenido posibilidad de estudiar en el período postbélico todo lo escrito (documentos, memorias, monografías, etc.) y publicado después de la segunda guerra mundial acerca de las vísperas de ésta.

Sin embargo, para que la verdad que me propongo relatarles sea la más pura verdad, debo empezar mi exposición no en 1939, sino bastante antes. Esa fecha está determinada, naturalmente, por el límite que sirve de línea divisoria en la época comprendida entre las dos guerras: la subida del nazismo al Poder en Alemania.

Además, esa fecha del comienzo del relato es muy cómoda para mí. He decidido dar la forma de recuerdos o memorias a mi narración, pues permite al lector comprender con mayor facilidad el ambiente y los acontecimientos de aquellos años, ya relativamente lejanos. Porque yo llegué a Londres como embajador de la URSS en el otoño de 1932, es decir, sólo tres meses antes del golpe de Estado nazi en Berlín.

Así, pues, tanto desde el punto de vista político general como desde el personal resulta singularmente propicio iniciar el relato con las primeras impresiones de mi estancia en Inglaterra.

Aunque los acontecimientos de que me propongo hablar ocurrieron hace más de veinte años, tienen viva semejanza con los de nuestros días.

En efecto, entonces, como hoy, negros nubarrones precursores de tormenta cerraban el horizonte político internacional. Entonces, como hoy, el problema de si habría de desencadenarse una guerra mundial era el fundamental para toda la humanidad. Entonces, como hoy, el campo del socialismo, representado en aquellos días únicamente por la Unión Soviética, defendía con todas sus fuerzas la causa de la paz, en tanto que el campo del capitalismo, que agrupaba a todos los demás países y Estados, ansiaba ciega y criminalmente la guerra y, en fin de cuentas, llevó a la humanidad a una terrible catástrofe. Cuando se escuchan ahora los discursos de los líderes actuales del capitalismo, se piensa con frecuencia: lo mismo decían Chamberlain y Daladier en los años 30. Por lo visto, los hijos no han aprendido nada de la experiencia de los padres.

¿Significa esto, sin embargo, que las cosas deban terminar también ahora en una conflagración universal, más espantosa aún que la anterior?

No, no significa eso, pues la correlación de fuerzas en la palestra internacional ha cambiado substancialmente durante los veinte años últimos.

Entonces no había más que un Estado socialista en nuestro planeta: la URSS; hoy existe toda una constelación de ellos. Más de un tercio de la humanidad forma en nuestros días bajo la bandera del socialismo. Otra tercera parte está integrada por los países neutrales, que son también defensores de la paz y enemigos de la guerra. En el campo del capitalismo militante queda sólo alrededor de un tercio del género humano. Mas incluso dentro de él hay no pocos amigos de la paz. Y precisamente esta correlación de fuerzas en la palestra internacional nos da motivos para considerar que la tercera guerra mundial no es inevitable, ni mucho menos, y que puede ser conjurada con la debida actividad y energía de las fuerzas adictas a la paz.

En tales condiciones es útil recordar lo que ocurrió en vísperas de la segunda conflagración universal. Importa, sobre todo, mostrar la fenomenal ceguera histórica de los gobiernos de las potencias occidentales de aquellos tiempos, que no vieron ni quisieron ver el abismo a que arrastraban a la humanidad. El cuadro vivo de esa ceguera –derivada de su odio al comunismo, al Estado soviético– y de sus funestas consecuencias puede ayudar a los elementos más sensatos del campo capitalista de nuestros días a asimilar las enseñanzas del pasado reciente y, con ello, facilitar la victoria de las fuerzas de la paz sobre las fuerzas de la guerra.

EL AUTOR

Hasta 1939

INSTRUCCIONES DEL GOBIERNO SOVIETICO

En el otoño de 1932 fui nombrado embajador de la URSS en Inglaterra, y a fines de octubre salí para Londres después de recibir el “agrement” del Gobierno inglés.

¿Qué tareas me señaló el Gobierno soviético? ¿Con qué propósitos, planes y estado de ánimo partí para mi nuevo lugar de trabajo?

Puedo afirmar con pleno convencimiento que el Gobierno soviético me envió como mensajero de paz y amistad entre la URSS y la Gran Bretaña y que yo acepté con alegría y agrado el cumplimiento de esta misión. Sin sobrestimar en modo alguno mis propias fuerzas, decidí de antemano hacer todo lo posible para mejorar las relaciones entre Moscú y Londres. Las causas a que obedecían las indicadas aspiraciones del Gobierno soviético tenían un carácter más general y más particular.

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