Ignacio Gomez de Liaño - Recuperar la democracia (El Ojo del Tiempo)
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- Libro:Recuperar la democracia (El Ojo del Tiempo)
- Autor:
- Editor:Siruela
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- Año:2011
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Recuperar la democracia (El Ojo del Tiempo): resumen, descripción y anotación
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Los hombres han nacido los unos para los otros.
Edúcalos o aguántalos.
Marco Aurelio
En este libro intento exponer, aclarar e ilustrar cuestiones principales sobre política española a fin de contribuir a su saneamiento y a la recuperación de la democracia, una forma de gobierno muy expuesta a involuciones totalitarias. Qué hacer para que la democracia conserve y refuerce los valores de la libertad, la igualdad, la solidaridad, la seguridad jurídica y todos aquellos sin los cuales no se puede decir que vivamos en la civilización, sino en la barbarie, ése es el tema del libro, una de las cuestiones más importantes de nuestro tiempo, y también una de las más complejas, por lo que presento, anticipadamente, excusas por mis posibles errores.
Esta preocupación política cobró especial fuerza a raíz de los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid, que precedieron y condicionaron las elecciones generales españolas que tuvieron lugar tres días después, al introducir, como quien dice, en cada colegio electoral la sombra de casi doscientas víctimas. Desde entonces, la situación se ha vuelto tan extraña, tan desquiciada incluso, que algunos de los representantes de las más altas instituciones han llegado a poner en tela de juicio la condición y pervivencia de España como nación y, con ello, la salvaguarda de valores fundamentales como la igualdad y la seguridad jurídicas, la libertad de expresión y otras libertades, el principio de solidaridad y el respeto al otro.
En otoño de 2007 el profesor Ilia Galán grabó algunas conversaciones que tuve con él y que giraban en torno a cuestiones políticas. Después de leer la transcripción que él mismo realizara, me ha parecido oportuno poner al final de este volumen un extracto de la primera de esas conversaciones. He considerado que podía servir de complemento y remate a ese otro diálogo, más largo, más a fondo, y a solas conmigo mismo, en el que fueron adquiriendo forma las reflexiones que constituyen el cuerpo del libro y en las que he utilizado algunos datos aportados por el profesor Salvador Villena Rico. A ambos quiero expresarles aquí mi agradecimiento. No he organizado esas reflexiones con arreglo a ningún sistema ni he pretendido ser exhaustivo, y menos aún darles un barniz erudito. Ojalá conserven el perfume de la intensa conversación interior que las alumbró. Las terminé el 9 de marzo de 2008, mientras se celebraban en toda España elecciones generales.
10 de marzo de 2008
La distinción política principal no es para mí la de derechas o izquierdas, sino la de liberalismo o totalitarismo. Igual de malos me parecen los totalitarios de izquierdas que los de derechas, y creo que tan cómodo me puedo sentir con los liberales de izquierdas como con los de derechas. Como escritor que quiere expresarse sin cortapisas y como ciudadano que desea exponer sus opiniones libremente, tan mal me va con un gobierno de izquierdas del tipo de Stalin o Mao que con uno de derechas del tipo de Hitler o Mussolini, pues, con todas sus diferencias, sé que correré grave peligro si mis ideas molestan a los gobernantes. Para los dictadores totalitarios no hay mejores maestros que otros dictadores totalitarios, sean del signo que sean. Hitler tomó de Stalin los campos de concentración, y éste aprendió de aquél que el odio a los judíos podía servir para mantener unida a la sociedad al proporcionarle un «enemigo» a la vez interior y exterior, antiguo y nuevo.
No ignoro que mi forma transversal de tratar las cuestiones políticas incomodará a los esencialistas de la derecha y de la izquierda, pero eso no me sorprende, ya que, pese a que luzcan plumajes diferentes, son pájaros de la misma especie –el pacto de Hitler y Stalin es casi un apólogo de la convergencia a la que pueden llegar–, pero interesará a todas esas izquierdas y derechas que, por compartir ciertos valores fundamentales, no dudan en pactar entre ellas cuando tienen enfrente a derechas e izquierdas de signo totalitario.
¿Qué nos revela que un gobierno tiene vocación totalitaria? El hecho de que trate de intervenir en todo: en la justicia, en la economía, en la comunicación, en la educación, en la cultura… Un signo que lo delata es esa forma típica con que justifica y disimula su apetito de poder, que consiste en decir que todo lo hace por tu bien y que desea prevenirte de todo mal. Un ejemplo de ese paternalismo podría ser un anuncio del Ministerio del Interior que lleva ya varios años en las emisoras de radio y dice así: «No podemos conducir por ti». Con esta frase el anunciante trata al conductor como si fuera un niño torpe e ignorante, que lo mejor que puede hacer es dejar que la Dirección General de Tráfico conduzca su automóvil. Pero seamos un poco racionales. ¿Quién se puede creer que ese monstruo funcionarial vaya a conducir mejor que yo mi coche? El paternalismo, incluso uno tan rancio como el que recoge esa frase, es uno de los camuflajes preferidos por los regímenes totalitarios. Cuando un gobierno alardea de ser amante de los pobres, de los perseguidos, de la humanidad, sobre todo si lo hace con un gran despliegue de medios, ¡cuidado!, podría ser un peligroso depredador.
Al tratar de explicar los cambios sociales se tiende a minusvalorar la influencia de las ideas. Sin embargo, un repaso de la historia europea de los últimos dos siglos demuestra que son el motor de la historia, y que bastan unas pocas ideas malas para producir grandes catástrofes. Semejantes a los virus informáticos que dañan el sistema operativo de un ordenador, las ideas falsas o incorrectas, cuando hacen referencia a valores e ideales, afectan a las actitudes y a la conducta, y, de ese modo, pueden llevar a las sociedades al precipicio. Que las ideas mueven el mundo queda demostrado por el enorme poder operativo que han tenido, o tienen todavía, el judaísmo, el cristianismo, el islamismo, el confucianismo, el liberalismo, el marxismo, el nacional-socialismo, el idealismo, el escepticismo y un largo etcétera de «ismos» políticos y religiosos. Estos «ismos» no son simples visiones del mundo. Son máquinas que movilizan a millones de individuos.
Una idea correcta sobre un líder político puede bastar para evitar catástrofes. ¡Cómo habría cambiado la historia del mundo si los alemanes hubieran tenido en 1933 una idea correcta de Hitler! Y no se piense que era imposible. Matila Ghyka, intelectual rumano conocido por sus estudios sobre el pitagorismo, publicó en París en 1933 una novela titulada Pluie d’étoiles [Lluvia de estrellas]. Uno de los personajes, el profesor Moessel, dice de Hitler que es un «alucinado dinámico» que «ha conseguido alucinar a una buena parte de Alemania, empezando por la juventud», y lo compara con el flautista de Hamelin, que hechizó a todos los niños del pueblo y se los llevó no se sabe dónde. «Un buen día», añade, «los alemanes seguirán la flauta mágica de Hitler, y Dios sabe qué saldrá de ahí». Pero el profesor Moessel sabe lo que saldrá, pues unas páginas después afirma que «lo que saldrá será exactamente lo mismo que en 1914», o sea la derrota alemana. No creo que Matila Ghyka fuese el único que supiese adónde llevaba a los alemanes Hitler, pero no fueron suficientes los que, en 1933, tuvieron esa idea correcta que habría ahorrado al mundo millones de muertos.
El recuerdo de Hitler me hace pensar en Alemania, en el papel que ha jugado en la historia europea de este último siglo y medio. A decir verdad, no ha sido muy halagüeño, ni en los hechos ni en las ideas. En los hechos, ahí están la guerra contra Dinamarca para anexionarse el Holstein, la guerra contra Austria-Hungría para erigirse en nueva potencia imperial, la guerra contra Francia para inaugurar el Reich, la Gran Guerra europea de 1914 a 1918, y la guerra de 1939 a 1945, la mundial por antonomasia. Tras un obligado repliegue de cuarenta años, su acción exterior ha vuelto a verse ensombrecida en los últimos veinte por el papel que ha jugado en la desmembración de Yugoslavia, Checoslovaquia y... lo que reste, dada la tendencia del partido de los Verdes y otras organizaciones a promocionar nacionalismos disgregadores –quizá con la idea del
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