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Alicia Giménez Bartlett - La deuda de Eva

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Alicia Giménez Bartlett La deuda de Eva

La deuda de Eva: resumen, descripción y anotación

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Ya se sabe: al nacer, todos se encargan de decirnos que somos unas criaturas hermosas, pero con el paso de los años las cosas cambian, y cada cual tiene que vérselas con lo que la genética ha dispuesto para nosotros sin molestarse en consultarnos previamente. Es así como de repente nos encontramos con la nariz chata de la abuela o con esas verrugas tan horribles que el hermano de papá tuvo a bien dejarnos en herencia. Si el destino ha querido que seamos hombres, quizá podamos consolarnos con aquello de «El hombre y el oso…», pero cuando de mujeres se trata, la obligación de ser hermosas, o por lo menos de intentarlo, se convierte a menudo en una deuda pendiente con el mundo que nos rodea y nos juzga. De Cleopatra a Hillary Clinton, pasando por Bette Davis y Camilla Parker-Bowles, muchas han intentado corregir sus defectos recurriendo a afeites extravagantes o a las manos sabias de un cirujano. Otras, como algunas viajeras del siglo XIX, tuvieron la ocurrencia de sacar provecho a su fealdad, y se dedicaron a algo más interesante que la caza y captura de un marido. Incluso hubo unas cuantas en el siglo pasado que tuvieron que mostrarse más desagradables de lo que correspondía para ganarse el respeto de los hombres en el campo de la política y los negocios. Así las cosas, Alicia Giménez Bartlett nos propone un paseo glorioso por el mundo de las feas para que intentemos sonreír delante del espejo y cada cual salde a su manera una deuda tan vieja como las primeras arrugas de Eva.

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Ya se sabe al nacer todos se encargan de decirnos que somos unas criaturas - photo 1

Ya se sabe: al nacer, todos se encargan de decirnos que somos unas criaturas hermosas, pero con el paso de los años las cosas cambian, y cada cual tiene que vérselas con lo que la genética ha dispuesto para nosotros sin molestarse en consultarnos previamente. Es así como de repente nos encontramos con la nariz chata de la abuela o con esas verrugas tan horribles que el hermano de papá tuvo a bien dejarnos en herencia.

Si el destino ha querido que seamos hombres, quizá podamos consolarnos con aquello de «El hombre y el oso…», pero cuando de mujeres se trata, la obligación de ser hermosas, o por lo menos de intentarlo, se convierte a menudo en una deuda pendiente con el mundo que nos rodea y nos juzga.

De Cleopatra a Hillary Clinton, pasando por Bette Davis y Camilla Parker-Bowles, muchas han intentado corregir sus defectos recurriendo a afeites extravagantes o a las manos sabias de un cirujano. Otras, como algunas viajeras del siglo XIX, tuvieron la ocurrencia de sacar provecho a su fealdad, y se dedicaron a algo más interesante que la caza y captura de un marido. Incluso hubo unas cuantas en el siglo pasado que tuvieron que mostrarse más desagradables de lo que correspondía para ganarse el respeto de los hombres en el campo de la política y los negocios.

Así las cosas, Alicia Giménez Bartlett nos propone un paseo glorioso por el mundo de las feas para que intentemos sonreír delante del espejo y cada cual salde a su manera una deuda tan vieja como las primeras arrugas de Eva.

Alicia Giménez Bartlett

La deuda de Eva Del pecado de ser feas y el deber de ser hermosas Título - photo 2

La deuda de
Eva

Del pecado de ser feas y el deber de ser hermosas

Título original La deuda de Eva Alicia Giménez Bartlett 2000 Revisión 10 - photo 3

Título original: La deuda de Eva

Alicia Giménez Bartlett, 2000


Revisión: 1.0

22/07/2019

Autora

ALICIA GIMÉNEZ BARTLETT Almansa Albacete 1951 Estudió Filología Española - photo 4

ALICIA GIMÉNEZ BARTLETT (Almansa, Albacete, 1951). Estudió Filología Española en la Universidad de Valencia y se doctoró en Literatura Española por la Universidad de Barcelona, con una tesis titulada La narrativa de Gonzalo Torrente Ballester, dirigida por José Manuel Blecua Teijeiro.

En 1984 publicó su primera novela, Exit. Con Una habitación ajena (1997), que recrea las tensiones entre la escritora lesbiana Virginia Woolf y su criada Nelly, obtuvo el primer galardón literario de su carrera: el Premio Femenino Singular, de la editorial Lumen.

Un año antes, la lectura de La jota de corazones (de Patricia Cornwell) la convenció para iniciar una serie de novelas policiacas con la inspectora de policía Petra Delicado como protagonista, que dio pie hasta ahora a nueve obras de la saga. Éstas han sido traducidas a diversos idiomas y le ha reportado diversos galardones, como el Premio Raymond Chandler en 2008 (que anteriormente obtuvieron John le Carré y John Grisham). En 1999 se rodó una serie de televisión de trece capítulos protagonizados por Ana Belén en el papel de la inspectora Petra Delicado y Santiago Segura en el de su inseparable compañero Fermín Garzón.

También ha cultivado el ensayo con obras como El misterio de los sexos y La deuda de Eva.

En 2011 obtuvo el Premio Nadal por su obra Donde nadie te encuentre, una novela histórica sobre la vida de la guerrillera hermafrodita del maquis Teresa Pla Meseguer, alias La Pastora, presuntamente violada en 1949 por la Guardia Civil.

Reside en la ciudad de Barcelona desde 1975, pero nacida en Almansa hace ahora unos años, los suficientes como para permitirle unas cuantas arrugas sin que su autoestima se sienta especialmente dañada.

PRÓLOGO

M entiría si dijera que un buen día, pensando en mis cosas, se me ocurrió escribir un ensayo sobre las mujeres feas. Para remontarse a la génesis de este libro habría que preguntar a mi editora en qué demonios estaba pensando cuando le pasó por la mente la idea de que alguien podría escribir sobre las mujeres feas.

Cuando recibí la propuesta de llevar a cabo este trabajo, tuve que pararme a reflexionar largamente. En principio el tema me tentó, pero después me pregunté a mí misma: «¿Qué puede decirse sobre la fealdad femenina? Una mujer es guapa, o es fea, y en paz». Luego recapacité con más quietud y algunas preguntas empezaron a aflorar: ¿quién determina dónde empieza y acaba la fealdad o la belleza?, ¿por qué es tan importante ser guapa para una mujer?, ¿cuántas mujeres feas han triunfado en su campo profesional?

Acepté por fin el reto y empecé a pensar, a consultar libros y a redactar, intentando transmitir a los futuros lectores los conceptos que se iban aclarando para mí.

No sé si he conseguido dar respuesta a las preguntas que inicialmente se plantearon y aun a otras muchas que fueron apareciendo más tarde, pero hay algo que sí tengo muy claro: la mujer, desde la mismísima Eva hasta la última adolescente que corre en moto por la ciudad, ha tenido siempre la obligación de ser guapa. Se trata de un deber extraño del que nadie conoce los antecedentes, pero es así. En consecuencia, aunque la naturaleza no haya cooperado y el físico de una fémina no sea todo lo bello que se pudiera desear, ella debe intentar por todos los medios aparecer lo más hermosa posible. No resulta exagerado afirmar que es una deuda contraída sin su consentimiento y que no da síntomas de prescribir en el futuro, sino todo lo contrario.

Este libro es pues una exploración de la fealdad de las mujeres, que sin intención de ser exhaustiva, pretende hacer pensar en algo tan real como intangible.

Habitualmente, cuando tratamos un tema desde el punto de vista teórico, no tememos caer en la descalificación o la ofensa personal. Las ideas pueden presentarse de un modo ecléctico, y no suelen señalar a nadie con el dedo. Sin embargo, éste no es el caso de La deuda de Eva. Aquí hablamos de defectos físicos, de falta de armonía y de atractivo dudoso. Aquí presentamos ejemplos sacados de la realidad y mencionamos a mujeres conocidas por todos. Les confesaré que sentía un poco de miedo al respecto.

Quien más quien menos conoce sus limitaciones de belleza, y son pocos los que ponen en su aspecto físico todas las bazas de su existencia. Sin embargo, la envoltura que nos contiene es importante. En algunas profesiones, como las de modelo o actor, el aspecto es fundamental. Nos preguntamos por qué algunos actores se niegan a envejecer o por qué aceptan tan mal las críticas. La respuesta la tenemos ante nuestros propios ojos. A un actor siempre le vemos bajo la apariencia de otro personaje a quien presta cuerpo y actuación. Si rechazamos su trabajo lo estamos rechazando a él en su totalidad, puesto que su auténtica personalidad o sus valores morales nunca se muestran ante nosotros.

El que acabamos de citar es un caso extremo, pero a nadie, absolutamente a nadie, le gusta oírse decir que es feo. Puede que tengamos una inteligencia fuera de lo común, cualidades humanas magníficas; sin embargo, lo primero que los demás conocen de nosotros es el envoltorio. ¿Quién es capaz de minimizar la impresión que provoca en los otros hasta el punto de ignorarla? Les aseguro que al redactar este libro he tenido siempre presentes los sentimientos de las personas, incluso de las ya fallecidas, siendo respetuosa e intentando que nadie se vea a sí mismo como objeto de desmerecimiento o burla. Al contrario, he llegado a la conclusión de que, bien miradas, prácticamente ninguna de las mujeres a las que cito me parece fea. No les diré que encuentre a la Monja Alférez arrebatadora, ni que me proponga reivindicar la memoria de Golda Meir como la de una las mujeres más seductoras del mundo. Pero créanme: ambas tienen su punto. Considerando sus hazañas bélicas, la Monja debía poseer un cuerpo atlético muy apreciable, y Golda Meir en su madurez tiene marcados en el rostro las huellas de una vida llena de acción, que la hacen muy interesante.

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