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Prólogo a la edición española
Mucho han cambiado las cosas desde que escribí y publiqué este libro en Italia en el punto álgido de la crisis económica. La crisis económica mundial, iniciada en 2007 en Estados Unidos, ha sido la más grave desde la posguerra y ha durado más de diez años. No ha de sorprender, por tanto, que la situación económica favorable, que los medios han intentado difundir a partir de 2018, no sea todavía evidentemente real. Quizá los tiempos requeridos para que se haga visible lo anunciado sean más largos de lo que habría esperado. O tal vez no se ha dicho todo lo que hay.
No hay ninguna duda: la situación es diferente de cuando entre 2011 y 2012 Grecia, junto con otros países del sur de la Unión Europea, corrieron el riesgo de caer en suspensión de pagos a causa de la excesiva deuda contraída y de cuando las políticas europeas, guiadas por el «modelo alemán», se caracterizaron por una visión «culpabilizadora» de los países endeudados. El libro que presentamos ahora en lengua castellana fue escrito en ese período, en el momento en que, casi diariamente, los principales titulares alemanes y los periódicos más importantes de muchos países europeos, entre ellos los italianos, hablaban de la «deuda» como de una «culpa», mostrando así explícitamente el nexo contenido en la palabra alemana Schuld/Schulden , que tiene ambos significados en esa lengua y que hemos investigado en este trabajo.
El hecho de que hoy la situación haya cambiado al menos aparentemente no hace que sean menos urgentes las cuestiones de las que partía este libro, cuyo objetivo principal es entender el sentido de la relación entre deuda y culpa de una forma menos obvia que la que presentaban los medios entre 2011 y 2012. Al contrario, creo que los problemas entonces puestos de relieve no han sido desmentidos, sino más bien agravados por un panorama político internacional todavía más crítico.
A la luz de las políticas de relanzamiento y recuperación económica anunciadas y destinadas fundamentalmente a oponerse al sistema de austeridad hegemónica en los últimos años en Europa, tal vez sea posible prestar más atención a lo que realmente es puesto en tela de juicio en la condición de endeudamiento al que el régimen del rigor económico ha intentado contrarrestar. No parece que se haya tratado exclusivamente del estado de una condición que se debe corregir, de una deuda que hay que pagar, como el mandato autoritario de los sacrificios impuestos por las políticas de la austeridad quisieron hacernos creer. Al menos esto es lo que nos vemos obligados a pensar, dada la situación en la que aún nos encontramos.
A pesar de los datos económicos difundidos por los medios desde hace un par de años, relativos a los países occidentales económicamente más avanzados y fundamentalmente tendentes a difundir un estado de ánimo optimista, así como a constatar, con un exceso de simplificación, la salida de la crisis económica, en 2019 Alemania, uno de los países con una economía de las más potentes del mundo, ha corrido el riesgo de la recesión. En rigor, los datos relacionados con la vida de las personas muestran evidentes señales muy críticas. El informe anual de 2020 de la agencia internacional Oxfam muestra que poco más de dos mil personas, los más ricos del mundo, poseen una riqueza igual al patrimonio de más de cuatro mil millones de personas. Se registra un enorme aumento de la pobreza; un desempleo cada vez mayor, sobre todo juvenil, en particular en los países con mayores dificultades; un aumento de la precariedad en el trabajo y un crecimiento inquietante de formas privadas de endeudamiento incluso sin las debidas garantías —fenómeno, este último, raíz de la crisis económica mundial en Estados Unidos, que no ha acabado verdaderamente.
Si este es el panorama general, la pregunta de la que ha partido nuestro trabajo continúa siendo del todo actual. Es decir, si vale todavía la pena preguntarse si en la denominada «economía de la deuda» ligada a las políticas de la austeridad no está realmente en juego una perspectiva netamente en contraste con los sistemas de recuperación económica adoptados posteriormente, como ha parecido divulgarse o ha sido divulgado por los análisis más generalizados en la época de la posausteridad. La pregunta de la que parte este trabajo es si acaso no se trata en realidad de un mecanismo más complejo, que reúne ambas perspectivas con propósitos aparentemente divergentes, comprometiendo de una manera radical y nunca vista la vida de los individuos, de conformidad con los principios de las políticas neoliberales todavía dominantes, aunque en contextos que han cambiado.
Si se ha podido concebir la deuda contraída por algunos Estados de la Unión Europea como una culpa, si se han propuesto «sacrificios» orientados a pagar la deuda, es porque se ha tratado de interpretar el fenómeno con categorías propias de formas punitivas del poder. Y que en muchos aspectos hayamos asistido a formas claras de represión no puede ponerse en duda (basta pensar lo sucedido en Grecia en 2012). Pero todo esto no debe conducir a simplificar la complejidad del fenómeno al que todavía estamos asistiendo. Debemos entender qué tipo de represión está en marcha.
La enorme transformación ocurrida en los últimos treinta o treinta y cinco años en los modos capitalistas de producción y en las formas que el poder económico ha asumido como consecuencia del dominio de los mercados financieros sobre la política requiere una reflexión más amplia, que tenga en cuenta los cambios a los que han estado sometidas las formas de poder en el momento en que las instituciones políticas han comenzado a adaptarse a los cambios acaecidos en el mundo económico. Esto es lo que he intentado hacer en este trabajo, tratando de sacar a la luz el papel del mercado como institución orientada al gobierno y como punto de referencia para la administración de procesos de valoración cruciales para la eficacia de las políticas neoliberales.
El problema de la deuda generalizada, por tanto, es en muchos sentidos la expresión de un poder coercitivo ya conocido en diversos aspectos, en el que el dispositivo de la «culpa» se ha identificado con el económico de «estar en deuda». Creo, no obstante, que lo que estamos presenciando requiere de nuevos análisis capaces de ahondar en lo que ha comenzado a delinear sus contornos solo en los últimos años.
En este contexto, el surgimiento de populismos —en Estados Unidos, en Europa, pero también en otros lugares—, la emergencia de partidos conservadores en el plano internacional, el fortalecimiento y la difusión cada vez mayor, en el mundo occidental, de posiciones nacionalistas y racistas aparecen como una reacción peligrosa frente a gobiernos que, una vez en el poder, en años anteriores a la crisis, han participado activamente en la definición de un papel político a los mismos parámetros económicos, transformando así desde dentro la institución moderna del Estado. Las democracias occidentales, cada vez más vacías y peligrosamente amenazadas, se rigen por mecanismos de mercado, punto de referencia y lugar de aterrizaje de las instituciones políticas, ya completamente transformadas por las políticas neoliberales.