Ha llegado la hora de subvertir la idea de que el credo religioso merece respeto por sí mismo y de que se debería tratar con guantes de seda.
Ha llegado la hora de rechazar tener que andar de puntillas al pasar junto a las personas que reclaman respeto, consideración, un trato especial o cualquier otra forma de inmunidad por el simple hecho de tener fe religiosa, como si tener fe fuera una virtud privilegiada, como si fuera más noble creer en afirmaciones sin fundamento y en antiguas supersticiones.
Ha llegado la hora de decirles en voz alta a los creyentes que sus decisiones personales son irracionales y que sus elecciones en la esfera privada suelen ser dudosas. Todo el mundo es libre de creer lo que quiera, siempre y cuando no moleste (ni coaccione, ni mate) a los demás; pero nadie tiene derecho a reclamar privilegios por el simple hecho de ser devoto de una u otra de las muchas religiones del mundo.
A. C. Grayling
Contra todos los dioses
Seis discusiones sobre la religión y un ensayo sobre la bondad
Título original: Against All Gods. Six Polemics on Religion and an Essay on Kindness
A. C. Grayling, 2007
Traducción: Elisenda Julibert
1.0
02/04/2018
Introducción
¿MERECE RESPETO la religión? Sostengo que no merece más respeto que cualquier otro punto de vista, y ni siquiera tanto como la mayoría de ellos.
¿Está resurgiendo realmente la religión, o se trata de una ilusión que enmascara la verdadera realidad? ¿No estaremos asistiendo más bien a su agonía? Sostengo que, a pesar de las apariencias que indican lo contrario, es muy probable que estemos atestiguando su desaparición.
¿Cuál es el verdadero significado de los términos «ateísmo», «secularismo» y «humanismo»? Son palabras que denotan conceptos muy distintos, pero que vemos usar indistintamente como si fueran sinónimos. Intentaré definirlas como corresponde.
Cuando los ataques a la religión de los no creyentes son demasiado furibundos, los apologetas de la religión los acusan de ser «fundamentalistas», sin advertir la ironía que supone emplear a modo de insulto una palabra que se aplica principalmente a tendencias muy comunes de sus propias posiciones. ¿Acaso un punto de vista que no es una creencia, sino el rechazo de determinado tipo de creencias, puede ser realmente «fundamentalista»? Evidentemente, no; pero hay mucho que discutir.
Y por último: ¿qué es una perspectiva ética humanista, aparte de una actitud cuyo fundamento no es la creencia en los actos sobrenaturales? En el último ensayo de este libro, bosquejaré los principales rasgos de esta concepción tan humana, tan rica y tan entusiasta, que representa una alternativa a las creencias religiosas, una alternativa heredada de la gran tradición de la filosofía occidental.
El debate popular sobre los problemas de actualidad se produce sobre todo en los periódicos, en las revistas, en la radio o en la televisión, y la naturaleza de estos medios impone límites a la extensión (no mucha), el detalle (no mucho) y la complicación (no mucha) de las contribuciones al debate. Y aunque habitualmente esto se traduzca en una simplificación excesiva y en un planteamiento de los problemas demasiado maniqueo, no tiene por qué ser así: es posible defender las propias ideas de forma clara y concisa, aunque inevitablemente quienes no distinguen entre un planteamiento conciso e inteligible por una parte, y otro meramente simple e incluso simplista por la otra, prefieran calificar la claridad de simplificación cuando discrepan. Así es la vida.
Los seis ensayos polémicos que siguen, y el último ensayo donde se esboza en qué consiste una ética no religiosa, tienen su origen en colaboraciones en la prensa (que aspiraban a ser concisas y claras) al hilo del debate que sobre la religión suele mantener nuestra sociedad consigo misma. Sostengo un punto de vista no religioso, y crítico las religiones no sólo en cuanto sistemas de creencias, sino también en cuanto fenómeno institucional que, como atestiguan los siniestros documentos históricos y el presente, ha hecho y sigue haciendo mucho daño al mundo, por más que reivindique que la bondad es su patrimonio. El debate se ha recrudecido (y peor aún: algunos de sus participantes expresan su opinión lanzando bombas) pero mi intervención en él sigue girando en torno a una idea: que todo aquel cuyos puntos de vista tienen fundamentos sólidos no debería temer la crítica ni los cuestionamientos serios; si confía en sus ideas debería ser capaz de sobreponerse a la sátira y las bromas. Cuanto más inseguras son las personas menos confianza tienen, y cuanto más inmaduras son sus ideas mayor es la angustia que les produce lo que califican de «ofensa» a su sensibilidad religiosa (e incluso llegan ocasionalmente a la violencia). Pero con ello socavan y refutan sus propias ideas.
Los defensores de la fe forman una comunidad evasiva al pretender evitar o eludir la crítica refugiándose en abstracciones de la intrincada teología, una disciplina turbia y misteriosa que se sirve de largas palabras, sofisticados matices y vagas sutilezas, según las cuales Dios puede llegar a ser nada, y ni siquiera existir («aunque siga siendo la condición de posibilidad de la existencia», y así podríamos seguir un buen rato); en suma, sofística, tal como la han calificado quienes se han consagrado al estudio de las verdaderas obras maestras de la filosofía, por ejemplo a los escritos de Aristóteles y Kant. Pero atrincherarse en las nubes de la teología es una forma de ignorar a los críticos de la religión. No obstante, la gran masa popular de creyentes cree en algo bastante más simple y tradicional que las brumosas fantasías de la teología, y en ello descansa su verdad, por la que algunos de ellos (bastantes) matan y mueren («la fe es aquello por lo que muero, el dogma es aquello por lo que mato»). Por otra parte, puesto que el recóndito escondite de la teología se asienta en el mismo suelo que la supersticiosa fe común, es posible desenmascararla trazando el eje que la une a sus orígenes.
Pero la religión no es teología; es la práctica y la concepción de las personas corrientes, y a la mayoría de ellas la creencia en algo sobrenatural y las supersticiones se las inculcaron en la infancia, cuando aún no podían formarse un juicio del valor de lo que les vendían como una concepción del mundo. Lo que atacan los críticos es precisamente la falsedad de tal concepción y sus consecuencias en un mundo de sufrimiento.
La crítica también es aplicable a quienes señalan la paz y el consuelo que las religiones brindan a los que están solos, o son viejos, a los temerosos y a los enfermos, incluso (dicen a veces) aunque sea falso. Vayamos por partes: dejemos a un lado la paz y el consuelo de los terroristas suicidas, convencidos de que sus familias se han ganado el cielo y de que ellos mismos se han ganado el premio póstumo de setenta y dos vírgenes para toda la eternidad, y limitémonos al consuelo que nos brindan las religiones «incluso aunque sea falso».
¿Admitiríamos, por ejemplo, que el gobierno nos contara mentiras piadosas sobre un accidente en una planta nuclear, o sobre la propagación de un virus mortal desde un laboratorio? ¿No? Entonces será que las mentiras piadosas tienen sus límites. Y sobre todo: ¿acaso la verdad es menos importante que el consuelo, incluso para quienes están solos y asustados? ¿No existen maneras veraces de consolarles con los recursos de la compasión humana? Efectivamente, sí las hay, y dado el valor crucial, irrenunciable y último de la verdad, ¿no serían mucho mejores que las mentiras, por consoladoras que sean? Sin ninguna duda.