Acércate a la historia y a las versiones originales de los cuatro cuentos de hadas más representativos del mundo occidental: La Caperucita roja, La Cenicienta, Hansel y Gretely La bella durmiente. Jorge Gundemar, fiel a su estilo, realiza una revisión histórica exhaustiva y, cual narrador de cuentos, nos explica los dos mil años de estos relatos ancestrales que nos hicieron dormir por innumerables noches para revelarnos la dureza de la vida de un mundo que ya no existe y que es difícil de comprender por el hombre moderno.
Título: Juguemos en el bosque
©Jorge Gundemar, 2017
©Editorial Casa de Cartón, 2017
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Juguemos en el bosque
De Jorge Gundemar
La niña en el bosque
De pequeño me tenían harto con que debía «leer». Leer y leer. Siempre que tenía ocasión, mi profesor señalaba muy serio y con el dedo en alto: «No importa qué cosa, lo vital, imprescindible e impostergable es justamente eso: leer». Entonces, yo me tomaba al pie de letra lo que decía y cogía un periódico y me ponía con la sección de deportes. Pero, no. Ni al profesor ni a mis padres les importaba un rabanito quién había ganado el clásico o si había sido penalti el gol en el último minuto. Miento. A mi papá sí que le interesaba, pero enterarse de esas cosas, él tampoco lo llamaba «leer». Probé con cómics. Conocer con lujo de detalles sobre Superman, Batman, Spider Man o Condorito, tampoco era «leer». Entonces, para hacer trampa y con la idea de que no me dijesen nada, comencé a escoger los libros más delgaditos y de letras grandes que teníamos en casa. Tapa gruesa, obviamente, para que el libro pareciese más abultado. Y, claro, mis padres, con la ceja levantada, me miraban pasar a mis diez años con mi edición empastada de La Caperucita roja, La Cenicienta, Hansel y Gretel, La bella durmiente o qué sé yo. Siempre que podía exhibirme leyendo frente a ellos, lo hacía. Pero, además del hecho de estar sentado con el libro abierto pudiendo hacer alguna cosa mejor y más divertida, lo que más me molestaba, era que al leer esos libros me sentía tratado como un tonto. Pero no un tonto así nomás; sino, un tonto descomunal. Y me pasó lo mismo con otra colección de libros infantiles. Mamá decía que eso ocurría porque estaban escritos para niños más pequeños y que debía de probar con otras obras más apropiadas para mi edad. Eso no era cierto. Mi hermano —quien sí tenía los años adecuados—, se sentía igual de tarado que yo.
Han pasado ya muchos años y ahora que soy mayor y leo a mis hijos esas mismas historias, pues he de decirte que las cosas no han cambiado. Nada en realidad. A mis pequeños no les gustan los cuentos de hadas. Es obvio. Son más listos que yo a su edad. Además, a nadie le agrada ser insultado. Ni siquiera por un libro. Y no es que dichas obras resulten tan sabias o tan prodigiosamente eruditas que te hacen ver lo ignorante que eres. Al contrario, es al revés. Están escritas de tal manera que parece que te tratan como al tonto más tonto del universo.
Mi opinión sobre este tipo de libros hubiese sido igual de superflua de no haberse dado la casualidad de que unos meses atrás, estando yo de visita en Chambéry (Francia), me topé con un buen amigo, quien me refirió que por allí cerca se encontraba la zona aproximada donde nació de manera oral la historia de La Caperucita roja .
Sí, sí, ya sé qué me vas a decir. Que ya se han hecho varias películas con este tema. Pues, claro, es verdad, pero déjame aclararte que la historia real ni siquiera se acerca a lo que te han contado o has visto. Es diferente y, por supuesto, ni por asomo, te trata como a un tonto.
Bueno, para que todo resulte sencillo y no te aburras tanto, voy a tratar de ordenar la información para que si después necesitas ubicar alguna parte de ella, te resulte más fácil.
¿Dónde?
El relato, según diversas fuentes, aparece por primera vez en Francia de manera oral en la región de Loira (un río), por la mitad norte de los Alpes. Si buscas en un mapa de Europa, te podrás ubicar fácilmente. Es broma, la zona la tienes aquí encerrada en un círculo.
¿Cuándo?
El relato nació en el siglo XVII, y fue contado entre los campesinos del lugar. Para entender un poco mejor el meollo del asunto, es bueno saber algo de lo que estaba pasando durante ese siglo en Francia.
Bueno, primero que nada, si recuerdas bien un poco de Historia, antes, muchos siglos atrás, todos en Europa pertenecían a la misma doctrina cristiana y católica hasta que surgieron los protestantes. Eso se inició con Martín Lutero en Alemania en el siglo XVI y se le llamó la Reforma. Las ideas de Lutero muy pronto llegaron a Suiza, donde uno de sus máximos exponentes fue Juan Calvino (por si acaso, su nombre real es Jehan Cauvin). Ojo con Calvino, que va a ser de suma importancia. Bueno, para no hacerla larga, el protestantismo creció y surgió en otros países y la Iglesia católica se vio obligada a hacer cambios dentro de su organización y a eso se le llamó la Contrareforma.
A estas alturas imagino que ya te estarás preguntando: ¿y esto qué cuernos tiene que ver con La Caperucita roja ? Pues mucho y poco, porque explica bajo qué ambiente surgió el cuento, cómo se dio a conocer y cómo llegó a hacerse famosa la versión que sí has escuchado.
Bueno, continúo. Suiza, es un país pequeñito. Si miras el mapa, está cerca de Francia. Pues, justamente por eso, las ideas de Calvino llegaron rápidamente a los franceses. Hubo muchos que, entonces, convencidos por las prédicas protestantes, decidieron seguirlo. Y es a ellos a quienes se les llamó Hugonotes durante Las Guerras de Religión.
Ah, sí, claro, por la religión, como hasta ahora, empezó la bronca. Esta vez en Francia y fue entre católicos y hugonotes. Esto ocurrió todavía en la segunda mitad del siglo XVI.
Cuando empezó el siglo que nos interesa, o sea el XVII, Las Guerras de Religión acababan de terminar. Gobernaba Enrique IV, que era un buen rey. Compasivo y bondadoso. Se cuenta que él proponía que hubiese un pollo en las ollas de los campesinos todos los domingos. En fin, con él llegó un breve tiempo de prosperidad, hasta que lo mataron con dos puñaladas en 1610. ¿Sabes por qué? Porque era hugonote. Sí, por eso y porque tenía ciertas ideas que no gustaban para nada a sus adversarios religiosos: los católicos. Una de esas ideas fue el Edicto de Nantes, firmado por él en 1598, en el cual se autorizaba la libertad de conciencia y de culto (es decir, ya no se tendría que perseguir más a los hugonotes). Cabe decir que aunque él se había convertido al catolicismo para poder reinar, su formación desde pequeño era protestante. Hay una frase de él muy conocida, en la que dice: «París bien vale una misa».
Le sucedió en el trono Luis XIII, bajo la regencia de su madre María de Medici. El primer ministro era el muy famoso Armand Jean du Plessis, cardenal de Richelieu. Por si no lo recuerdas, estos son personajes en la súper conocida novela Los Tres mosqueteros , de Alexandre Dumas.
Bueno, durante el gobierno de Luis XIII, a pesar de que ya habían acabado Las Guerras de Religión, se procedió a acosar una vez más a los hugonotes, cosa que obligó a migrar a varios de ellos fuera de Francia. Entre tanto, en 1618 se entró en la Guerra de los Treinta Años. Esta guerra es fundamental para entender lo que estamos hablando. A pesar de que al principio era un conflicto entre los estados partidarios de la Reforma y la Contrarreforma dentro del Sacro Imperio Romano Germánico —sí, el tema de la religión otra vez—, la pugna se generalizó por toda Europa en búsqueda de ver quién mandaba más en la zona.
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