C apítulo I
E ncuentro Con P ichon R ivière
Este capítulo se propone simplemente recoger uno a uno, los testimonios, las crónicas de quienes se hicieron testigo del carácter de la transmisión que tuvo en su momento a Pichon Rivière como uno de sus hilos y de sus hitos. Presentarlas en su conjunto permite tomar en cuenta el lugar que ocupó el testimonio en dicho estilo de transmisión como pasaje. Da cuenta y nos permite con este acto levantarlo como tal y tomar la posta. Marca un rumbo que, muchas veces, nos aleja de la obra escrita de Pichon Rivière. Otras, nos invita a entretejerla a través de sus huecos y fisuras de otra manera. Los testimonios toman la forma de la ocurrencia e insiste con ello en pasar lo que los libros impiden dar a luz. Entramados en el texto irán a ocupar su lugar posteriormente en cada capítulo del libro.
Helos aquí.
Ana P. de Quiroga, la compañera de Pichon Rivière en sus últimos años, que dirige la Escuela de Psicología Social por él fundada, en unas Jornadas de homenaje realizadas del 26 al 29 de octubre de 1988 en la apertura dice:
“Estas Jornadas de Homenaje tienen un nombre que no es casual: Los aportes de Enrique Pichon Rivière al pensamiento en Psicología. Desarrollos actuales. Con este nombre sus organizadores apuntamos a la integración de dos aspectos de E. Pichon Rivière, uno de ellos es quizá el más conocido: el del maestro socrático, el sembrador de ideas, el que desde el dispositivo del vínculo, del grupo, la institución, siempre en diálogo, nos acompañó en la aventura del pensar, del aprender a pensar. Fue sostén de nuestro propio alumbramiento en el camino del conocimiento aportando eslabones para una cadena infinita de pensamientos, despertando múltiples resonancias que se concretaron en nuevas búsquedas y desde allí los nuevos desarrollos que hoy reflejan un aspecto significativo del hacer psicológico en Argentina y algunos países de Latinoamérica.” (...)Decíamos que el pensamiento de E. Pichon Rivière, su obra, tenía un efecto multiplicador, que su diálogo despertaba resonancias. Tomando esto de la resonancia, hace dos o tres años me contaron una historia, que quiero compartir con ustedes. Una alumna de la Escuela acompañaba a Borges en el estudio del hebreo, y en sus charlas le habló de Enrique Pichon Rivière, de sus ideas sobre el arte, la creación, la locura, la muerte. A partir de estas charlas Borges le comentó a esta persona que había escrito un poema, desde su resonancia; el poema se llama “El prisionero”, y dice: Una lima, la última de las pesadas rejas de hierro, algún día seré libre...”
Janine Puget en esas mismas Jornadas comienza diciendo:
“Me resulta muy grato haber sido invitada por Ana Quiroga para este homenaje en representación tal vez de una generación que poco a poco está desapareciendo, aquella que tuvo la suerte de conocer a Enrique en su pleno apogeo. Lo conocí hace 40 años. (...) no puedo dejar de recordar algunos de sus primeros escritos porque corresponden en parte a la época en que lo conocí. (...) Su primer curso, que duró de los años 39 hasta el 48, se centró en la psiquiatría infantil definida como una nueva forma de la ciencia psiquiátrica.(...) Para mí y para muchos Pichon fue un Maestro, como lo solíamos llamar allá por el año 48 en su clínica de la calle Copérnico. (...)Era un semillero de ideas, un verdadero creador. (...) Uno de los valores principales ha sido su capacidad de transmitirme una curiosidad científica y humana muy particular y el conocimiento de los grupos como instrumento terapéutico y de enseñanza. Alentaba cualquier proyecto y cuando se le planteaba un problema, sacaba de su biblioteca una numerosa bibliografía que respaldaría una investigación. Esta modalidad entusiasta y contagiosa formaba parte de sus cualidades de Maestro. No niego que podía llegar a producir también un efecto inhibidor cuando nos abrumaba a todos con ciertos imperativos. Había tanto que leer antes de poder escribir.
De su clínica de la calle Copérnico, recuerdo con especial cariño el espacio de la cocina. Allí se producían reuniones grupales de intercambio científico,. Semillero de ideas, amistoso y recreativo, era el lugar de los cafés, de los encuentros, de las charlas informales.
Siendo aún estudiante, trabajó, vivió, se dedicó plenamente a una institución psiquiátrica llamada Open Door. El interés por la misma lo transformó por un tiempo en estudiante crónico, ya indicador de su rebelión contra toda enseñánza formal. Poco a poco y en función del trabajo que allí desarrollaba, fue considerado médico no siéndolo aún en una institución que le iba a hacer conocer la psicosis muy tempranamente.
Inició en el Hospicio de las Mercedes un trabajo en dos direcciones: una fue la de desinternar pacientes psicóticos e intentar integrarlos a otros medios, siendo esta orientación una de sus preocupaciones constantes. Esto lo hizo incluso personalmente puesto que como ya les recordé hace un tiempo, el encargado de su clínica de Copérnico era un ex -paciente suyo del hospicio. Este personaje era el que ni bien abría la puerta a un paciente hacía su propio diagnóstico, infaltablemente acertado. Para Enrique su temprana familiarización con la locura, con la transgresión de ciertas normas, con una particular habilidad para, como en las películas de suspenso, esquivar con arte y astucia una explicación sobre la verdadera causa de los hechos, le permitieron pasar ciertas barreras como sucede con los innovadores. Digo que Enrique manejaba el suspenso en su vida porque quedaba siempre en sus respuestas un halo de misterio, que luego debía transformarse en una espiral dialéctica.
No es raro que Enrique se haya ocupado del caso Lautréamont y le haya tenido una gran simpatía intelectual y afectiva.”
Desde allí, por varias páginas y hasta el final J. Puget se ocupa de la incansable e inacabada investigación sobre el Conde de Lautréamont haciendo un resumen de lo publicado por Marcelo Pichon Rivière e interpretaciones propias de los Cantos.
Después Ana de Quiroga da su conferencia : la diálectica: fundamento y método en el pensamiento de Enrique Pichon Riviere. Luego de vertir y definir esta temática introduce allí “los Cantos de Maldoror”. Entre otras cosas dice:
“Aquella forma de lo espantoso que se expresa y elabora en los cantos no es sólo una ‘producción subjetiva’. E.Pichon Rivière entiende que en el mundo interno de Isidoro Ducasse habitaba ese horror. Pero que correspondía no sólo a una estructura familiar, a una red vincular que determinaba en él la relación de ambivalencia ante una madre suicida, amada y odiada, y un padre lejano, sino también a la inscripción psiquica de las formas de relación dominantes en su contexto social (...) Esa “crónica de la realidad que es la fantasía inconsciente para E.Pichon Rivière, es decir, crónica de una realidad inscripta y reconstruída en el mundo interno, abarca y está determinada por el orden social, vincular, familiar.”
En los nº 58 y 59 de la Revista Uruguaya de Psicoanálisis de los años 1978 y l979 en homenaje a Enrique Pichon Rivière, se lo coloca como gestor del movimiento psicoanalítico uruguayo.Él mismo saludó el nacimiento de dicha revista con las palabras de Lautréamont de los Cantos: “Buenos Aires la reina del Sur y Montevideo la coqueta se tienden una mano amiga, a través de las aguas argentinas del gran estuario”, según consta en un artículo titulado La obra de Pichon Rivière en el Uruguay que se trata del Discurso pronunciado por Willy Baranger y Jorge Galeano Muñoz en 1965. En las pocas palabras pronunciadas manifiestan:
“No es casualidad, que uno de los motivos por los cuales Pichon Rivière viajara con frecuencia al Uruguay, fuese buscar el rastro de Lautréamont, este montevideano descubridor de tantas fuerzas ocultas y de nuevas formas de expresión poética. Lautréamont hacía y hace parte de su enseñanza.”
En esta publicación también Rodolfo Agorio, médico psiquiatra, Miembro de honor de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay, uno de los fundadores del movimiento psicoanalítico en Uruguay le dedica un artículo: Algo sobre Enrique Pichon Rivière que comienza así:
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