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Roberto Arlt - Los lanzallamas

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Roberto Arlt Los lanzallamas
  • Libro:
    Los lanzallamas
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  • Año:
    1931
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Tras Los siete locos Roberto Arlt emprendió una nueva novela con los mismos - photo 1

Tras Los siete locos, Roberto Arlt emprendió una nueva novela con los mismos personajes y la voluntad de complementar aquella. La tituló Los lanzallamas, y en su prólogo afirmaba que con ella finalizaba Los siete locos.

Aunque se trata de novelas independientes, que no precisan una de la otra para una comprensión cabal de ambas, es evidente que conforman de hecho una unidad que refleja, como ningún otro texto, el universo arltiano.

En Los siete locos, Erdosain, su protagonista, es un regenerador del mundo, pero también un personaje que anhela castigarse sumergiéndose en la abyección. En Los lanzallamas, Erdosain se convierte en cierto modo en la víctima del Astrólogo, el otro héroe del libro, que se revela como un competente gerente de la monstruosidad, un nuevo dios: el engañador.

En Los lanzallamas no hay tragedia; la aniquilación es racional, científica, como lo es la guerra química o bacteriológica. Éste y otros aspectos de estas dos grandes novelas convierten a Roberto Arlt en uno de los pocos narradores en lengua española que han ofrecido una interpretación del caos y la incertidumbre del mundo contemporáneo.

Roberto Arlt Los lanzallamas ePub r10 Moro 020314 Título original - photo 2

Roberto Arlt

Los lanzallamas

ePub r1.0

Moro02.03.14

Título original: Los lanzallamas

Roberto Arlt, 1931

Ilustración de portada: Segundo J. Freire

Editor digital: Moro

ePub base r1.0

R OBERTO E MILIO G ODOFREDO A RLT Buenos Aires 26 de abril de 1900-ibídem 26 - photo 3

R OBERTO E MILIO G ODOFREDO A RLT Buenos Aires 26 de abril de 1900-ibídem 26 - photo 4

R OBERTO E MILIO G ODOFREDO A RLT (Buenos Aires, 26 de abril de 1900-ibídem, 26 de julio de 1942. Roberto Arlt se esforzó por crear confusión respecto a la fecha original de su nacimiento encontrándose así en distintas biografías las fechas 2 o 7 de abril de 1900. En su partida de bautismo y en la de nacimiento expedida por el Registro Civil consta como fecha de nacimiento el 26 de abril de 1900. Hijo del prusiano Karl Arlt y de la nacida en Austria Hungría Ekatherine Iostraibitzer, un par de inmigrantes pobres recién llegados al país, su infancia transcurrió en el barrio porteño de Flores. En el ambiente familiar se hablaba alemán, tuvo dos hermanas que murieron de tuberculosis (una a temprana edad y la otra, Lila, en 19363 ). La relación con su padre estuvo signada por un trato severo y poco permisivo o directamente sádico. Roberto Arlt siempre recordó que, cuando él era niño, su padre ante cualquier supuesta falta le decía: «Mañana cuando amanezca te voy a azotar», y Roberto Arlt no podía dormir en casi toda la noche ya que se fijaba en el reloj de su cuarto esperando los golpes que a la madrugada le propinaría el padre. La memoria de su padre aparecerá en futuros escritos. Fue expulsado de la escuela a la edad de ocho años y se volvió autodidacta. Trabajó en un periódico local, fue ayudante en una biblioteca, pintor, mecánico, soldador, trabajador portuario y manejó una fábrica de ladrillos. En 1926 escribe su primera novela El juguete rabioso, a la cual le iba a poner inicialmente como título La vida puerca, pero en esa época Arlt era secretario y luego amigo de Ricardo Güiraldes quien le sugirió que el nombre original La vida puerca sería demasiado tosco para los lectores de ese tiempo. También trabajó de periodista para el diario El Mundo, donde editaría sus famosas Aguafuertes porteñas.

Roberto Arlt murió el 26 de julio de 1942, en Buenos Aires, de un paro cardíaco. Sus restos fueron incinerados en el Cementerio de la Chacarita y sus cenizas esparcidas en el río Paraná. En la ceremonia de despedida habló el escritor Nicolás Olivari, y el poeta Horacio Rega Molina legó un poema. Al día siguiente el diario El Mundo publicó la última de sus famosas aguafuertes: «Un paisaje en las nubes». El suceso no sonó en los diarios porque entre las noticias se encontraba el desagravio a Jorge Luis Borges, por entonces relegado del Premio Nacional de Literatura.

Lo cierto es que la obra de Roberto Arlt fue duramente criticada durante la primera mitad del siglo XX. Hoy, líderes de opinión fundamentales de la literatura argentina nos cuentan cómo su obra ha llegado a ser un referente tan trascendente. Abelardo Castillo, por ejemplo, nos dice que Arlt significa una lectura obligada para por lo menos las dos últimas generaciones de escritores argentinos, pues redefinió lo temático y lo lingüístico y la relación artista-época. Otros, como Guillermo Saccomanno, lo colocan a la altura de Domingo F. Sarmiento, Lucio V. Mansilla, Julio Cortázar y Rodolfo Walsh, algunos de los cuales confesaron su admiración por el autor. Para el escritor y crítico literario Ricardo Piglia, Arlt inauguró la novela moderna Argentina, con su estilística nueva.

Notas
Prólogo

Los lanzallamas, gran fresco expresionista, que produce en lo literario la ruptura de volúmenes exteriores y visuales de las cosas, injerta en 1931 aquel grito de Büchner: «Seamos esenciales». Pero fuera de las coordenadas tempoespaciales de esa primera mitad del siglo XX ―que marcha hacia la segunda Guerra mientras se gesta el existencialismo sartreano― Roberto Arlt carece de sentido.

En cambio, si conseguimos figurar la coherencia del marco histórico, los fantasmagóricos habitantes de esta porteña Corte de los Milagros, que aparecieron ya en Los siete locos y aquí viven los episodios finales de sus vidas, pueden llegar a entusiasmarnos: nos enfrentan con un precursor tan caótico como único.

En su quinta de Temperley, el Astrólogo monologa con Hipólita; «con», pues si bien monologa, la motivadora, Hipólita, no puede faltar. El replanteo esencial fluye: el sentido de la vida, nuestra civilización, la felicidad del hombre, el hombre frente a la verdad, el sentido del conocimiento, Dios, la mujer.

Y ese planteo esencial está continuado en esta serie de «conversaciones» por Erdosain, cuya expresión clave podría ser: «Estoy monstruosamente solo […] No me importa nada. Dios se aburre igual que el Diablo». Es un Erdosain que nos remite al existencial personaje de Yank en El mono velludo de O’Neill; como él, se siente desprotegido por el autor de sus días, arrojado a la existencia. Como él, la incapacidad de escindir el volumen geométrico de los seres, de las cosas, del hombre y del mundo, impidiéndole llegar a la realidad última y verdadera, lo devuelven a sus orígenes, y «como las grandes fieras carniceras da un gran salto en el vacío, cae sobre la alfombra y despierta en cuclillas sorprendido» (Op. Om. Fabril, pág. 35, T. II).

Y ese simio triste que es el hombre pasa de la angustia al humor; de pronto se divierte consigo mismo, como cuando le dice a la primaria Doña Ignacia: «y algún día, cuando yo me haya muerto, la vendrán a ver a usted y le dirán: “Pero, díganos, señora, ¿cómo era ese mozo?”»

Y del humor pasa a la necesidad de humillación, y de ahí al «deseo inconsciente de vengarse de todo lo que antes había sufrido»; entonces no ríe con sus personajes, sino que los descarna en un realismo impío, soberbio, resentido e impenitente, que para autocastigarse afecta el cinismo, o apela al naturalismo del «cajón de basura» a lo Zola.

Y la conversation series continúa. El monólogo subraya la radioscopía interior, aunque caiga de pronto en el artificio de hacerle leer a un Haffner La Conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo.

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