Roberto Arlt - Aguafuertes cariocas
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- Libro:Aguafuertes cariocas
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2013
- Índice:4 / 5
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Aguafuertes cariocas: resumen, descripción y anotación
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En 1930 Roberto Arlt pasó dos meses en Río de Janeiro. Durante su estadía escribió las cuarenta crónicas que integran esta edición. Resulta sorprendente que nunca hayan sido publicadas en libro y hayan permanecido desconocidas para los lectores, hasta hoy. Tanto desde el punto de vista literario, como desde la perspectiva histórica o sociológica, los textos escritos por Arlt en Río de Janeiro se encuentran a la altura de lo mejor de su producción periodística. Pero además, por tratarse de las primeras crónicas que escribió fuera del país, funcionaron también como laboratorio para las notas de viaje que escribió a lo largo de su carrera. Los artículos aquí reunidos ofrecen un retrato muy lúcido, preciso, con gran sentido del humor, no sólo de Brasil de 1930, sino también de la Argentina de la misma época. A las primeras notas laudatorias, le siguen textos cada vez más críticos y cáusticos, en los cuales Buenos Aires y la sociedad argentina aparecen como el contrapunto moderno y civilizado para el atraso en que se encontraba Brasil y la que entonces era su capital.
Roberto Arlt
Crónicas inéditas desde Río de Janeiro
ePub r1.0
Titivillus 29.05.15
Roberto Arlt, 2013
Investigación y prólogo: Gustavo Pacheco
Editor: Fabián Lebenglik
Diseño de cubierta: Eduardo Stupía
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
ROBERTO EMILIO GODOFREDO ARLT (Buenos Aires, 26 de abril de 1900 - ibídem, 26 de julio de 1942. Roberto Arlt se esforzó por crear confusión respecto a la fecha original de su nacimiento encontrándose así en distintas biografías las fechas 2 o 7 de abril de 1900. En su partida de bautismo y en la de nacimiento expedida por el Registro Civil consta como fecha de nacimiento el 26 de abril de 1900. Hijo del prusiano Karl Arlt y de la nacida en Austria Hungría Ekatherine Iostraibitzer, un par de inmigrantes pobres recién llegados al país, su infancia transcurrió en el barrio porteño de Flores. En el ambiente familiar se hablaba alemán, tuvo dos hermanas que murieron de tuberculosis (una a temprana edad y la otra, Lila, en 1936). La relación con su padre estuvo signada por un trato severo y poco permisivo o directamente sádico. Roberto Arlt siempre recordó que, cuando él era niño, su padre ante cualquier supuesta falta le decía: «Mañana cuando amanezca te voy a azotar», y Roberto Arlt no podía dormir en casi toda la noche ya que se fijaba en el reloj de su cuarto esperando los golpes que a la madrugada le propinaría el padre. La memoria de su padre aparecerá en futuros escritos. Fue expulsado de la escuela a la edad de ocho años y se volvió autodidacta. Trabajó en un periódico local, fue ayudante en una biblioteca, pintor, mecánico, soldador, trabajador portuario y manejó una fábrica de ladrillos. En 1926 escribe su primera novela El juguete rabioso, a la cual le iba a poner inicialmente como título La vida puerca, pero en esa época Arlt era secretario y luego amigo de Ricardo Güiraldes quien le sugirió que el nombre original La vida puerca sería demasiado tosco para los lectores de ese tiempo. También trabajó de periodista para el diario El Mundo, donde editaría sus famosas Aguafuertes porteñas.
Roberto Arlt murió el 26 de julio de 1942, en Buenos Aires, de un paro cardíaco. Sus restos fueron incinerados en el Cementerio de la Chacarita y sus cenizas esparcidas en el río Paraná. En la ceremonia de despedida habló el escritor Nicolás Olivari, y el poeta Horacio Rega Molina legó un poema. Al día siguiente el diario El Mundo publicó la última de sus famosas aguafuertes: «Un paisaje en las nubes». El suceso no sonó en los diarios porque entre las noticias se encontraba el desagravio a Jorge Luis Borges, por entonces relegado del Premio Nacional de Literatura.
Lo cierto es que la obra de Roberto Arlt fue duramente criticada durante la primera mitad del siglo XX. Hoy, líderes de opinión fundamentales de la literatura argentina nos cuentan cómo su obra ha llegado a ser un referente tan trascendente. Abelardo Castillo, por ejemplo, nos dice que Arlt significa una lectura obligada para por lo menos las dos últimas generaciones de escritores argentinos, pues redefinió lo temático y lo lingüístico y la relación artista-época . Otros, como Guillermo Saccomanno, lo colocan a la altura de Domingo F. Sarmiento, Lucio V. Mansilla, Julio Cortázar y Rodolfo Walsh, algunos de los cuales confesaron su admiración por el autor. Para el escritor y crítico literario Ricardo Piglia, Arlt inauguró la novela moderna Argentina, con su estilística nueva.
(Sábado 8 de marzo de 1930)
Me rajo, queridos lectores. Me rajo del diario… mejor dicho, de Buenos Aires. Me rajo para el Uruguay, para Brasil, para las Guyanas, para Colombia, me rajo…
Continuaré enviando notas. No lloren, por favor, ¡no! No se emocionen. Seguiré alacraneando a mis prójimos y charlando con ustedes. Iré al Uruguay, la París de Sud América, iré a Río de Janeiro, donde hay cada menina que da calor; iré a las Guyanas, a visitar a los presidiarios franceses, la flor y crema del patíbulo de ultramar. Escribo y mi cuore me late aceleradamente. No doy con los términos adecuados. Me rajo indefectiblemente.
¡Qué emoción!
Hace una purretada de días que ando como azonzado. No doy pie con bola. Lo único que se aparece ante mis ojos es la pasarela de un piccolo navio. ¡Yo a bordo!
¡Me caigo y me levanto! ¡Uy, dió! Si me acuerdo de mis tiempos turros, de las vagancias, de los días que dormí en las comisarías, de las noches, entendámonos, de los viajes en segunda, del horario de ocho horas cuando laburaba de dependiente de librería; del horario de doce y catorce horas, también, en otro boliche. Me acuerdo de cuando fui aprendiz de hojalatero, de cuando vendía papel y era corredor de artículos de almacén; me acuerdo de cuando fui cobrador (los cobradores me enviaron un día una felicitación colectiva). ¿Qué trabajo maldito no habré hecho yo? Me acuerdo de cuando tuve un horno de ladrillos; de cuando fui subagente de Ford, ¿qué trabajo maldito no habré hecho yo? Y ahora, a los veinte y nueve años, después de seiscientos días de escribir notas, mi gran director me dice:
—Andá a vagar un poco. Entretenete, hacé notas de viaje.
Bueno. El caso es que he trabajado. Sin vueltas. La he yugado cotidianamente, sin un domingo de descanso. Cierto es que mi trabajo dura exactamente treinta minutos, y que luego me mando a mudar a tomar fresco. Pero eso no impide que baile en cuatro pies.
¡Conocer y escribir sobre la vida y la gente rara de las Repúblicas del norte de SudAmérica! Digan, francamente, ¿no es una papa y una lotería?
Dos trajes, nada más
Ustedes me dirán qué programa tengo. No tengo ningún programa, no llevo ninguna guía. Lo único que llevo en mi valija son dos trajes. Un traje para tratar con personas decentes y otro hecho pedazos, con un par de alpargatas y una gorra desencuadernada.
Pienso mezclarme y convivir con la gente del bajo fondo que infesta los pueblos de ultramar. Conocer los rincones más sombríos y más desesperados de las ciudades que duermen bajo el sol del trópico. Pienso hablarles a ustedes de la vida en las playas cariocas; de las muchachas que hablan un español estupendo y un portugués musical. De los negros que tienen sus barrios especiales, de los argentinos fantásticos que andan huidos por el Brasil; de los revolucionarios de incógnito. ¡Qué multitud de temas para notas en ese viaje maravilloso que me hace escribir en la Underwood de tal manera que hasta la mesa tiembla bajo la trepidación de las teclas!
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