Grandes enigmas
de la historia
Grandes enigmas
de la historia
T OMÉ M ARTÍNEZ R ODRÍGUEZ
Colección: Historia Incógnita
www.historiaincognita.com
Título: Grandes enigmas de la historia
Autor: © Tomé Martínez Rodríguez
Copyright de la presente edición: © 2016 Ediciones Nowtilus, S.L.
Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madrid
www.nowtilus.com
Elaboración de textos: Santos Rodríguez
Diseño y realización de cubierta: Onoff Imagen y comunicación
Imagen de portada: Fotomontaje realizado a partir de imágenes de las líneas de Nazca, el mapa de Piri Reis y las pirámides de Egipto y la Esfinge.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).
ISBN edición digital: 978-84-9967-804-7
Fecha de edición: Septiembre 2016
Depósito legal: M-27887-2016
«Aos meus pais, aos meus avós
e aos meus longuínquos antepassados»
Hay momentos en la vida
en los que la cuestión de saber
si se puede pensar distinto
de como se piensa y
percibir distinto
de como se ve es indispensable
para seguir contemplando
o reflexionando.
Michel Foucault, 1984
Introducción
Estamos asistiendo a un momento excepcional. Tras décadas de estudio, muchos paradigmas del pasado comienzan a desmoronarse ante nuestros ojos. Esta revolución en el conocimiento humano comenzó a finales de los sesenta cuando las técnicas de radiocarbono vinieron a recalibrar las fechas de algunos de los vestigios arqueológicos más misteriosos. Desde entonces, nuevas generaciones de arqueólogos, paleontólogos e historiadores, armados con esta y otras novedosas técnicas han llevado a cabo audaces investigaciones de campo y sus conclusiones no dejan a nadie indiferente.
Lo que habíamos aprendido, sobre el pasado de la humanidad, en las escuelas o universidades no ha resistido el nuevo veredicto de la ciencia y sus cimientos han colapsado estrepitosamente. Sobre las ruinas de esta ilusión, largamente consensuada por la comunidad científica, hemos empezado a reconstruir el nuevo paradigma de nuestra larga historia como especie.
Por primera vez, nos parece escuchar el bullicioso y distante rumor de culturas y civilizaciones extinguidas, algunas de las cuales insinúan su presencia remota en el ignoto horizonte de las tradiciones, mitos y leyendas de la antigüedad.
Estos documentos del pasado han dejado de ser considerados como meras expresiones culturales para ser valorados por un «contenido» que, en ocasiones, describe hechos absolutamente reales o esconde valiosa información para el investigador. En las páginas de este libro veremos con otros ojos los Manuscritos del mar Muerto, o el Libro de Enoc, pero también la Biblia, el Popol Vuh o las tradiciones orales de los aborígenes sudafricanos.
Ahora sabemos que las primeras ciudades fueron construidas en el Neolítico inicial, hace la friolera de ocho mil años. Así lo testimonian los restos desenterrados de sesenta grandes viviendas de dos plantas, construidas con tejados a dos aguas, encontrados muy cerca de la ciudad búlgara de Mursalevo. Se trata de un descubrimiento arqueológico que abre la puerta a nuevas interpretaciones, antaño consideradas fantasiosas, y que demuestra que las raíces de la civilización pueden encontrarse más atrás en el tiempo de lo estimado hasta ahora. El santuario turco de Göbekli Tepe, erigido por cazadores-recolectores hace 11.500 años, en el décimo milenio antes de Cristo viene a apoyar, junto a otros yacimientos, esta idea.
Por otro lado, han entrado en escena una serie de elementos perturbadores, cuya constatación ha desestabilizado otras muchas ideas consideradas, hasta ahora, fundamentales. Los investigadores han demostrado que, en muchos casos, las culturas antiguas poseían conocimientos avanzados en astronomía, matemáticas o ingeniería. También han salido a la luz nuevos yacimientos arqueológicos que presumiblemente no deberían estar ahí o se han encontrado ciertas anomalías que abren la puerta a interpretaciones del pasado sorprendentes y que abogan, por ejemplo, a favor de un difusionismo puntual en tiempos precolombinos, o que consideran factible que el génesis de civilizaciones tan relevantes como la sumeria o la egipcia podría guardar relación con la cultura megalítica de Grooved Ware ; también, gracias a los geólogos, se ha demostrado que los mitos de grandes diluvios universales se basan en hechos catastróficos reales, acontecimientos que, como veremos, han influido más allá del mito en numerosas culturas del planeta.
El friso paleolítico de la Sala de los Toros de Lascaux, en Francia, y su vinculación con la astronomía y los estudios antropológicos de la cueva de Altamira en España son la expresión cultural de una humanidad con una dimensión social y mental muy alejada de los criterios admitidos por las sociedades actuales.
Algunas de estas investigaciones nos conducen por un sendero que puede resultar chocante e inverosímil para la mentalidad del siglo XXI , no exenta de ciertos prejuicios culturales sobre la capacidad de nuestros antepasados más remotos. Son unas ideas preconcebidas marcadas a fuego en nuestras mentes las que han entorpecido algunas investigaciones prometedoras.
Por ejemplo, ahora comenzamos a considerar seriamente que la escritura pudo haber tenido su tímido debut en la Europa prehistórica o que muchas de las obras de ingeniería de la antigüedad se erigieron con la ayuda de una perspicaz tecnología que a nuestros ojos parece inverosímil. A pesar de ello, tendemos a subestimar de una manera irracional a nuestros ancestros, y mucho más cuanto más atrás en el tiempo nos remontamos. Un ejemplo lo tenemos en las teorías de alienígenas que tratan de demostrar, sin ningún fundamento científico, la injerencia de seres de otros mundos en los asuntos humanos, hasta el punto de considerar a los extraterrestres como los verdaderos autores de las grandes maravillas arquitectónicas del mundo antiguo. Naturalmente, esto es falso, pero no deja de resultar curioso que millones de personas de todo el mundo crean en ello, lo que demuestra no sólo nuestra torpeza e ingenuidad sino además nuestra presunción al considerar a nuestros viejos y distantes familiares de especie como auténticos zopencos; algo que, como veremos, no es verdad.
También bucearemos en las raíces de nuestra especie. Del mismo modo que podemos hablar de una nueva arqueología asentada, en parte, en la denominada «revolución del radiocarbono» podemos hablar también de una nueva paleoantropología sustentada en las aportaciones hechas por la denominada «revolución genética».
El conocimiento del genoma nos permite entender mejor la evolución; es más, gracias a la información genética podemos encajar en el rompecabezas evolutivo una determinada «especie de transición», aunque los expertos también echan mano de otras técnicas que colaboran eficazmente con este propósito, como los estudios sobre la evolución del medio y la cuantificación de berilio, un isótopo que se forma en la atmósfera, altamente inestable y por lo tanto cuantificable; técnicas que, en conjunto, resultan muy útiles, en especial cuando nos enfrentamos a los nuevos hallazgos.
Un fabuloso descubrimiento arqueológico llevado a cabo en la costa oeste del lago Turkana, en Kenia, ha desvelado que hace más de tres millones de años –antes de la aparición oficial de los humanos– ya se fabricaban herramientas de piedra. Una tecnología compartida entre los prehumanos y los humanos.
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