Civilizaciones perdidas
Las huellas secretas del pasado remoto
Civilizaciones perdidas
Las huellas secretas del pasado remoto
Tomé Martínez Rodríguez
Colección: Historia Incógnita
www.historiaincognita.com
Título: Civilizaciones perdidas
Autor: © Tomé Martínez Rodríguez
Copyright de la presente edición: © 2014 Ediciones Nowtilus, S.L.
Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madrid
www.nowtilus.com
Elaboración de textos: Santos Rodríguez
Revisión y adaptación literaria: Teresa Escarpenter
Responsable editorial: Isabel López-Ayllón Martínez
Maquetación: Patricia T. Sánchez Cid
Diseño y realización de cubierta: Onoff Imagen y comunicación
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).
ISBN edición digital: 978-84-9967-586-2
Fecha de edición: Abril 2014
Depósito legal: M-6866-2014
A Joel, Roi y Carmen
Introducción
Durante un instante cósmico, nuestro mundo fue un cuerpo celeste inerte y silencioso hasta que hace millones de años una serie de milagrosos condicionantes favorecieron la explosión de la vida y su perpetua evolución hacia la conciencia humana; sin duda, uno de los acontecimientos más enigmáticos que definen nuestra presencia sobre la faz de la Tierra.
El ser humano ha recorrido un largo camino desde su génesis hasta la fundación de las primeras civilizaciones. Gracias a la paciente labor de los científicos que rastrean las pistas del pasado hemos reconstruido, con sumo esfuerzo, el complejo mundo de los tiempos de nuestros ancestros. Durante decenios hemos considerado que esa visión era la correcta; sin embargo, los últimos treinta años de investigación se han encargado de demostrar todo lo contrario.
Los descubrimientos sobre nuestro pasado se suceden vertiginosamente en gran medida gracias a las nuevas técnicas y los medios que nos proporciona la tecnología del siglo XXI . Así pues, el progreso tecnológico ha mejorado notablemente las técnicas de datación mediante el carbono y otros procedimientos, por lo que ahora sabemos –por ejemplo– que las estructuras megalíticas europeas son mucho más antiguas que las ciudades sumerias o egipcias.
Hasta hace relativamente pocas décadas los libros de texto escolares contemplaban dicha cultura como un avance que tenía su origen en la influencia de Asia, Oriente Medio y Próximo. En resumidas cuentas, se consideraba que el continente europeo poseía una cultura muy posterior con respecto a la de estas zonas de influencia.
Con la aparición –en los años cincuenta– de las nuevas técnicas de datación todo acabaría cambiando ofreciéndonos un panorama muy distinto. De repente nos enteramos de que los megalitos de Occidente se comenzaron a construir a partir del 4500 a. C. y que lejos de ser una mera manifestación religiosa su construcción respondió a criterios científicos inconcebibles para la mentalidad moderna que considera asombroso que, en tiempos prehistóricos –y por lo tanto mucho antes de lo que presuponíamos–, el hombre fuese capaz de expresar de una forma tan original y sublime un conocimiento tan complejo.
A la luz de las nuevas revelaciones este devenir de acontecimientos científicos pasa, sin embargo, desapercibido para el gran público. Algunos de estos hallazgos aportan una visión diferente a la que cabría esperar y muchos de los nuevos datos apenas pueden ser debidamente asimilados, procesados y contrastados en un plazo razonable, por parte de los científicos involucrados en su estudio. A consecuencia de ello los propios especialistas se ven, muchas veces, en la difícil y titánica tarea de reinterpretar el complejo paradigma académico que hasta no hace mucho era universalmente aceptado como referente inequívoco en cualquier análisis serio sobre el pasado remoto de la humanidad.
Así las cosas, lo más lógico es que el modelo actual sobre el pasado cambie conforme avanza nuestro conocimiento objetivo de la historia. La maquinaria científica al servicio de la arqueología, la paleontología: en definitiva, de la historia, no se detiene; avanza sin tener en cuenta dogmas o «verdades absolutas», por lo que resistirse a estos cambios resulta a la larga fútil. Afortunadamente, al contrario que sus predecesores de hace unas décadas, las nuevas generaciones de científicos se muestran cada vez más abiertos a estos cambios profundos e incluso a aceptar ciertas anomalías, antaño repudiadas de antemano. Es el caso de los Oopart ( Out of Place Artifact ) u Objetos Fuera de su Tiempo .
Tengo que advertir, sin embargo, que algunos de estos artefactos «fuera de su tiempo» probablemente sean falsos; de hecho, algunos de ellos como las populares Piedras de Ica o las figuras de Acámbaro son –en parte– fraudes manifiestos, razón por la que debemos actuar con extremada cautela; pero, por otro lado, existen otros testimonios que han resultado ser auténticos y otros que tienen grandes posibilidades de serlo si la ciencia corrobora su legitimidad.
Lo que sí resulta irrefutable es que aquellos artefactos y documentos que han resultado ser auténticos (como el sello mesopotámico VA 243, el conocimiento de la precesión equinoccial por parte de las culturas antiguas, la pila de Bagdad o el mecanismo de Antikythera) desacreditan, con su sola existencia, la creencia de que el conocimiento científico que se solapa en la cultura megalítica o en los ooparts –por poner dos ejemplos significativos– surge «repentinamente» sin dejar un rastro evolutivo previo que explique el alto grado técnico y cultural de sus autores.
Cabe aclarar también que no todas las perspectivas de los viejos libros de texto han resultado ser erróneas o imprecisas; también encontramos muchas conclusiones insertadas en el paradigma oficial clásico que podemos elevar a definitivas. Así, por ejemplo, en sus aspectos más generales tenemos una instantánea bastante fidedigna de la evolución de la vida en nuestro planeta hasta llegar a nosotros como especie.
Ahora sabemos que hace unos cuatro mil seiscientos millones de años se formó el sistema solar; que unos tres mil quinientos millones de años atrás hacen su aparición las bacterias evolucionando en diferentes formas, lo que abrirá la puerta, hace unos mil cuatrocientos millones de años, a formas de vida más complejas; en concreto las células eucariotas cuya importancia estriba en el hecho de que de ellas estamos construidos los seres humanos y el resto de criaturas más complejas que pululan por tierra, mar y aire.
Con el paso del tiempo, hará unos ochocientos millones de años, aquellas formas de vida unicelular se hicieron pluricelulares y se especializaron desempeñando funciones distintas. Gracias a esta espectacular mutación hace unos seiscientos millones de años surgen las primeras criaturas con partes duras persistiendo después de su muerte en forma de fósiles. A partir de entonces la naturaleza desplegará todo su potencial creativo moldeando –a lo largo de millones de años– una ingente cantidad de formas de vida que nos conducirá hasta nuestra propia especie muchísimo tiempo después. Pero ¿dónde comenzó la vida humana? ¿De dónde partió nuestro linaje? ¿Cuál es nuestro ancestro más directo? ¿Cuándo surge realmente el hombre moderno? En los últimos tiempos la paleoantropología nos ha brindado nuevas respuestas a estas grandes cuestiones dimensionando, aún más si cabe, el gran enigma de nuestra existencia sobre este planeta.
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