Introducción. Cosas maravillosas..., pero no solo eso
Algún motivo habrá para que en la Universidad de Melbourne, en Australia, el número de inscritos en los cursos de Arqueología haya aumentado notablemente tras la exhibición de las primeras películas de la serie de Indiana Jones.
Algún motivo habrá para que la arqueología ocupe siempre un lugar de honor en la publicidad. ¿Un ejemplo? Una conocida cadena de supermercados lanza una campaña promocional sobre «Los orígenes del gusto», y la imagen a toda página muestra una estatua etrusca, la del magnífico Hermes del templo de Portonaccio con un cesto de mimbre sobre la cabeza, lleno de aceite, cereales, quesos, salamis... ¡los famosos salamis etruscos! ¿Otro?: una empresa de Cerdeña que produce patatas fritas ha escogido como logo una estatuilla de la cultura nurágica.
Y habrá sin duda algún motivo para que desde los años veinte del siglo pasado se sigan filmando películas sobre el tema de La momia, con todas las posibles variaciones, incluida una –La tumba del emperador dragón– en la que aparecen incluso los soldados del ejército de terracota chino.
Efectivamente, hay un motivo, uno solo y siempre el mismo: la fascinación por la arqueología y la figura del arqueólogo.
Sin embargo, el de la fascinación, dada su vinculación con las emociones, es un terreno peligroso, un fenómeno visceral que no deja espacio a las explicaciones y que a menudo se basa en estereotipos, equívocos y tergiversaciones. Por eso, si queremos evitar ambigüedades, es preciso que la arqueología sea bien expuesta, a fin de que el gran público pueda apreciar que la indudable, la enorme fascinación de la arqueología se apoya en los solidísimos fundamentos de un duro trabajo que tiene lugar en bibliotecas, laboratorios y el campo. De acuerdo en que también están los grandes descubrimientos –como los de Lucy y Tutankamón–, pero cuidado, porque incluso detrás de esos grandes logros se ocultan muchos años de preparación, de búsqueda y de enriquecimiento progresivo del pensamiento arqueológico. En resumen, lo que intento decir es que el atractivo de la arqueología es, al fin y al cabo, el atractivo de la investigación, con el agregado de ciertos elementos que la caracterizan de modo muy particular, como las tumbas, los tesoros y las ciudades desaparecidas.
Así las cosas, no hay más que una pregunta: ¿en qué medida, hasta ahora, hemos sabido los arqueólogos contar todo esto de una manera sencilla, seria (pero no aburrida) y al mismo tiempo apasionante? Si pienso en los países anglófonos, puedo decir que las cosas van bastante bien, gracias a divulgadores de gran calidad como Brian Fagan o Paul Bahn. Pero entre nosotros, en Italia, esto es casi inexistente, y por diversas razones. La primera es una gran desconfianza del medio académico, que tiende a descalificar la divulgación como producto de segundo orden. Me viene a la mente el trabajo de Giorgio Manzi, excelente paleoantropólogo que lleva ya un tiempo exponiendo de un modo fascinante los orígenes del hombre, y poco más. En este terreno, el de una divulgación seria e inteligente, la arqueología está todavía un paso atrás en comparación con otras muchas ramas del saber, y me refiero tanto al saber humanístico como al vinculado a las ciencias duras.
Localización de los diez descubrimientos a los que hace referencia este libro.
Estos son los criterios que me han llevado a proponer a Radio3 el proyecto que se convertiría en el programa Dalla terra alla storia, cuya transmisión tuvo lugar entre junio y agosto de 2017. De ese programa surgió este libro. La idea era contar la arqueología valiéndonos de diez excavaciones, diez grandes descubrimientos. Es un viaje por el tiempo, porque los descubrimientos que he escogido van de la Prehistoria a la Edad Media, y un viaje por el espacio, porque esos episodios se distribuyen en tres continentes: Europa, Asia y África.
¿Cómo he elegido estas diez excavaciones? No tengo problema en reconocer que se trata de una selección completamente arbitraria, lo que, por lo demás, considero normal. Básicamente, he orientado la búsqueda en función de mi interés en determinadas cuestiones que me parecía importante poner de relieve.
Ante todo, los temas: los orígenes del hombre (y, por tanto, Lucy y Ötzi, nuestros antepasados, para emplear una feliz expresión de Italo Calvino); en segundo lugar, la arqueología funeraria, que siempre fue uno de los sectores de mayor atractivo de este trabajo (Tutankamón, el ejército de terracota de Xi’an, la tumba de Childerico, el cementerio de Sutton Hoo); y por último, el de la arqueología de ciudades y civilizaciones desaparecidas (Ebla, Troya, Medina Azahara).
Además, en la medida de lo posible, he tratado de reconstruir las personalidades, las elecciones y el modo de razonar y de proceder de los hombres que estuvieron detrás de los descubrimientos, de la audacia de Heinrich Schliemann a las intuiciones de Paolo Matthiae, de la tenacidad de Howard Carter y Donad C. Johanson a la capacidad de Andrea Carandini y Daniele Manacorda para introducir nuevas visiones, nuevos modos de hacer arqueología...
Por último, he intentado usar estas diez grandes excavaciones para ilustrar la evolución del pensamiento arqueológico en el curso del tiempo. En efecto, no siempre se pensó ni se practicó la arqueología de la misma manera, pues con la sucesión de distintas generaciones de estudiosos, los modos de investigar, las técnicas de excavación e incluso las preguntas que realizar al terreno fueron cambiando. Así, de las famosas palabras que pronunció Howard Carter para describir lo que vio al entrar en la tumba de Tutankamón –«Cosas maravillosas»–, hemos pasado a otra idea de la arqueología, a una conciencia cada vez mayor del hecho de que el arqueólogo no es un cazador de tesoros, sino un historiador que interroga a los objetos –incluso a los más sencillos, como un simple fragmento de cerámica– con el fin de reconstruir el pasado. A este respecto, es ejemplar el episodio de la excavación de Sutton Hoo, en Inglaterra. Aquí, entre los años treinta y ochenta del siglo pasado, se llevaron a cabo tres diferentes campañas de investigación. La primera sacó a la luz una tumba rica y elaborada, tal vez el sepulcro de un rey; la segunda sirvió para comprender mejor cómo se había construido ese sepulcro, y la tercera dio la palabra a todo el entorno de una manera desconocida hasta entonces, con lo que se demostró que se trataba de un cementerio medieval con una larga historia de significados complejos.
En resumen, la selección de los diez grandes descubrimientos realizada para este libro es drástica, sin duda, pero no infundada. Soy absolutamente consciente de que se podrían exponer otros diez no menos interesantes que estos (lo que no excluyo hacer en el futuro). Pero lo verdaderamente extraordinario es que quizá haya muchas otras historias –quién sabe cuántas– todavía ocultas en el subsuelo. Y esto aumenta incluso la fascinación de la arqueología, pues hace de ella un relato interminable.
. Carter (2005), p. 571.