Elizabeth Mirabal
Carlos Velazco
Tiempo de escuchar
Edición: Lina González Madlum
Diseño: Sergio Rodríguez Caballero
Foto de cubierta: Raúl Martínez,
cortesía de Abelardo Estorino
Composición: Darinés Entenza Figueras
© Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco, 2011
© Sobre la presente edición:
Editorial Oriente, 2011
ISBN 978-959-11-0748-0
INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO
EDITORIAL ORIENTE
E-mail:
Versión corregida por Probono, 04.2015
A Miriam Rodríguez Betancourt, por su honestidad intelectual.
A la memoria de Guillermo Cabrera Álvarez.
Un buen reto para la imaginación
Confieso que hacía tiempo no disfrutaba tanto con la lectura de un libro de entrevistas como este que con sumo esmero han preparado sus autores, Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco, dos jóvenes periodistas egresados en fecha aún reciente de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, pero con un desempeño en la profesión realmente admirable. Ambos fueron mis alumnos cuando cursaban el tercer año de la carrera, eso me ha permitido ser testigo de su continuo desarrollo, alcanzado tanto a tenor de su talento como por la laboriosidad demostrada desde sus años de estudiantes, esfuerzo cuyos signos han sido siempre la firme voluntad para vencer los obstáculos, el rigor en todo cuanto han escrito y una sencillez y humanismo ejemplares. Tales virtudes las han expresado en el campo del periodismo y también en el terreno de la investigación literaria y cultural, otra de sus grandes pasiones. Como es lógico, una parte sustancial de sus trabajos han merecido, en no pocas ocasiones, el reconocimiento de los jurados en diversos concursos nacionales.
Este currículo explica por qué se han ganado el aprecio de muchas figuras centrales de las letras, las artes y la cultura cubanas, y aun de la América Latina, un buen número de las cuales participan de forma directa o por medio de la memoria y las voces de otros en las veintiuna entrevistas reunidas en el libro, muestra de un número aún mayor de las realizadas en los últimos años, y publicadas, no pocas de ellas, en importantes revistas y periódicos del país, en formato de papel y electrónico.
Veintiuna entrevistas es una cifra envidiable si tomamos en cuenta la juventud de ambos periodistas, mucho más si entre los que hablan se encuentran nombres tan ilustres de la cultura nacional y latinoamericana del siglo xx como Graziella Pogolotti, monseñor Carlos Manuel de Céspedes Garcia-Menocal, César López, Antón Arrufat, Abelardo Estorino, Luis Marré, Abel Prieto, Senel Paz, Leonardo Padura, Aida Bahr, Daniel Chavarría y David Viñas, entre otros. Sin lugar a duda la relevancia intelectual y humana de las personalidades mencionadas, su riqueza de criterios, vastos conocimientos, experiencia vital y dinamismo discursivo, contribuyeron de modo substancial al goce que sentí cuando literalmente “devoré” las páginas de un libro que nos permite ingresar, a través de múltiples caminos y aristas, a temas medulares de la cultura insular, continental y hemisférica.
Y algo más, son tan lúcidas las exposiciones, y a ratos tan sugestivas, que a veces a uno le parece estar leyendo una estupenda novela polifónica en lugar de un repertorio de entrevistas.
No todo se debe, claro está, a estos célebres intelectuales; en honor a la verdad, también los autores contribuyeron sobremanera a los aciertos del libro. Así, si no hubiesen diseñado una minuciosa “dramaturgia” y realizado una meticulosa preparación técnica y anímica, los intercambios no habrían sido tan productivos ni amenos como logran serlos. Elizabeth y Carlos fueron rigurosos al proyectar las entrevistas; lo notamos cuando las leemos con mayor detenimiento. Las preguntas no se distraen con rodeos baladíes, están formuladas con precisión y a la vez son incitantes (p. ej., le preguntan a Arrufat: “¿Por qué ha dicho que la formación de un escritor cubano no suele ser muy cubana?”). Tras esas interrogaciones se observa un acomodo puntual de las mismas a cada uno de los interlocutores y un estudio previo, incluso penetrante, de los mismos. Además, la trama prevista facilita desde el inicio la presencia de un ambiente agradable, natural.
Imagino que siguieron de cerca algunas claves indispensables para lograr una buena entrevista. En primer lugar, no olvidaron ni un solo instante quiénes eran los protagonistas de estas gratas aventuras del diálogo y el saber. Supieron respetarlos en todos los sentidos, escuchando con atención creadora sus informaciones, juicios, silencios y matices, lo que no les impidió intervenir en momentos oportunos, cuando era útil hacer una acotación, o añadir el giro travieso y desenfadado para salir de la tensión sostenida, evitando de esa forma desvanecer, aunque fuese fugazmente, la gracia propia de las entrevistas, detalle nada desdeñable pues ayuda a fortalecer la curiosidad de los lectores y a catalizar el cumplimiento de su encargo. En ocasiones, la complicidad es tan cordial, que el mismo interlocutor establece la distensión. Basta con “escuchar” atentamente las inflexiones frásticas o las variaciones semánticas de los hablantes para confirmarlo. No deseo extenderme en torno a una materia periodística que otros podrían referir mejor que yo; si he aludido a aspectos técnicos de la obra cuya ejecución resulta valiosa, ha sido solo para reafirmar con hechos específicos por qué hablo con entusiasmo de ella. Verán los lectores que estamos ante un manejo enriquecedor de la entrevista, lo cual no es poco decir en tiempos de flagrantes desmedros del género. En Cuba tenemos periodistas que son maestros en este arte de entrevistar, pero de escasa presencia en las revistas, periódicos, medios audiovisuales y electrónicos. Sin embargo, cuando publican alguna, participamos de una verdadera fiesta, aun cuando esta corresponda al más árido ámbito del saber. Bien distinto es, en cambio, lo que leo o escucho a menudo: entrevistas que me producen a veces (no siempre, lo aclaro) los efectos de un cuento del absurdo, ¿las causas?: preguntas pueriles; escaso conocimiento del tema a tratar, razón por la cual dos minutos después de iniciado el diálogo el entrevistador ya no sabe qué hacer; datos innecesarios sobre el entrevistado, proliferación de muletillas en el periodista, preguntas que dicen las respuestas; descuidos lingüísticos reproducidos por el interlocutor y luego por los receptores; y, para no hacer tan prolija la lista de calamidades, cosas tan descabelladas como inquirir sobre algún asunto y el entrevistado hablar de otra cuestión sin que el periodista se preocupe lo más mínimo por corregir el camino, sencillamente le acepta la respuesta y encima de eso le da las más sinceras felicitaciones.
Nada de esos desatinos veremos en este libro. A través de él se asistirá a otra clase de comunicación, a un acto real de cultura y buen decir. Sus diálogos se distinguen por su fineza y sencillez, en oportunidades son íntimos, mas siempre aportan sabiduría, invitan de continuo a ampliar los horizontes culturales y a participar de manera activa en relación con lo que ellos plantean. Las exposiciones tratan sobre la vida de quienes hablan, de la familia, la cultura, la historia, la religión, la literatura, el cine, la crítica, la creación, el teatro, el idioma, la pintura, los problemas de género y muchos otros contenidos de interés para los devotos de las conversaciones ventajosas, especialmente para quienes seguimos de cerca los avatares de las artes, las letras y la cultura.
Hablamos de veintiuna entrevistas, mas los números son aquí relativos; en realidad estas se multiplican en correspondencia con las estrategias empleadas por los autores; técnicamente la cantidad se torna virtual, algo asi como una especie de Rayuela sin tablero de dirección, cuyo potencial lúdicro debe descubrir el lector para después, cuando lo conoce, disfrutar el texto en grado superior. Sobre todo porque el juego se arma también mediante profusas conexiones intertextuales, que van desde las reminiscencias hasta las citas más libres. No es fantasía numérica, las entrevistas pueden ir de más a menos y de menos a más. La cifra, según se vea, deviene inferior a lo contabilizado, digamos quince, diecisiete o dieciocho entrevistas; o quizás lo contrario, veintiséis, veintisiete, un verdadero poliedro periodístico, literario y dialógico en la medida en que los entrevistados son mediadores de otros seres que ya no están en nuestro reino.
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