Robin Wall Kimmerer. Licenciada en Botánica, escritora y docente distinguida en el SUNY College of Environmental Science and Forestry en Nueva York. Es directora y fundadora del Centro para los Pueblos Nativos y el Medio Ambiente, cuya misión es crear programas que combinen el conocimiento indígena y el científico para los objetivos compartidos de sostenibilidad. En colaboración con socios tribales, tiene un programa de investigación activo en ecología y restauración de plantas de importancia cultural para los nativos.
Título original: Braiding Sweetgrass (2015)
© Del libro: Robin Wall Kimmerer
© De la traducción: David Muñoz Mateos
Edición en ebook: febrero de 2021
© Capitán Swing Libros, S. L.
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ISBN: 978-84-123241-1-2
Diseño de colección: Filo Estudio - www.filoestudio.com
Corrección ortotipográfica: Victoria Parra Ortiz
Composición digital: leerendigital.com
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Una trenza de hierba sagrada
Como botánica, Kimmerer formula preguntas sobre la naturaleza con las herramientas de la ciencia. Como miembro de la Citizen Potawatomi Nation, comparte la idea de que las plantas y los animales son nuestros maestros más antiguos. Basándose en su vida como científica, indígena, madre y mujer, nos muestra cómo otros seres vivos nos ofrecen regalos e importantes lecciones. En una rica trenza de reflexiones que van desde la creación de Isla Tortuga hasta las fuerzas que amenazan su florecimiento, despliega su idea central: el despertar de una conciencia ecológica requiere el reconocimiento y celebración de nuestra relación recíproca con el resto del mundo viviente.
Índice
Prólogo
E xtiende las manos. Te entrego aquí unas briznas de hierba sagrada recién cortada, unas hebras sueltas como cabellos recién lavados. Es apenas un manojo. Observa la punta verde con reflejos dorados y lustrosos y las franjas moradas y blancas en la base, a ras de tierra. Acércatelas a la nariz. ¿Notas la fragancia a vainilla y miel sobre el aroma a agua de río y tierra oscura? Ahí está la explicación de su nombre científico: Hierochloe odorata , la hierba sagrada olorosa. En nuestro idioma se la conoce por wiingaashk , el cabello de dulce aroma de la Madre Tierra. No serás el primero que, al olerla, recuerde aquello que ignoraba haber olvidado.
Para hacer una trenza de hierba sagrada solo hay que atar uno de los extremos del manojo y separar el resto en tres partes. Si quieres que el trenzado quede terso y firme —que esté a la altura del don recibido—, hay que imprimirle cierta tensión. Debes tirar un poco, como sabe cualquier niña con las trenzas prietas. Puedes hacerlo por tu cuenta, atando un extremo a una silla o mordiéndolo con los dientes y trenzando en sentido contrario, distanciándote con cada movimiento, pero lo ideal es que una persona agarre el otro extremo y que ambos hagáis fuerza en direcciones opuestas, inclinados sobre la hierba, frente a frente, mientras habláis y reís y contempláis el trabajo de las manos del compañero. Uno agarra fuerte y el otro va pasando uno de los tres mechones de hierba por encima del anterior. A través de la hierba sagrada se genera una forma de reciprocidad. El que sujeta importa tanto como el que teje. La trenza cada vez es más fina, hasta que no quedan más que tres briznas de hierba, dos, una, y entonces haces un nudo.
¿Sujetarías el extremo del manojo? La hierba sagrada conecta nuestras manos. ¿Podemos colaborar para hacer una trenza en honor a la tierra? Después seré yo la que sujete y tú trenzarás.
Podría regalarte una trenza de hierba sagrada tan fuerte y brillante como la que caía sobre la espalda de mi abuela. Lo que sucede es que, en realidad, no me pertenece y tú tampoco puedes aceptarla. La wiingaashk solo se pertenece a sí misma. En su lugar, lo que te ofrezco aquí es un trenzado de historias que buscan restablecer la salud de nuestra relación con el mundo. Está tejido con tres ramales: los saberes indígenas, el conocimiento científico y la vida de una investigadora anishinabekwe que intenta conjugar ambos y ponerlos al servicio de lo que más importa. Se trata de imbricar la ciencia, el espíritu y los relatos: viejos relatos y nuevos relatos que puedan ser remedios para nuestra relación con la tierra, rota; una farmacopea de historias sanadoras que nos permitan imaginar una relación diferente donde la gente y la tierra se cuiden y sanen su dolor mutuamente.
Dado que no se trata de una especie extendida en ámbitos geográficos castellanoparlantes, no existe un nombre común generalizado para Hierochloe odorata . Algunos de los que se utilizan son hierba de búfalo , hierba bisonte , hierba dulce , hierba santa , hierba sagrada . Hemos optado por este último en referencia a su condición entre los pueblos nativos americanos y a la etimología griega de su nombre científico. (N. del T.).
La caída de
Mujer Celeste
E n invierno, cuando la verde tierra descansa bajo un manto de nieve, llega el momento de las historias. Los narradores han de invocar, antes de dar comienzo a su historia, a aquellos que vinieron antes que nosotros y nos las transmitieron. No somos más que mensajeros.
En el origen existía el Mundo del Cielo.
Cayó como cae una semilla de arce, dibujando una pirueta en la brisa otoñal. De una abertura en el Mundo del Cielo surgió un haz de luz, que le indicó el camino allí donde antes solo había oscuridad. Tardó mucho tiempo en caer. Traía un paquete en el puño cerrado.
Mientras se precipitaba, no veía más que una oscura extensión de agua. Un vacío en el que, sin embargo, había muchos ojos, fijos en el chorro inesperado de luz. Vieron algo muy pequeño, una mota de polvo en el rayo. Según se acercaba, observaron que era una mujer, con los brazos estirados y una larga melena oscura extendién dose a su espalda, que se dirigía hacia ellos dibujando una espiral.
Los gansos se miraron y se hicieron una señal y levantaron el vuelo en una algarada de música ansarina. La mujer sintió el batir de alas que trataba de amortiguar su caída. Lejos del único hogar que había conocido, aguantó la respiración y se dejó envolver por las plumas suaves y cálidas que acompañaban su caída. Y así comenzó.
Los gansos no podían aguantar a la mujer sobre el agua mucho tiempo, por lo que convocaron una reunión para decidir qué habría de hacerse. Ella, sobre las alas de los gansos, vio cómo se acercaban todos: colimbos, nutrias, cisnes, castores, toda clase de peces. En el centro se colocó una inmensa tortuga y le ofreció el caparazón para que descansara. Agradecida, pasó de las alas de los gansos a la superficie abovedada de su espalda. Todos los animales presentes comprendieron que la mujer necesitaba tierra para crear su hogar y debatieron la manera de ayudarla. Los grandes buceadores habían oído hablar del cieno en el fondo del agua y decidieron ir a buscar un poco.
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