© Fondation Horst Tappe / Ullstein / Photoaisa
Czesław Miłosz nació en Szetejnie (Lituania) y murió en Cracovia en 2004. Ensayista, narrador, traductor y, ante todo, poeta, es una de las figuras más relevantes de la literatura contemporánea. Los acontecimientos históricos del siglo XX le obligaron a un exilio continuo, primero dentro de Polonia durante la Segunda Guerra Mundial y, después de ésta, en Francia y en Estados Unidos, donde se estableció en Berkeley a principios de los años sesenta. No regresó a Polonia hasta 1993. Durante todo su periplo no abandonó nunca la lengua polaca, que se convirtió en su único refugio.
En 1951 rompió cualquier lazo con el régimen comunista que se había impuesto en Polonia, pidió asilo político en París. Los años siguientes, hasta la aparición de La mente cautiva (y, en algunos casos, incluso más tarde), fue repudiado por todos los sectores, la emigración polaca, los autores polacos dentro de Polonia, los grupos comunistas en París, y no pudo reunirse con su familia en Estados Unidos hasta el año 1960. En esa década publicó aún dos libros de ensayos, entre ellos Mi Europa, y dos libros de poemas que lo situaban entre los autores polacos más importantes de su generación. No obstante, esa información ya no podía circular en Polonia, puesto que sus libros fueron prohibidos en Polonia, como también la sola mención de su nombre. Prohibición que duró hasta el año 1980, cuando recibe el Premio Nobel de Literatura. Un par de años antes, en 1978, había recibido el Premio Neustadt.
Desde el año 1960 vivió en San Francisco, donde enseñó literatura en la Universidad de Berkeley, publicó sus libros en el Instituto Kultura de París, y contribuyó enormemente a popularizar la poesía polaca en Estados Unidos. En 1982 imparte las famosas conferencias de Harvard, que después recoge en un libro de ensayos. Desde 1993 empieza a pasar temporadas en Cracovia, la ciudad que más le recordaba a su Vilna natal, hasta que se establece definitivamente. Allí muere en el año 2004. Galaxia Gutenberg ha publicado en 2011 su antología poética Tierra inalcanzable y en 2016 el ensayo La mente cautiva.
«...decidí escribir un libro sobre un europeo oriental que nació más o menos cuando las multitudes de París y de Londres vitoreaban a los primeros aviadores; sobre un hombre que mucho menos que nadie puede caber en los conceptos estereotipados del orden alemán y de la alme slave rusa.» Así habla de su propio libro, de Mi Europa, Czesław Miłosz. Después del impacto que causó con La mente cautiva, vuelve en este nuevo libro a adentrarse en el mundo que también alimenta su poesía, su territorio natal, los bosques de Lituania, su infancia viajera a causa de los destinos de su padre, el deslumbramiento y la importancia de Vilna, su formación, la influencia del catolicismo, de las ideologías, el auge del comunismo y del fascismo, la multiculturalidad de todo su mundo en esa porción de Europa antes de ese mismo concepto, viajes a la Europa occidental y a Rusia, todo un mundo que ya ha desaparecido y que el gran poeta polaco evoca con un lenguaje lírico desprovisto de cualquier añoranza fácil y de cualquier cliché que contribuya a encasillar con excesiva ligereza. Con este libro asistimos a la recreación de ese mundo dentro de unas coordenadas geográficas que demasiadas veces han sido olvidadas por la centralidad que ha determinado el discurso en Europa. Una zona casi olvidada, una terra ubi leones que volvía a aparecer sólo en las grandes contiendas que ha dado el siglo XX . El libro de Czesław Miłosz cobra una vigencia inusitada en estos tiempos de confrontación e incertidumbre dentro de las fronteras europeas, tanto las geográficas como las mentales.
Esta obra ha sido publicada con una
subvención del Book Institute - the © POLAND Translation Program
Título de la edición original: Rodzinna Europa
Traducción del polaco: Xavier Farré Vidal
Publicado por:
Galaxia Gutenberg, S.L.
Av. Diagonal, 361, 2.º 1.ª
08037-Barcelona
info@galaxiagutenberg.com
www.galaxiagutenberg.com
Edición en formato digital: marzo 2017
© The Estate of Czesław Miłosz, 1955
Reservados todos los derechos
© de la traducción: Xavier Farré
© Galaxia Gutenberg, S.L., 2017
Imagen de portada: Postal de Vilna, Lituania
© Mary Evans, Londres/Scala, Florencia, 2017
Conversión a formato digital: Maria Garcia
ISBN Galaxia Gutenberg: 978-84-17088-08-8
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede realizarse con la autorización de sus titulares, a parte las excepciones previstas por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45)
Nota unos años después
Un emigrante polaco, lo reconozca o no, percibe en los países de la Europa occidental una cierta incomodidad interna. Porque a fin de de cuentas no nos quieren. Llegamos allí desde unos países que, si no existieran, no modificarían en nada el curso del mundo. Escribo esto ahora, cuando Polonia está intentando formar parte de la Unión Europea, pero la división entre una Europa mejor y otra peor es muy antigua, mucho más que la antigua división entre el hitlerismo y Yalta. Alemania trataba incluso a su propia Prusia Oriental como una marca inferior, y se decía: «La cultura termina cuando te encuentras con un masuriano».
Mi situación en Francia en los años cincuenta era difícil, para expresarlo de una manera delicada. No tenía trabajo, ni ninguna profesión que contara. Como hombre de pluma, me fui a conquistar París como si fuera un personaje de Balzac que llegaba de la provincia, pero esos personajes habitualmente fracasaban en aquella Babilonia de esperanzas perdidas, por mucho que siguiera siendo el país de su lengua y de su cultura. Tenía ante mí un problema de identidad. ¿Tenía que que convertirme en un europeo occidental o directamente en un ciudadano del mundo? Debería haber cambiado de lengua, como habían hecho muchos emigrantes, especialmente los rumanos. Pero eso tampoco ayudaba mucho. Los círculos de las revistas literarias y de las editoriales dependían de discriminaciones políticas. La izquierda adoraba a Stalin, la derecha estaba empañada con la colaboración del régimen de Vichy, con algunas excepciones, y dejarse atrapar por esta última al declararse en contra del comunismo no era una buena solución.
A fin de cuentas no soñaba realmente con conquistar París, porque el poeta sirve a su propia lengua, y yo sin el polaco era un tullido. Sentía rabia hacia ellos porque no querían entender nada y sólo se lamentaban de que habían sido liberados por los americanos y no por el país más progresista del mundo. No tenía ninguna intención de caerles bien, todo lo contrario, quería manifestar mi extranjeridad y mi pertenencia al este. Y eso significaba, por encima de todo, agarrarme a la lengua polaca.
La mente cautiva era para ellos una obra de la propaganda de la Guerra Fría, una obra de un enfermo mental, en el mejor de los casos. No fue fácil encontrar a un traductor. Finalmente se encargó de hacerlo Andre Prudhommeaux que había luchado en las divisiones de los anarquistas en España, y en consecuencia no les tenía mucho cariño a los comunistas. Pero no sabía ni una sola palabra de polaco, y todo el texto se lo dicté yo en francés, frase por frase. Pero una editorial de la magnitud de Gallimard sólo aceptó ese libro cuando gané el concurso por La toma del poder, en Ginebra y traducido por Jeanne Hersch. Jeanne también tradujo mi siguiente novela,