Serge Gruzinski - La máquina del tiempo: Cuando Europa comenzó a escribir la historia del mundo

Después de sesenta años esos indios ocupan, invencibles, mi memoria […] Querían que de su pasaje por ese espejismo material quedase un testigo y un sobreviviente que fuese, ante el mundo, su narrador. […] Conmigo, los indios no se equivocaron; yo no tengo, aparte de ese centelleo confuso, ninguna otra cosa que contar.

JUAN JOSÉ SAER, El entenado

Hace 20 años, Le Dernier des mondes de Christoph Ransmayr me había lanzado tras las huellas del poeta Ovidio exilado en Tomis, a la orilla del Mar Negro. Yo quería comprender cómo se convierten los mitos en máquinas de mestizar el tiempo. Hoy, otro libro maestro de la década de 1980, El entenado, del escritor argentino Juan José Saer, se cruza en mi trayectoria de historiador.

“Después de sesenta años esos indios ocupan, invencibles, mi memoria.” Esta frase ha resonado más de una vez en mi cabeza. El héroe de Saer, el entenado, vivió, antes de regresar a España, 10 años prisionero de un grupo de indios, establecidos a orillas del Río de la Plata. Al final de su vida, decide escribir para captar lo que pasó entre él y la población indígena que lo capturó. Este ejercicio lo vuelve a sumergir en los episodios que lo marcaron irreversiblemente. “Esos momentos […], sostienen la mano que empuña cada noche la pluma, haciéndola trazar, en nombre de los que ya, definitivamente, se perdieron, estos signos que buscan, inciertos, su perduración.” Desde entonces el entenado no cesa de remontar el tiempo. Transcurrirá el resto de su existencia tratando de comprender la experiencia que vivió.

Igual que él, yo también me obstino en poner de nuevo en el bastidor las mismas fuentes, los mismos indios, los mismos siglos, el mismo país: ¿por qué tratar de llegar a lo que, por la distancia, la época, los lugares, es radicalmente distinto del mun­do en el que nací? Hace ya más de 40 años que topo con estas preguntas, tratando de reconstituir universos que ya no existen y que quizá no han existido más que en mi imaginación de historiador: indios de México, europeos desembarcados de una Península ibérica y de una cristiandad imperial, y con ellos todos los seres nacidos de sus choques y de sus mezclas. En el siglo XVI, toda suerte de mundos chocan entre sí: mundo moderno contra Edad Media, luteranismo contra catolicismo, cristiandad contra islam, mundos antiguos contra mundos nuevos. Por un lado, surge una cristiandad latina, acorazada con las certezas de la fe, pero sacudida por las incertidumbres del tiempo. Por otro, sociedades amerindias que no podemos conocer sino a través de sus reacciones contra el invasor europeo, a partir de los fragmentos que dejaron el Descubrimiento y la Conquista.