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Las cartas que aquí se reproducen fueron escritas por Julio Cortázar a mano y a máquina, incluso de ambos modos en una misma página, entre 1950 y 1983; esto es, desde su primer viaje a Europa hasta pocos meses antes de su fallecimiento. Merece la pena señalar que en las cartas de los primeros años, escritas en papeles ligerísimos, la caligrafía es minúscula y sumamente apretada, y el espacio entre líneas, mínimo: franquear una carta era muy caro para el autor, y convenía ahorrar el máximo espacio; por ejemplo, los saltos de párrafo se indicaban con signos tipográficos (#, /) y el texto seguía en el mismo renglón para no dejar blancos innecesarios.
Hemos transcrito escrupulosamente los fragmentos y expresiones en otros idiomas, así como los nombres, sin corregir la ortografía. Cuando nos ha parecido oportuno, ofrecemos al pie la traducción al castellano, y algunas informaciones sobre personas y acontecimientos que pueden resultar desconocidos para el lector. (Las notas al pie que se indican con asterisco estaban en el original.) Hemos mantenido sin regularizar las vacilaciones tipográficas de los originales en lo que respecta al uso de cursivas, títulos de obras, nombres de establecimientos, etcétera; estas cartas suplían una conversación que la distancia dificultaba, son una suerte de diario personal y por ello las reproducimos con todas sus particularidades.
Ofrecemos en apéndice el facsímil de algunas dedicatorias escritas por Cortázar en libros que regaló a los Jonquières.
Queremos agradecer sus observaciones a Philippe Fénelon, Alfred Font Barrot, Marcy Rudo, Paco Porrúa, Julia Saltzmann, Víctor Poll y Elena Peregrina Salvador.
Los editores
Siena, 13 de febrero de 1950
Querido Eduardo:
Pensé que unas líneas mías no te desagradarían. Te escribo junto a una ventana del 5º piso del Albergo Toscana —que tú me recomendaste— y veo debajo parte de Siena y en el fondo las colinas. Hace muchísimo frío y está gris. Moviendo un poco la cabeza veo la torre del Palazzo Pubblico. Llegué esta mañana, y me quedaré dos días. Vuelvo luego a San Gimignano y de ahí retorno a Firenze. No sé si te hago daño con estos nombres, que constituyen para ti recuerdos que puedo quizá medir por la intensidad de lo que estoy sintiendo aquí y en todo lo que llevo andado. Sería absurdo que te hablara de mi viaje, detallándolo; prefiero ir mencionando lo que se me ocurra. He estado toda esta tarde andando por Siena. Ya había sentido lo medieval en muchos sitios, pero hace un rato, cuando bajaba la escalinata que, saliendo detrás del Duomo, lleva al Bautisterio, me encontré al fin totalmente inmerso en el 300, sin necesidad de abstracción alguna, nada más que por la presencia de lo que me envolvía.
He visto los dos grandes Simone Martini y el Buon Governo, así como la enorme colección de primitivos de la Pinacoteca. No sé si coincidiré contigo, pero lo que llevo visto en Italia de pintura (Nápoles, Roma, Firenze, Pisa y Siena) me acerca cada vez más a los pre-rafaelistas. Con todo respeto, los venecianos “grandes” y los romanos y florentinos al modo de Fra Bartolommeo o Corregio, me dejan tan frío que me pregunto si no estaré cayendo en el peor de los snobismos. En realidad sólo he gustado plenamente de dos líneas de pintura: la que me atrevo a llamar Siena —Gentile da Fabriano – Pisanello – Uccello – Benozzo Gozzoli – (Ghirlandaio) – Botticcelli. (Perdón por estos acercamientos, pero admite que en todos se da la tendencia hacia la pura ilustración, hacia la iluminación, que creo culmina en Sandro de una manera que sus cuadros de los Uffizi muestran de modo perfecto.) Y la otra línea, que no es línea sino algunos solitarios que trabajan como fuera del tiempo: Giotto, Masaccio, Piero della Francesca, Miguel Ángel. Creo que coincido contigo más en esta segunda serie que en la anterior. Qué quieres, aquellos otros me dan un placer más puro y más desinteresado, como el que da Benozzo con su Cortejo de la Capilla Riccardi. En cambio estos últimos son terribles, y a veces los soporto mal. Masaccio me ha dejado atónito. ¡Qué genio! Tuve mucha suerte, pues aparte de la Capilla Brancacci encontré en Pisa (donde hay un museo estupendo) la Crucifixión que estaba antes en Nápoles, y el San Pablo. También vi el fresco de Sta Maria Novella. Masaccio —y los más malos de Miguel Ángel— bastarían para llenar este recuerdo de Italia. (Noticia para ti: en el museo de Pisa, espléndidamente montado en tela, hallé el Trionfo della Morte; sólo falta un gran trozo (los que suplican a la muerte) y detalles parciales. Le han destinado una enorme sala, con una luz excelente, y a los lados han puesto los dibujos iniciales (no me acuerdo el nombre italiano, es la base del fresco). Ya te imaginas lo que me pareció. En cambio mis Benozzo han quedado deshechos, y el Camposanto es una lepra viva. Pero te concedo que la bomba eligió bien... incluso para mí.)
De Roma tengo imágenes: el Campidoglio, la Piazza de Spagna —con la casa de Keats, y allá lejos su pobre tumba entre rumor de tranvías y ese horror de la pirámide de Cayo Cestio—; el Palatino de tarde, la Sixtina de mañana, las obras de Cavallini en el Trastévere. No todo es paisaje ni obra de arte; he visto y buscado cosas, hablo con la gente (en un italiano absurdo, pero ellos son tan gentiles). Nápoles fue estupendo, aunque el mal tiempo me quitó Ravello y Siracusa. Hubiera sido absurdo ir. Bueno, todo esto suena tan telegráfico.
¿Tú lo pasaste bien en Necochea? Ojalá hayas podido descansar bastante. Yo llegaré a París el 1 o 2 de marzo, desde Venecia. Paladeo por anticipado Perugia, Asís, Ravenna y Padua. De Firenze... ¿qué decirte sino que es belleza? Acepta estas líneas como un recuerdo, y ya te contaré más a mi vuelta. Deseo que los tuyos estén muy bien. Con todo afecto
Julio
¿Cómo va tu libro? ¿Y la pintura? Si ves a Jorge, cariños.
Jorge D’Urbano, crítico musical.
París 8 de noviembre / 51
Mi querido Eduardo:
Esta tarde, arreglando mis libros que acababan de llegarme, di con una frase de las que, en ciertas circunstancias, duelen como espinas. Más o menos dice: “Los que se van dejan de ser interesantes”. Me dolió porque sé de sobra que es muy cierto, y algo sé de estas cosas. Después salí a la calle, porque París me regalaba una tarde diáfana y llena de sol, y bajando por la rue S t Jacques crucé el Sena, tomé rue S t Martin y acabé, luego de admirar otra vez la torre de Jean Sans Peur, entrando en el Correo para ver si había cartas. Hallé la tuya y de María, y una de Jorge. Entonces, erguido en toda mi estatura, le hice un noble corte de mangas a la frase de marras, y recobré la alegría. Sabes, me cuesta todavía recobrar el equilibrio. No me fui bien de Buenos Aires; después de haber creído que saldría de allí con pena pero sereno, ocurrió que me fui muy poco tranquilo, rodeado de sombras, incapaz de quitarme de los ojos (al menos como espectáculo) la imagen de todos ustedes en el barco y en el muelle. Irse no es nada, la cosa es darse cuenta que hay una mecánica de chicle, que te has quedado adherido y te vas estirando.