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Juan de Palafox y Mendoza - De la naturaleza del indio

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De la naturaleza del indio: resumen, descripción y anotación

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«Para algunos autores, el indio americano es un bárbaro, una semi-bestia sin ambiciones, y por tanto, sin perspectivas de futuro de una manera autónoma debido, sobre todo, a la “infancia” en la que está sumido, a la falta de sociedad y de educación, consecuencia de la inferioridad del propio territorio en el que viven. Así por ejemplo, para Buffon, todas las especies animales americanas, incluido el hombre, son inferiores (…) »Sin embargo, entrelazada con esta idea del salvaje corrompido, aparecen las teorías de los que, haciéndose eco de su época, ensalzan la figura del indio americano como personificación de la vida natural y virtuosa: en efecto, con el Renacimiento en Europa aparece como idea característica la exaltación de la Naturaleza, y ante el descubrimiento de América, nada más apetecible para el europeo que el conocimiento de la vida del hombre en las condiciones naturales en las que vive en el Nuevo Mundo. Y ese canto a la Naturaleza se hace retomando los temas clásicos, como es el de la Arcadia, con la consiguiente idealización de los pueblos primitivos y la nostalgia de la perdida Edad de Oro, que dará origen a la idea del “Buen Salvaje” por parte de muchos autores. El mito del Buen Salvaje, en esencia, alaba la pureza de costumbres de los primitivos, que representan el estado de naturaleza al no estar degradados ni corrompidos por la civilización, con sus desigualdades, sus ambiciones, sus odios (…) »Los orígenes del mito del Buen Salvaje pueden situarse en la España del siglo XV, y no como habitualmente se viene haciendo a partir de Rousseau y del pensamiento francés revolucionario del siglo XVIII. Porque la opinión optimista sobre los indios surge ya en la etapa inmediatamente posterior al Descubrimiento, cuando, en 1493, en la primera Bula Intercaetera, se los considera aptos para recibir la fe católica. A partir de entonces surgen en España visiones idílicas de los pueblos primitivos, que desembocarán precisamente en la formulación del mito. La primera de ellas quizá pueda ser encontrada en las Décadas de Orbe Novo (1493-1525), de Pedro Mártir de Anglería (…) En la primera Década, libro III, hace la descripción del “filósofo desnudo”, un salvaje de la isla de Cuba que expone a Diego Colón los principios cristianos que él había aprendido directamente de su contacto con la naturaleza.» (Beatriz Fernández Herrero, «El mito del Buen Salvaje y su repercusión en el gobierno de Indias», en Ágora, 8 (1989), pág. 145-150. Pero esta idealización de las poblaciones indígenas de América no quedó relegada en el ámbito teórico de la reflexión humanista. En paralelo a la destrucción sus culturas y estados, y a la explotación de sus miembros por parte de los conquistadores, se dio un sincero, abundante y práctico interés (aunque paternalista), por parte de los representantes de la Monarquía y de la Iglesia, en protegerlos de aquellos. En este enfrentamiento de intereses contrapuestos, político en buena medida, y con frecuencia muy violento, los partidarios de la defensa del indio asumirán los enfoques idealizadores a los que se hacía referencia. En ocasiones, su rechazo de la corrupta sociedad europeizada de criollos, mestizos y mulatos, llevará al utópico intento de constituir sociedades perfectas separadas, las conocidas como reducciones jesuíticas guaraníes. La amplísima producción literaria recoge fielmente estos planteamientos. Son muestra de ello la Historia de los indios de la Nueva España de fray Toribio de Motolinía, la Historia natural y moral de las Indias de José de Acosta, y, por supuesto la Brevísima relación de la destrucción de las Indias de Bartolomé de Las Casas. A ellas añadimos hoy la breve obra De la naturaleza del indio, de Juan de Palafox y Mendoza (1600-59), interesante personaje que también nos dejó su propia biografía. La escribió hacia 1653, cuando formaba parte del Consejo de Aragón tras su regreso de Méjico, donde había desempeñado numerosos de los principales cargos religiosos y políticos: Obispo de la Puebla de los Ángeles, Arzobispo electo de Méjico, Virrey y Capitán General de la Nueva España, etc.

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JUAN DE PALAFOX Y MENDOZA DE LA NATURALEZA DEL INDIO Obras del - photo 1

JUAN DE PALAFOX Y MENDOZA
DE LA NATURALEZA DEL INDIO

Obras del ilustrísimo, excelentísimo y venerable siervo de Dios
Don Juan de Palafox y Mendoza,
de los Supremos Consejos de Indias y Aragón,
Obispo de la Puebla de los Ángeles y de Osma, Arzobispo electo de Méji
co,
Virrey y Capitán General de la Nueva España, etc.

Tomo X. Tratados varios. Madrid 1762, pág. 444-493.

Al Rey Nuestro Señor por Don Juan de Palafox y Mendoza,
Obispo de la Puebla de los Ángeles, del Consejo de su Majestad, etc.

[Dedicatoria a Felipe IV]

Señor:

Pocos ministros han ido a la Nueva España, ni vuelto de ella, más obligados que yo al amparo de los indios, y a solicitar su alivio; porque cuando me olvidara de las obligaciones de sacerdote, en cuya profesión es tan propio el compadecerse de los miserables y afligidos, no podía olvidarme de la de pastor y Padre de tantas almas como están a mi cargo en aquellos reinos, en la dilatada diócesis de los Ángeles, que, sin duda, cuando no en la latitud y extensión, en el número de indios llega a tener casi la cuarta parte de todo el distrito de aquella Real Audiencia de Méjico. Y claro está que no hay Padre tan duro de corazón que vea y oiga llorar, y lamentarse a sus hijos, y más siendo pobrecitos e inocentes, al cual no se le conmuevan las entrañas, y se aflija y lastime, y entre a la parte de sus penas, pues aun el cuerpo (tanto antes difunto) de Raquel, ya reducido a polvo, lloró sin consuelo, con lágrimas vivas, la muerte de sus perseguidos hijos inocentes, por inocentes, por hijos y por perseguidos.

A esto se añade la confianza que Vuestra Majestad ha sido servido hacer de mí, para que le desempeñase del ardiente deseo que ocupa siempre el Real corazón y piedad de Vuestra Majestad al consolar y amparar a estos pobrecitos. Habiéndome honrado con la plaza de fiscal de Indias más ha de veinte años, en cuyo oficio principal es ser protector de los indios, y con la de consejero del mismo Consejo, que todo se emplea en su amparo, y en uno y otro oficio se jura el favorecerlos, y después con el cargo de visitador general de aquellos Tribunales de la Nueva España, cuyas primeras instrucciones se enderezan a aliviar y consolar a aquellos desamparados y fidelísimos vasallos, y con el de virrey y gobernador, que en sus principales instrucciones se le pone ley precisa a su defensa y conservación, y el de juez de las residencias de tres virreyes y electo metropolitano de Méjico, que todos son vínculos eficacísimos para obligarme Vuestra Majestad a que cuidase de un punto tan importante, y de tanto servicio de Dios y de Vuestra Majestad, y que así al Consejo como a todos sus ministros, con decretos, cédulas y órdenes apretadas nos manda, solicita y exhorta que asistamos a este debido cuidado.

Y cuando tantas obligaciones no me pusieran en la ansía de su alivio y conservación, me ocupara todo en ella la experiencia y conocimiento práctico de las fatigas y descomodidades de estos pobres. Porque así como cada oficio de estos no bastara a conocer las tribulaciones y penas que padecen; pero todos juntos han hecho evidencia y conclusión en mí, lo que en otros no tan experimentados puede quedar en términos de duda. Porque los virreyes, por muy despiertos que sean en el cuidado de su ocupación, no pueden llegar a comprender lo que padecen los indios, pues en la superioridad de su puesto, llenos de felicidad, sin poderse acercar a los heridos y afligidos que penan, derramados y acosados por todas aquellas provincias, tarde y muy templadas llegan a sus oídos las quejas. Y como se halla acompañada aquella gran dignidad frecuentemente de los instrumentos y sujetos que se las causan, y de los que disfrutan sus utilidades a los indios, no sólo impiden el oír los gemidos y ver las lágrimas de los oprimidos y miserables, sino que los ponen en concepto de culpados, siendo verdaderamente inocentes, y sobre consumirlos con penas, se hallan también mal acreditados de culpas.

Y así, para averiguar estas verdades, es mejor oficio el de visitador general del reino. Pero, ni este solo bastara, respecto de que la humana naturaleza y malicia en todos generalmente, como se vio en la primera culpa de Adán, aun dentro del Paraíso, en andándole a los alcances luego se arma y viste de disculpas, y valiéndose, unas veces de la fuerza, otras de la calumnia y otras del poder, procura que falten los medios a la pesquisa del visitador, y unas amenazando a los testigos, y otras a las partes, y otras al juez, y otras interponiendo dilaciones, diferencias y competencias entre las jurisdicciones e informando siniestramente al Consejo, no sólo se suelen librar del suplicio y pena que merecían sus excesos, sino que turban y obscurecen las probanzas del delito, y echan todos los cuidados sobre cualquiera juez y ministro celoso que trata de reformarlos y que no quiere componerse con ellos.

Por esto es más a propósito para conocer estos daños (aunque no para castigarlos) el oficio de prelado y pastor, el cual como por su ocupación se ejercita en apacentar sus ovejas, verlas y reconocerlas, llamarlas, enseñarlas y buscarlas por los pueblos y los montes, y de quien no se recatan los interesados ni los lastimados tanto como del juez o visitador, porque siempre hablan al prelado con la confianza de padre, habiendo ya visitado tan dilatados términos de aquel reino con entrambas calidades y jurisdicciones, es cierto que aquello que de los unos oficios se ocultó a mi noticia, vine a comprender y reconocer fácilmente con los otros; con que este conocimiento y el que tengo de la piedad de Vuestra Majestad, y cuán grato servicio le haremos los ministros y prelados en darle motivos a hacer las leyes más eficaces en su ejecución, siendo en su decisión tantísimas, me ha obligado a tomar la pluma, y ofreceré a Vuestra Majestad lo más sucintamente que he podido, los motivos que están solicitando a la clemencia de Vuestra Majestad y santo celo de sus ministros, a que animen estas leyes y las vivifiquen con su misma observancia, usando de aquellos medios que más se proporcionen con la materia y el intento, pues no serán dificultosos de hallar. Porque las leyes sin observancia, señor, no son más que cuerpos muertos, arrojados en las calles y plazas, que sólo sirven de escándalo de los reinos y ciudades, y en que tropiezan los vasallos y ministros, con la transgresión, cuando habían de fructificar observadas y vivas toda su conservación, alegría y tranquilidad.

Para esto me ha parecido que era buen medio proponer a Vuestra Majestad las calidades, virtudes y propiedades de aquellos utilísimos y fidelísimas vasallos de las Indias, y describir su condición sucintamente y referir sus méritos, porque todo esto hace en ellos más justificada su causa, y en Vuestra Majestad más heroica y noble la razón de su amparo, y después de haber referido sus virtudes y alegrado con ellas el ánimo real de Vuestra Majestad, describir en otro breve tratado sus trabajos, para solicitarle y promoverle su remedio, y en tercero, con la misma precisión ofrecerle los medios y remedios que pueden aplicarse a estos daños, no poniendo aquí cosa que no haya visto yo mismo y tocado con las manos, y aun estas mismas por diversas relacionas son por mayor notorias al Consejo de Vuestra Majestad; y tampoco acumularé a este discurso erudición alguna, sino que propondré a la excelente religión y piedad de Vuestra Majestad la sencilla relación de lo que conduce al intento.

Suponiendo, señor, que hablo primero y principalmente de los indios y provincias de la Nueva España, donde yo he servido estas ocupaciones que he referido, y no de otras, si bien las del Perú son en muchas cosas muy semejantes a ellas, aunque con alguna diferencia en la condición de los naturales. Porque estas dos partes del mundo, septentrional y meridional, que componen la América, parece que las crió Dios y manifestó de un parto para la Iglesia, cuanto a la fe, y para la Corona Católica de España cuanto al dominio, como dos hermanos gemelos que nacieron de un vientre, y en un mismo tiempo y hora, y aun así en la naturaleza conservan el parecerse entre sí en innumerables cosas, como hermanos.

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