PREFACIO
En la era de las revoluciones y la época de la liberación José de San Martín destacó por la brillantez de su estrategia y la intensidad de su liderazgo. La historia le conoce como «el hombre necesario» de la revolución suramericana. No obstante, San Martín pasó más de dos terceras partes de su vida en Europa. Su carrera como libertador estuvo marcada por una cronología curiosa: treinta y cuatro años de preparación, diez años de acción, veintiocho años de exilio. Su carrera americana se concentró en una década breve, desde el momento en que llegó a Buenos Aires el 9 de marzo de 1812 hasta su retirada de Perú el 20 de septiembre de 1822. El aprendizaje fue importante. A lo largo de sus veintidós años en el ejército español, en el curso de los cuales ascendió a teniente de infantería y teniente coronel de caballería, sirvió en numerosos frentes en el norte de África y España, y durante los últimos tres años combatió a los invasores franceses de la Península. En esos años, San Martín adquirió una combinación de talentos única entre los libertadores: destreza militar en los ámbitos de la estrategia y la táctica, un conocimiento de las ideas ilustradas y, quizá por encima de todo, una autoridad nacida de su participación en algunos de los acontecimientos cruciales de la historia moderna.
La grandeza de San Martín consistió en su habilidad para inspirar a los pueblos de Suramérica a seguir a sus ejércitos y aceptar sus estrategias, lo que le permitió llevar la independencia más allá de las fronteras y los intereses nacionales y darle una identidad americana. Hasta donde podemos juzgar, su vocación no respondía a ningún interés particular, social o económico, ni a la preocupación por el poder y la gloria. La guerra y la paz fueron sus prioridades. Los objetivos militares, pensaba, eran más fáciles de alcanzar que los políticos. San Martín siempre sostuvo que la gran prueba de América llegaría no en la lucha por la independencia sino en la posterior defensa de la libertad en unas sociedades que no estaban preparadas para esa tarea. El historiador ha de decidir si las cualidades de San Martín como líder (experiencia profesional, juicio estratégico, claridad de propósito y fuerza de voluntad) se manifestaron mejor al hacerla revolución que al hacer la paz.
Además, debemos juzgarle por sus propios méritos, no mediante comparaciones constantes con el otro gran líder de la independencia suramericana, Simón Bolívar. Las comparaciones son odiosas pero inevitables. Escribir una vida de Bolívar no es difícil. De hecho, si se le da la oportunidad, él la escribirá por usted. El historiador tiene que defenderse de Bolívar y proteger su propia versión de la independencia contra el torrente de palabras con el que el libertador busca explicarse y convencer. San Martín es diferente. No poseía el estilo y la desenvoltura del general venezolano, su sentido de la decencia le hacía reticente a hablar de su vida privada y mantuvo una reserva natural acerca de su papel en las guerras independentistas. San Martín constituye un desafío para el historiador, que tiene que descubrir al hombre detrás del silencio. De los dos libertadores, San Martín fue en muchos sentidos el pionero que allanó el camino para la conclusión bolivariana, de la que su estrategia y métodos fueron prerrequisitos. San Martín no sufrió el destino final de Bolívar ni se dejó apropiar por ningún régimen particular, pero pese a ello no escapó por completo a los polemistas. En Argentina, los historiadores, escritores y políticos siguen peleando las guerras de la independencia y manteniendo vivas las controversias sobre la carrera del héroe, en especial alrededor de los tres momentos cruciales de su vida: la decisión de dejar España para viajar a Argentina en 1812, su adopción de la estrategia transandina en 1816 y su abandono del mando en Perú en 1822. Y mientras un historiador argentino descubre a un autor británico para su gran estrategia, otro denuncia que era un espía de Gran Bretaña, el heraldo de una tercera invasión británica.
San Martín era un soldado profesional, taciturno en público pero capaz de expresarse con fluidez en la causa libertadora, que estaba convencido de que su misión era cambiar el mundo hispánico. Fue una figura enigmática, austera, estoica y profundamente comprometida con la independencia americana. Guardaba sus emociones para sí mismo, y se mantuvo alejado de los gestos extravagantes. La disciplina era la clave de su conducta, dentro y fuera del campo de batalla. Era exigente con sus ejércitos, pero la preocupación que siempre mostró por sus hombres le valió el respeto de la tropa. Como soldado, San Martín tuvo dos aptitudes sublimes, la capacidad para pensar en grande y un auténtico talento para la organización. Su estrategia se basó en la idea de que la revolución suramericana no estaría completa hasta que la base del poder español en Perú fuera destruida; de que la ruta septentrional desde Argentina hasta Perú era impracticable debido a la hostilidad de los hombres y la naturaleza, y de que la única forma de avanzar era realizar un vasto movimiento de flanqueo, cruzar Jos Andes hasta Chile y luego invadir el país por mar desde el Pacífico. San Martín tuvo que vender esta idea extraordinaria a aliados y críticos por igual, y, como si ello no fuera suficiente, coronarla con su noción de revolución sin guerra, que se convertiría en su prueba más dura y le llevaría a su desilusión más grande.
Los estudios sobre San Martín son escasos en el mundo anglosajón. Los pocos que existen tienen ya muchos años y en la actualidad no hay una biografía moderna del libertador. De él se han ocupado casi exclusivamente los estudiosos argentinos, entre los que destacan Ricardo Piccirilli (1957), A. J. Pérez Amuchástegui (1966 y 1976) y, en años más recientes, Patricia Pasquali (1999), cuya excelente biografía es una digna sucesora de la obra clásica de Bartolomé Mitre (1887). Además, los historiadores argentinos llevan más de un siglo publicando las fuentes manuscritas de la vida y obra de San Martín, a quien han anclado firmemente en la documentación de la independencia. Esas fuentes primarias, complementadas por las investigaciones modernas, constituyen la base de este libro.
La carrera revolucionaria de San Martín es significativa en varios niveles: primero, como manifestación de una estrategia de guerra magistral que se tradujo en grandiosas hazañas militares en los Andes y el Pacífico, comparables a cualquiera de las que tuvieron lugar en Europa durante la era napoleónica; luego, como colección de escenas dramáticas, desde la confrontación con lord Cochrane en Perú hasta el punto muerto con Bolívar en Guayaquil, un encuentro que ensombrecería los últimos días de San Martín en Suramérica; finalmente, como estudio sobre la forja y perdición de un líder. Éstos y otros acontecimientos de las guerras de independencia hispanoamericanas han estado siempre rodeados de polémica, y son una invitación a las revaluaciones y las revisiones. A lo largo de un hilo narrativo central en el que San Martín desarrolla sus políticas y dirige a sus ejércitos en busca de la liberación, nuestro método ha de variar. El historiador tiene que alternar el movimiento con la inmovilidad con el fin de ocuparse de las condiciones en las que el libertador operó; por tanto, el análisis acompaña el relato, lo que quizá permita al lector escapar del laberinto de los acontecimientos simultáneos.
La carrera de San Martín constituye un comentario sobre las revoluciones hispanoamericanas, a las que es imposible concebir ya como acontecimientos puramente políticos y militares. Los historiadores han estado explorando durante mucho tiempo las dimensiones económicas y sociales de la independencia; han buscado sus orígenes ideológicos, examinado su influencia en la formación de las identidades nacionales y considerado su significado para las relaciones raciales. Como soldado y estadista que dirigía desde el frente, San Martín tenía que concentrarse en ganar la guerra; pero tenía que encontrar recursos para librarla y obtener suministros militares y navales en tres países suramericanos diferentes, así como en el extranjero. Tenía que conocer y organizar sus bases económicas en Mendoza, Santiago y Lima, y presionar a diferentes sectores de la sociedad hispanoamericana. Esto conllevó nuevas pruebas a su liderazgo. Las clases dirigentes no fueron aliadas naturales de San Martín y el pueblo no aceptó automáticamente el costo de la revolución. Los argentinos terminaron viendo con recelo al general que había llevado su ejército más allá de las fronteras nacionales; los chilenos se hastiaron de la carga de una guerra extranjera; y las élites peruanas fueron distantes. Su instinto liberal respecto a la esclavitud y la compasión que sentía por los indios le valieron la hostilidad de los hacendados y propietarios de esclavos, cuyos intereses se veían afectados por sus políticas sociales. Asimismo, sus ideas políticas pusieron sobre aviso a sus contemporáneos y suscitaron un buen número de opiniones encontradas. Su repudio de España y la decisión de abandonar Europa en favor de Suramérica revelaban una percepción de su identidad argentina, pese a lo cual no compartía el nacionalismo exclusivista de sus compatriotas ni recibió el apoyo sin reservas de éstos. Mientras que la guerra contra España lo convertía en un revolucionario, no era precisamente un abanderado del republicanismo; sus ideas constitucionales eran tradicionales y consideraba que una monarquía fuerte era la mejor forma de gobierno para Suramérica, una concepción que no sintonizaba con el espíritu de la época.