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INTRODUCCIÓN
Desde finales del siglo XV, cuando la búsqueda de nuevas rutas comerciales llevó a los europeos a encontrarse con una masa continental hasta entonces por ellos desconocida, comenzaron a gestarse diversas ideas sobre ese mundo “nuevo” y sus habitantes a través de toda suerte de experiencias de confrontación, sujeción, explotación, convivencia, intercambio y adaptación. La necesidad, o conveniencia, de integrar o excluir a los pobladores indígenas de las filas de la cristiandad o del concierto de las naciones “civilizadas” y las respuestas que dieron estos hombres a esos proyectos de cambio social y cultural han sido asuntos que han despertado multitudes de opiniones. Sus formas de aceptar y rechazar las imposiciones, de apropiarse de lo extranjero y trastocarlo, de combinar y separar tradiciones, han merecido la atención de hombres de fe y de ciencia y han llegado a ser calificadas, en varias ocasiones, de imperfectas, rudas, aberrantes, heréticas, primitivas, inferiores, esquizofrénicas, híbridas o sincréticas, entre otros términos, y sus posibles combinaciones. Así, se han confeccionado representaciones plausibles del otro, de acuerdo con la ética cristiana o el método científico, marcadas, en muchos casos, por el hierro de la colonización que no permite que ese otro se exprese en sus propios términos, pues no les confiere a éstos validez alguna; en ellas, ese otro , el indio , suele aparecer como un ser humano deficiente, aquel que fuera pervertido por el demonio, aquel que se empecina contra el progreso, aquel que se diluye al aculturarse.
La invención de estos adjetivos y categorías y los usos que se les han dado a lo largo del tiempo han estado ligados a distintas corrientes de pensamiento y a diferentes posturas acerca del papel que deben desempeñar aquellos que han sido considerados étnicamente subalternos en los diversos regímenes que se han desarrollado en este continente. Y, por ello, trascenderlas, o por lo menos acotarlas, requiere de un ejercicio crítico constante y de un interés genuino por acercarse a los otros en términos de equidad que debe reflejarse, en primera instancia, en el reconocimiento de su rol como agentes activos creadores de sus propias historias y prácticas culturales, así como en la construcción de modelos de interpretación cada vez más finos y plurales. En estas tareas, Federico Navarrete ha centrado su quehacer académico en los últimos años. En particular, este libro es uno de los frutos del proyecto “Hacia otra historia de América: la visión de los indígenas” (UNAM-PAPIIT 402806), coordinado por el autor y que tuvo, justamente, como sus principales objetivos cuestionar los supuestos de las historiografías tradicionales en torno al cambio cultural de las sociedades indígenas y sus relaciones con los Estados-nación y proponer nuevos enfoques teóricos y metodológicos para abordar y comprender dichos fenómenos.
En el marco de este proyecto se realizó también el Coloquio Internacional “Los pueblos amerindios más allá del Estado”, que reunió a un destacado grupo de especialistas quienes, desde distintas orientaciones disciplinarias, reflexionaron sobre las dinámicas sociales e históricas de los pueblos indígenas de tradiciones no estatales (y que han sido los más discriminados e ignorados por las historiografías) y sobre las formas, complejas y originales, en que han interactuado con los estados precolombinos, coloniales e independientes con los que han coexistido, logrando muchas veces sustraerse con éxito a sus intentos de dominación.
El presente libro se encuentra integrado por dos ensayos. En el primero de ellos, titulado “El cambio cultural en las sociedades amerindias: una nueva perspectiva”, Navarrete pone en evidencia el estrecho vínculo que ha existido entre la imposición de poderes políticos, económicos y religiosos en principio ajenos a los pueblos indígenas, la voluntad de modificar o adecuar sus costumbres y las valoraciones que se han hecho sobre ese cambio cultural. La premisa en la que basa este acercamiento, y que constituye una de sus aportaciones más sobresalientes, es que las explicaciones que se han elaborado hasta la fecha sobre el cambio cultural de los pueblos indígenas no poseen solamente un valor referencial en cuanto testimonios o descripciones más o menos logradas de realidades dadas, sean éstas las prácticas del colonizado o las ideas del colonizador, sino también un fuerte contenido prescriptivo o programático, pues fueron confeccionadas dentro de proyectos específicos de dominación y, en muchos casos, por los propios agentes encargados de promover la subordinación política y la transformación cultural, de modo que han funcionado como herramientas ideológicas fundamentales para la instrumentación y legitimación de dichos proyectos.
Navarrete dedica buena parte de este primer ensayo a la revisión de los principales modelos de explicación o teorías-programa, como él también los llama, que se han erigido en distintos momentos como los paradigmas dominantes para entender y encauzar el cambio cultural de muchas sociedades indígenas. De ellos, destaca sus aspectos nodales y pone de relieve, con fines comparativos, sus puntos en común; pues estos modelos, tanto los que han fundado sus planes de acción y sus descripciones sobre el otro en la construcción y esencialización de las diferencias culturales (yendo del sistema estamentario salvacionista impuesto por la corona española en sus dominios de ultramar en el siglo XVI al multiculturalismo contemporáneo) como aquellos que han postulado su anulación (las teorías de la aculturación, la hibridación y el mestizaje, por ejemplo) han compartido premisas, técnicas y procedimientos que, como ellos mismos, han sido pilares de la modernidad. Todos han estado anclados en el universalismo, la noción de progreso y/o la creencia en la existencia de purezas originarias; todos han sido diseñados por aquellos que se asumen pertenecientes a la alta o verdadera cultura, y todos han dado lugar a la confección de narrativas generalizantes y totalizadoras en las cuales el tránsito de lo indio a lo occidental constituye un continuo lineal, deseable e irreversible, de acuerdo con muchos, o digno de condena, según unos pocos.
Como una vía para abordar el cambio cultural desde otra perspectiva, evitando la reproducción de narrativas lineales y la elaboración de nuevas explicaciones igual de unívocas y generalizantes que las ya existentes, Navarrete se aboca, en la segunda parte de este ensayo, a la definición de una serie de variables de corte analítico que posibilitan la comprensión de estos procesos desde diversos ángulos y facilitan la comparación de fenómenos que han tenido lugar en distintas épocas y regiones. La delimitación de estas variables se sustenta en una aproximación peculiar al concepto de cultura, entendiéndola no como una suma orgánica, sino como un entramado de diversos sistemas no siempre compatibles entre sí, ligados a distintos contextos y grupos sociales; por lo que no puede afirmarse, como lo han hecho la mayoría de las teorías-programa, que son las culturas las que cambian en su conjunto o que el cambio en un aspecto (las identidades étnicas y religiosas, en especial) implique, por contagio, la transformación de la totalidad. Navarrete demuestra, a través de pertinentes ejemplos, que han sido muchos y muy diferentes los ámbitos, las velocidades y las dinámicas en las que se ha dado el cambio cultural y demuestra, sobre cualquier otra cosa, que el cambio cultural opera a través de agentes concretos, de individuos con agendas y expectativas propias, inmersos en diferentes sectores sociales. Estos agentes, en el caso de los pueblos indígenas, han ejercido de formas creativas aquello que Bonfil llamara “control cultural”, pues han tenido capacidad de decisión sobre los elementos culturales propios y parte de los ajenos como para poder apropiarse de ellos y dotarlos de nuevas funciones y significaciones. Las sociedades indígenas han apostado, como lo muestra el autor, por formas de cambio sumamente diversas que les han permitido, en varios casos, no cambiar del todo.