CAPÍTULO 1.
INTRODUCCIÓN
«Todos los historiadores son hoy historiadores universales», ha afirmado C. A. Bayly con cierto afán provocador, para añadir acto seguido: «Aunque muchos todavía no se han dado cuenta». donde la historia global está en ascenso y resulta cada vez más popular entre la generación de los historiadores más jóvenes. Aparecen revistas y congresos por doquier, y en muchos casos, un proyecto difícilmente será aprobado si no analiza las «dimensiones globales». Pero esta nueva popularidad ¿significa de veras que todo historiador es hoy un historiador global? ¿En qué se basa esta explosión? ¿Y por qué se está produciendo ahora?
El auge de la historia global obedece a muchas razones. Ha sido de suma importancia el interés renovado en los procesos universales que siguió, primero, al final de la guerra fría, y luego a los hechos del 11 de septiembre de 2001. Como en general se ha puesto de moda considerar que la «globalización» es clave para comprender el presente, parece evidente que debemos remontarnos en el tiempo para analizar los orígenes históricos de este proceso. En muchos lugares, y en especial en las sociedades que han recibido mucha inmigración, la historia global también da respuesta a desafíos sociales y la necesidad de desarrollar una perspectiva del pasado que sea más inclusiva, menos estrictamente nacional. Como resultado típico de esta clase de presión social, en Estados Unidos el currículo se ha desplazado de la «civilización occidental.» a la historia global. En el mundo académico, este tipo de corrientes halla asimismo reflejo en cambios en la composición social, cultural y étnica de la profesión. Y, a su vez, las variaciones experimentadas por las sociologías del conocimiento han reforzado el descontento con la tendencia, añeja y generalizada, a concebir las historias nacionales como historias de espacios discretos de existencia autónoma.
La revolución de las comunicaciones que se inició en la década de 1990 también ha tenido un impacto esencial en nuestros modos de interpretar el pasado. Los historiadores, y sus lectores, viajan más que nunca y tienen vivencias que abarcan más partes del mundo. Esta movilidad incrementada, y multiplicada aún más por internet, ha facilitado trabajar en red y permitido que los historiadores participen en foros mundiales —aunque es cierto que a menudo cuesta discernir las voces de los países que habían estado colonizados—. De resultas, hoy los historiadores se enfrentan a un número elevado de narraciones en relación de mutua competencia, y precisamente en esta diversidad de voces hallan un gran potencial de nuevas perspectivas de estudio. Por último, la lógica del trabajo en red, favorecida por la tecnología informática, también ha afectado al modo de pensar de los historiadores, que cada vez recurren más al propio lenguaje de las redes y los nodos en sustitución de la antigua lógica territorial. Escribir historia en el siglo XXI no es lo que solía ser.
¿P OR QUÉ UNA HISTORIA GLOBAL ? M ÁS ALLÁ DE LA MIRADA ENDÓGENA Y EUROCÉNTRICA
La historia global nació de la convicción de que los medios que los historiadores han estado usando para analizar el pasado han dejado de ser suficientes. La globalización ha lanzado un desafío fundamental a las ciencias sociales y los relatos dominantes sobre el cambio social. El momento presente, que en sí ya ha surgido de sistemas de interacción e intercambio, se caracteriza por el entrelazamiento y las redes. Pero en muchos aspectos las ciencias sociales han dejado de ser capaces de plantear las preguntas correctas y generar respuestas que ayuden a explicar las realidades de un mundo globalizado y entrelazado en redes.
En particular, hay dos «defectos de nacimiento» de las ciencias sociales y las humanidades modernas que nos dificultan comprender de un modo sistemático los procesos que atraviesan el mundo. Cabe hacer remontar los dos a la formación de las disciplinas académicas modernas en la Europa del siglo XIX . En primer lugar, la génesis de las humanidades y las ciencias sociales estuvo ligada al Estado-nación. En sus temas y sus preguntas, e incluso en su función social, campos como la historia, la sociología y la filología quedaron ligados a la sociedad del propio país. Además, por efecto del «nacionalismo metodológico» de las disciplinas académicas, en teoría se partía de suponer que el Estado-nación era la unidad de estudio fundamental, una entidad territorial que servía de «contenedor» para una sociedad. En el campo de la historia, aún más que en algunas disciplinas próximas, esta devoción por los contenedores acotados territorialmente se mantuvo con firmeza. El conocimiento del mundo, por lo tanto, se estructuraba institucional y discursivamente de tal forma que se oscurecía el papel de las relaciones de intercambio. La historia, en la mayoría de lugares, se limitaba a la historia nacional.
En segundo lugar, las disciplinas académicas modernas eran profundamente eurocéntricas. Situaban en primer plano los procesos de cambio de Europa y entendían que Europa era la fuerza impulsora central de la historia del mundo. Y lo que fue aún más crucial: las herramientas conceptuales de las humanidades y las ciencias sociales hacían abstracción de la historia europea para crear con ella un modelo de desarrollo universal. Términos que en apariencia eran analíticos, como «nación», «revolución», «sociedad» y «progreso», transformaron la experiencia específicamente europea en un lenguaje teórico (universalista) que, al parecer, se podía aplicar en todas partes. Así pues, cuando desde el punto de vista metodológico las categorías particulares de Europa se impusieron sobre los pasados de todos los otros, las disciplinas modernas trataron a todas las demás sociedades como colonias de Europa.
La historia global es un intento de afrontar los desafíos derivados de estas observaciones, así como de superar las dos desafortunadas «manchas de nacimiento» de las disciplinas modernas. Por lo tanto, por mucho que se base en toda una serie de precedentes —pues hace mucho que los historiadores prestan atención a cuestiones como la migración, el colonialismo y el comercio—, se trata de un enfoque revisionista. La voluntad de examinar los fenómenos transversales quizá no sea nueva en sí, pero ahora aspira a algo novedoso: pretende cambiar el terreno sobre el cual reflexionan los historiadores. La historia global, en consecuencia, posee una dimensión polémica. Supone un ataque contra muchas formas de paradigmas basados en los contenedores, y más en particular, contra la historia nacional. Según veremos con más detalle en el capítulo 4, corrige las formas endógenas o genealógicas de pensamiento histórico, que reducen el cambio histórico a las causas internas.