Rafael Moreno Izquierdo - La historia secreta de las bombas de Palomares
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- Libro:La historia secreta de las bombas de Palomares
- Autor:
- Editor:Crítica
- Genre:
- Año:2016
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La historia secreta de las bombas de Palomares: resumen, descripción y anotación
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A Maribel, sin ella el camino no tiene sentido
Se han tomado todas las medidas para asegurar que las zonas afectadas queden completamente limpias
J OSÉ M ARÍA O TERO N ASVACUÉS ,
presidente de la Junta de Energía Nuclear
2 de marzo de 1966
Hemos conseguido nuestro propósito de dejar la zona de Palomares en las mismas condiciones que estaba antes del accidente
G ENERAL D ELMAR W ILSON , comandante de
la XVI Fuerza Aérea de EE.UU.
22 de marzo de 1966
Estoy comprometido con la verdad, no con la consistencia.
M AHATMA G ANDHI
Escribir este libro ha sido como correr una maratón con un sprint final de esos de infarto. El primer documento que guardo en mis archivos sobre Palomares tiene fecha del 28 de mayo de 1996 y se trata de una respuesta parcial a mi petición de desclasificación enviada el 14 de marzo de ese mismo año para que me facilitaran cualquier informe que tuvieran en sus archivos sobre el accidente. Consiste en una carta remitida por la oficina de Asuntos Públicos del Departamento de Energía de Estados Unidos con un paquete de más de un centenar de documentos, fotos y dibujos. Por esa época, me encontraba en Washington trabajando como corresponsal para la Agencia EFE y había convencido a mi delegado de que responderían rápidamente y podría escribir varios artículos interesantes para, como más tarde, el aniversario del año siguiente. Sin embargo, he tardado la friolera de casi 20 años en escribirlo. En ese largo camino —en realidad ese ha sido el verdadero libro— he entrevistado a cerca de medio centenar de personas, leído millares de documentos y páginas, además de dedicado innumerables horas en archivos y bibliotecas para ir construyendo un rompecabezas cuya imagen nunca ha llegado a desvelarse nítidamente. Recuerdo que uno de mis maestros, el profesor canadiense Denis Smyth, me insistió en que no intentara encontrar todas las piezas del rompecabezas para empezar a escribir. Cuando tengas suficientes para adivinar la historia, párate y asume la responsabilidad de escribirla para que otros la conozcan, me decía. Tengo que reconocer que he disfrutado mucho más investigando y contando las anécdotas que iba descubriendo a mis amigos que escribiéndola, aunque todos mis íntimos me recomendaban siempre hacerlo, quizá para liberarles de la tediosa experiencia de volver una y otra vez sobre el mismo tema.
La primera gratitud es para dos personas que viven en lugares muy distantes pero que comparten la misma profesión y pasión. Elva Ann Barfield, funcionaria de la Oficina de Libertad de Información del Departamento de Asuntos Públicos del Departamento de Energía de Estados Unidos de Albuquerque (Nuevo México), y Daniel Gonzalbo Giménez, jefe de sala del Archivo General de la Administración de España, situada en Alcalá de Henares. A la primera no la conozco personalmente pero durante años he esperado sus cartas que, periódicamente y a pesar de mis múltiples cambios de residencia, he seguido recibiendo con noticias sobre nuevos documentos e informes que me entregaban para poder conocer la verdad sobre el accidente nuclear de Palomares. Sin la transparencia (y los recursos económicos) del Gobierno estadounidense, seguiría siendo imposible contar esta historia con la aspiración de acercarse a la verdad, porque las autoridades españolas mantienen su completa oposición y falta de interés por abrir los archivos nacionales a pesar de haber transcurrido medio siglo. El único que en este sentido ha ayudado a mis pesquisas ha sido Daniel Gonzalbo, que con amabilidad y predisposición me asistió a la hora de localizar las escasas cajas disponibles sobre la Junta de Energía Nuclear, después de cumplir escrupulosamente su obligación en relación con la legislación de protección de datos y otras normativas legales.
Varias personas que he conocido y entrevistado han sido de incalculable valor en mi investigación. Carlos Sancho, jefe del Programa de Recuperación Radiológica de Palomares del Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT), tuvo la paciencia de recibirme durante horas para hablarme de sus recuerdos y explicarme sus conocimientos. Aunque sin compartir mis conclusiones, Sancho ha sido de gran valor para completar una parte de la historia que ha vivido en primera fila y que hubiera sido imposible de contar sin su aportación. Antonia Flores, la alcaldesa pedánea de Palomares durante la década de los años ochenta, respondió sin pensarlo y con paciencia a decenas de preguntas sobre detalles de fechas y personas concretas a pesar de que quizá se referían a un capítulo de su vida ya superado. Asimismo, ha sido importante la dedicación que me ha concedido Trinidad Jiménez, la exministra de Asuntos Exteriores y entonces diputada del Congreso, que contribuyó a entender los difíciles entresijos de la diplomática internacional. En Almería, José Herrera Plaza se prestó generosamente desde un principio a compartir su profundo conocimiento sobre el tema, así como su archivo.
Entre los amigos que también son parte de este libro resaltaría a Victoria Gimeno y Carlos Repiso, que con entusiasmo me enseñaron el Mojácar que aman y me abrieron los ojos a conocer cómo los lugareños entienden lo que pasó hace tantos años y cómo sigue estando presente en su vida cotidiana. Reconocer, asimismo, la paciencia de Ángel de La Vega y Soledad Azofra, quienes han vivido (o sufrido), tanto como yo, la larga y tortuosa elaboración de estas páginas.
No quiero olvidarme tampoco de Raquel Reguera y su equipo de la editorial Crítica que, con paciencia y comprensión, han revisado textos, mejorado pasajes y dado sentido poco a poco al original para hacer llegar al lector esta cuidada y esmerada edición. Gracias también a Carmen Esteban que creyó en mí desde el primer día que nos conocimos.
Finalmente, quiero dar las gracias a mi familia. A mi mujer Maribel, por creer siempre que algún día terminaría estas páginas y apoyarme cuando desfallecía o parecían sin sentido las interminables horas de dedicación que ha requerido la investigación. También estaré siempre agradecido a mis hijas —Patricia, Carlota y María— por bajar a mi zulo para darme ánimos y esperanzas.
La historia del accidente nuclear de Palomares no puede comenzar a contarse el 17 de enero de 1966. Para comprenderla y entender qué pasó, por qué y lo que han vivido sus habitantes, hay que remontarse al menos quince años. A principios de la década de los cincuenta. Allí empieza realmente. Con los escombros y los rescoldos de la segunda guerra mundial todavía humeantes y los tremendos horrores humanos vividos en la carne y memoria de todos, el mundo se debatía entre aquellos que aspiraban a disfrutar de los placeres de la vida y de la paz conquistados a sangre y fuego —y poder vestirse con estilosos modelos de
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