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Carlos París - Memorias sobre medio siglo

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    Memorias sobre medio siglo
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    Peninsula
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    2010
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Memorias sobre medio siglo: resumen, descripción y anotación

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CARLOS PARÍS

Memorias sobre medio siglo

De la Contrarreforma a Internet

Picture 1

EDICIONES PENÍNSULA

barcelona

Primera edición: abril de 2010

© Carlos París Amador, 2006.

© de esta edición: Grup Editorial, , S.L.U., Ediciones Península

edicionespeninsula.com/grup.com

ISBN: 978-84-9942-038-7

Reservados todos los derechos

No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de estos derechos puede ser constitutiva de un delito contra la propiedad intelectual. (Arts. y siguientes del Código Penal).

prólogo
UN VIAJE DE SIGLOS

Estas memorias, estimado lector, te van a ofrecer un alucinante viaje en el tiempo, a través de varios siglos, concentrados, sorprendentemente, en una vida. La de una generación que despertó en la Contrarreforma y llegó a los días de Internet y de la globalización.

El fluir del tiempo va cambiando inexorablemente el escenario de nuestras vidas. Las innovaciones tecnológicas y las conmociones históricas, sean revoluciones, guerras o simples reformas, no solo alteran las relaciones entre las clases sociales y los pueblos, sino que transforman nuestra existencia cotidiana. Pero, naturalmente, la intensidad de este cambio va unida al ritmo de las mutaciones, tan distinto según las épocas y lugares. Y, en tal sentido, en varias ocasiones, he dicho que las personas pertenecientes a mi generación habíamos vivido la experiencia histórica más larga que imaginar cabe: pasar de los tiempos de los Reyes Católicos—los más exagerados dirían de la Edad Media—a la época actual. En los miembros femeninos de tal hornada generacional el vuelo histórico ha sido aun más fabuloso, desde su encierro medieval, en que solo faltaba el cinturón de castidad, a su libertad y participación en la vida pública y profesional—por más que aún resulte insuficiente—en la España actual. Y, tanto para hombres como para mujeres, esta experiencia, de un viaje en el tiempo que ningún «tour operator» sería capaz de ofrecer, ha sido, sin duda, especialmente intensa para un sector: el de aquellos que, perteneciendo a un medio familiar y social integrado en la España vencedora de la Guerra Civil, evolucionamos hacia la izquierda.

En nuestra adolescencia y juventud, en colegios religiosos, en el Frente de Juventudes, en el SEU (Sindicato Español Universitario), recibimos el chaparrón de tópicos de la España imperial, en plena desnudez, sin paraguas protector. A nuestro lado, pero ocultamente, los «hijos de los vencidos»—recogiendo el título del conmovedor libro de Lidia Falcón—mascando la persecución y la derrota comprendían la falsedad del orden establecido. Todavía, junto a estos dos grupos, habría que situar el de los que permanecieron, en distintos grados, troquelados por aquella educación y ambiente vital. Un grupo, si miramos a la España actual y al llamado «franquismo sociológico», bastante más numeroso de lo que, a primera vista, pudiera parecer.

el cambio de escenario vital

Todo ello concierne a la evolución interior, pero la transmutación del escenario ha sido común a unos y otros. Como muchas otras gentes del mundo occidental, aunque con cierto retraso, hemos presenciado y asimilado, en medio siglo, aportaciones tecnológicas que han configurado nuestras vidas. De tal manera que a un joven actual le costaría bastante trabajo imaginar la España de los años cuarenta y cincuenta.

Partiendo de los tiempos en que se fregaba el suelo de rodillas, se compraba a diario para conservar los alimentos junto a la ventana, en la «fresquera», se lavaba la ropa a mano—en los pueblos en el río—, hemos ido viendo el desarrollo de los electrodomésticos, y de la sencilla fregona—no olvidemos esta aportación del ingenio hispánico—. Hemos asistido a la aparición de los enormes supermercados llenos de productos elaborados por la gran industria alimentaria. Con el desarrollo económico la mayor parte de la población ha pasado de la escasez y las «cartillas de racionamiento» a la abundancia, y, bajo el poder de tal industria alimentaria, a la ingestión de numerosos alimentos fabricados con absoluto desprecio hacia la salud del consumidor, hasta culminar tal degradación en el episodio de las «vacas locas». Así se transitó de la tuberculosis a la obesidad, el colesterol, el infarto y el mal de Kreufeld-Jacob. Que la enfermedad, como la materia, se transforma, pero siempre nos persigue, renace como mortífera ave fénix, reconvertida por las condiciones de vida.

Heredamos la radio, el cine y el teléfono. Pero este último—lo cual no deja hoy de sorprender—era un bien escaso en nuestra juventud. Había que esperar largos años de adviento para conseguir la instalación de un teléfono, a no ser que se manejaran poderosas influencias. En algunas casas el artilugio estaba en la portería y su uso provocaba discusiones entre los vecinos, al par que confería singular poder a los porteros. ¡Qué contraste con la invasión de los teléfonos móviles, que acompañan, como fieles perros, a los actuales jóvenes, enviándose constantemente mensajes! A fines de los cincuenta vimos nacer la televisión, provocando grandes debates entre los «progres» sobre la conveniencia, e incluso sobre la corrección política, de comprar un receptor. Y, después, nos sobrecogió su reinado sobre las conciencias. Finalmente, al término, hoy por hoy, de esta historia comunicativa surgió Internet. Y los ordenadores se erigieron en permanentes acompañantes de nuestra vida.

El automóvil, en lento proceso, dejó de ser un raro espectáculo en calles desiertas de tales vehículos, para pasar a inundarlas y atascarse en ellas, levantando nubes de polución. Los jóvenes actuales ni siquiera han oído hablar del «gasógeno», una extraña y monstruosa chimenea adosada al automóvil en los tiempos de mayor restricción, y a la cual dedico un capítulo en mi novela Bajo constelaciones burlonas , evocadora del ambiente de los años que siguieron inmediatamente a nuestra Guerra Civil. Sobre las vías férreas desaparecieron las impresionantes locomotoras de carbón, con su apariencia de monstruos, entre las cuales era orgullo de nuestra modesta industria un modelo apodado evocadoramente «Santa Fe», como el campamento de los Reyes Católicos al asediar Granada. Con ellas, huyeron las «carbonillas» que penetraban los ojos de los viajeros, haciéndoles prorrumpir en abundante llanto, muy a tono con las emociones que las dilatadas separaciones implicaban en tiempos de escasa movilidad. Aunque tal aislamiento de los seres queridos era compensado por la división de los vagones en compartimientos, donde se desarrollaba una intensa vida social y se establecían insólitas relaciones. Y, continuando con la locomoción humana, los desplazamientos en avión abandonaron el aire aristocrático de que se revestían viajeros y viajeras, fumando estas en largas boquillas, como vampiresas, en las salas de espera, que ahora se han convertido frecuentemente en dormitorios de multitudes desesperadamente expectantes de realizar el viejo sueño de volar.

Y, en el terreno de las relaciones sexuales, a partir de los sesenta vimos levantarse una gran innovación tecnológica. Aunque diversas formas de anticonceptivos eran bien antiguas, la píldora introdujo una gran revolución, que permitió avanzar en la desconexión entre el sexo y la reproducción. Este avance provocó gran irritación—sobre todo en el señor Woyjtila—por parte de los obsesionados en reprimir la sexualidad humana, que solo justifican en cuanto sirva al incremento de habitantes del planeta.

la transformación política del mundo

Ahora bien, si este paisaje es difícil de imaginar para las generaciones actuales, más peliagudo aun resulta remontarse al mundo político. El internacional, finalizada la terrible guerra mundial, estuvo presidido por los procesos de liberación de las antiguas colonias en el Tercer Mundo, por el reguero revolucionario que se fue extendiendo a China, Cuba, Angola, Mozambique, o Nicaragua. Y, decisivamente, por la división del planeta entre las dos superpotencias, la Unión Soviética y los Estados Unidos, enfrentadas en la «guerra fría», que se proyectaba sobre diversas guerras calientes, así como en las conmociones revolucionarias y que, a través de la carrera nuclear, amenazaba con la destrucción de la vida sobre la Tierra. El espectáculo era tan vivo, que un tal Fukuyama llegó a pensar que con él, una vez que los intentos de construcción del socialismo entraron en una larga noche, se acababa nada menos que la historia y aun, potenciado por la industria de la conciencia, metió mucho ruido con tan absurda idea.

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